El oportunismo y la inconsistencia moral de Monseñor Libardo Ramírez no tienen límites. Cabalgando sobre el repentismo de una sociedad que busca exorcizar sus culpas con cadena perpetua para los asesinos de niños mientras tolera el imperio de la motosierra, el presidente del Tribunal Eclesiástico propone matar en vida a la mujer que aborta: “aprovechar” un referendo para lapidarla por incurrir en “asesinato desde la concepción”. Gracias a una “frasecita” incluida en la consulta, las primeras reas serían el ejército de niñas menores de 14 años que resultan embarazadas por abuso sexual y cuyo número creció 20% en el último año. Tras violadas, condenadas. Les seguiría una multitud de mujeres que desafían los derechos  que la religión le atribuye al feto. Esta se ensaña en la libertad, la salud y la vida de millones de féminas, Evas cuya bíblica perversidad  avergüenza a la humanidad.

El aborto plantea, desde luego, un problema ético. Para sus enemigos, por ser el feto un ser humano, tiene derecho a la vida; y como el aborto niega ese derecho, resulta moralmente inaceptable. Pero los defensores del aborto sostienen que el feto no es un ser humano; y que, así lo fuera, su derecho a la vida debe subordinarse a los derechos de la madre: el de la defensa propia y el de disponer de su cuerpo. Derechos que prevalecen sobre el derecho a la vida del feto. Disponer a voluntad del cuerpo propio es decisión personalísima que puede incluir la maternidad o excluirla. Y este derecho de propiedad sobre el cuerpo no sólo rige para encintas en peligro de muerte sino para aquellas que llevan embarazo normal. Si contra toda precaución queda preñada la mujer, a ella le asiste el derecho legítimo de negarle al feto el uso de su cuerpo para convertirse en persona. No se le puede obligar a parir un hijo no deseado. El feto no tiene derechos contra su madre, como nadie podría tenerlos. A nadie se le puede exigir el sacrificio de su vida en favor de otra.

Ciudad de México acaba de despenalizar el aborto, con fundamento en el derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida. Y ha suscitado enfrentamientos entre  fieles de la virgen de Guadalupe que, ataviada con fetos, exclama –“ya me mataron a un hijo, ¿me van a matar más?”, y mujeres que exigen “quitar sus rosarios del mis ovarios”. ¿Son criminales, por defender el derecho a la vida… de la mujer?

El aborto concierne a los derechos de la persona y pertenece al fuero exclusivo de su intimidad. De la misma manera que se escoge una religión, o ninguna, sin que por ello deba el ciudadano perecer en prisión. En democracia,  no pueden imponérsele a la vida civil parámetros religiosos. La controversia sobre la legalización del aborto no puede darse sino en términos de la ley civil, lejos de la moral religiosa que ciertos jerarcas de la Iglesia insisten en imponer para provocar resultados de horror: robarle la vida (que en ello consiste la cadena perpetua) a quien defiende su propia vida.

Tan frágil el razonar de estos purpurados, como cruel fue su incitación a linchar gente en nombre de Cristo-Rey, en tiempos de la Violencia. Salvo a los cientos de fosas comunes, a todo en Colombia lo han vuelto crimen. Mediante algún articulito, pronto nos dirán que abortar es cortar el cogollo de los hombres que nos darán seguridad contra el Mal. Pecado de lesa Patria.

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