Envuelta en procacidades de rufián, la tenaza Pastrana-Uribe contra la paz ayuda a despejar el panorama de la política colombiana. Siendo el fin del conflicto eje de las definiciones de la hora, aquel amancebamiento atornilla nítidamente a sus antagonistas en el extremo derecho de la cancha. Y abre espacio a la tercería de un frente de avanzada, pacifista, capaz de hacerle chico a Santos en materia económica y social, si la negociación con las Farc prospera. Culpas, pifias, hipocresías, envidias, rencores personales que quisieran elevar a hecho histórico, y la lacerante viudez del poder animan esta embestida contra el proceso de La Habana. Donde se juega el cese de una guerra de 50 años y se apuntala la construcción de un país menos injusto, menos cruel. El plato está servido, cuando los diálogos se abocan a la participación de los desmovilizados en política. Y evidencian, por contraste, los yerros y purulencias de otros intentos. El del Caguán y el de Ralito son modelos de cómo no negociar con ilegales. Ahora se aplica su anverso: sin pactos secretos, sin despeje, con agenda, apunta a puerto seguro. Y es esta probabilidad de paz la que exaspera a los ex presidentes. Quiere Patrana tapar, como Uribe, y por contera, la incuria de su gobierno que abrió las fauces del tiburón sobre nuestro Mar Caribe.

 Se indigna Uribe en previsión de concesiones legales a la guerrilla. Pero su Gobierno favoreció a los paramilitares con penas irrisorias y no logró verdad ni reparación a las víctimas. Menos autoridad lo asistiría mientras no se aclare si su alcaldía en Medellín duró la flor de cuatro meses en 1982 porque tuviera Uribe supuestos vínculos con el narcotráfico. Lo denuncia Germán Jiménez en libro que levanta polvareda, revela Maria Jimena Duzán en su columna de Semana. Reproduce ella diálogo de la obra en el cual el entonces presidente Betancur le pregunta exaltado a Álvaro Villegas, gobernador de Antioquia, “¿cómo es posible que tengamos en la alcaldía de Medellín a una persona de quien me han dicho que tiene nexos con los narcotraficantes? (…) Sé por qué se lo digo, tengo datos concretos”. En abono de la verdad, que es presupuesto de paz, Betancur le debe a Colombia precisiones sobre sus palabras. Y como la verdad ha de ser completa, o no lo es, las Farc por su parte tendrán que reconocer  vínculos con el narcotráfico y alianza de frentes suyos con las Bacrim.

 Una paz con las Farc brindaría oportunidad de oro a la izquierda para disputarse el poder, mas no será fácil su unidad. Víctima –entre otras- del protagonismo de guerrillas que le robaron su espacio y la convirtieron en carne de cañón para la derecha armada, con todo, el frente único que Antonio Navarro y Clara López promueven deberá integrar también a los reinsertados. Lo cual exige, primero, reglamentar el marco jurídico para la paz; hoy se sabe que podrían concederse amnistías, indultos o perdones judiciales. Segundo, organizaciones dónde aterrizar. Llámese UP, si se le restituye la personería jurídica; o Marcha Patriótica, si la Corte Constitucional tumba la inhabilidad que pesa sobre Piedad Córdoba, su jefe, para ejercer política. Y un escenario, las Zonas de Reserva Campesina acogerían a la base social de las Farc y sus tropas desmovilizadas.

 El umbral del 3% forzará su alianza con organizaciones sociales, Progresistas, Pido la Palabra, independientes, liberales y conservadores de avanzada, y el Polo. Si este partido no comete la torpeza de marginarse de la movilización por la paz que se prepara para el 9 de abril. Cifras y Conceptos había revelado que 28% de los colombianos votaría por la izquierda. También a ello obedece, sin duda, la ruidosa asonada de Uribe y Pastrana contra la paz.

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