Ave rara entre tanto cuervo, gallinazo y buitre que aletea en nuestro universo financiero, Bancamía rompe todos los moldes del sistema. No presta dinero al que ya lo tiene sino al marginado que lo necesita dramáticamente para catapultar una micro iniciativa productiva capaz de arrancarlo de la pobreza; y del usurero que al final del día le cobra el doble de lo prestado. Procede aprisa Bancamía y sin exigir garantía distinta de la cédula. Su lema: confianza en el que nada tiene, salvo dignidad, inteligencia y valor. La mujer pobre, mayoría entre sus usuarios, ha resultado ser mejor paga que el hombre rico. Y mejor batalladora contra la adversidad dondequiera se emprende la tarea de reconstruir  comunidad tras la guerra, entre otros recursos con el motor de arranque de Bancamía. Innovadora  como banco social de desarrollo y líder de microfinanzas en Colombia, en vez de reventar con sus utilidades el bolsillo de los socios, esta entidad las reinvierte, todas, en nuevos préstamos para más clientes de estratos uno y dos. Lejos está de atesorarlas y sin pagar impuestos sobre dividendos. Como es práctica del gremio de marras, reacio a reinvertirlas en nichos de mercado menos apetecibles, lucro que en 2016 alcanzó los $10 billones. Así hace patria la banca privada.

Patria hace también el sector público, cuando los ministros Iragorri y Cárdenas autorizan un préstamo irregular de $ 120.000 millones del Banco Agrario a Navelena-Odebrecht, parte del cual termina en las arcas de Sarmiento Angulo. Fondos de un banco pensado para  campesinos que desfallecen de necesidad hasta cuando Dios agache el dedo sobre la formalización de la propiedad agraria. Nada nuevo. Por tradición, el banco de los desheredados seguirá auxiliando a los más ricos y siendo caja menor de políticos y mafiosos. Patria, el ministro Gaviria, que permitió prestarle a la impresentable Cafesalud, entidad quebrada, $200.000 millones del fondo público de salud, Fosyga.

Sin pretender llenar el vacío de la banca de fomento en mala hora desmontada por los feligreses del mercado; en un país desindustrializado, con informalidad laboral del 60% y donde 90% de las empresas son microempresas, Bancamía responde a los apremios más imperiosos de los acorralados por la pobreza y la desigualdad. Margarita Correa, su directora, revela que 97% de sus clientes han salido airosos en su proyecto. Que, en dos años de servicio financiero, 53% de ellos sale de la pobreza; y en cinco años lo logra el 75%. En 9 años de ejercicio, este banco acumula 1.300.000 clientes y son sus funcionarios quienes van en pos de ellos, desde oficinas abiertas en 951 municipios de Colombia.

Cuando en 1984 se topó esta antropóloga con un enjambre de mujeres y niños que en basureros del barrio Moravia de Medellín se disputaban con  gallinazos y perros desperdicios de comida maloliente, montó la cooperativa Coofema con 300 mujeres. “Ellas dignificaron su trabajo, garantizaron un sustento permanente, ganaron confianza, autoridad” y dieron la largada a una verdadera revolución pacífica. Desde entonces, casos semejantes se multiplican. Como el de la madre tres veces desplazada y a quien la guerra le desapareció dos hijos, abre tienda en Arauca y empieza de nuevo. En Chinchiná cuatro hermanas van sumando máquinas de coser y empleadas en un taller que produce cien mil bluyines bajo un modelo de cooperativa inspirado en la divisa poderosa de que “la unión hace la fuerza”. No dan abasto. Ni da abasto Miguel, reciclador de huesos de animal, hoy microempresario que ve transformarlos en botones y juegos de dominó.

¿No abre este esfuerzo de Bancamía otra puerta a la nueva Colombia que el posconflicto traerá? ¿Por qué sabotear la paz?

 

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