Murió de un tiro en el acto de recuperar el fusil del soldado caído, como era deber de todo guerrillero raso en el ELN: ganarse el arma en combate. Pero Camilo no era cualquier guerrillero raso. Era el líder creador del Frente Unido que hasta cuatro meses antes movilizaba multitudes con su palabra de cambio. La desaparición de este hombre, incorporado a la lucha armada por presión de esa guerrilla, es hecho fundacional del proceso que contribuyó como pocos a convertir a Colombia en meca continental de la derecha: la invasión simbólica del campo de la izquierda legal por la izquierda armada. Ésta le alienó a la primera el apoyo de la población.

 Presumiendo superioridad moral de las armas como respuesta al régimen de democracia restringida, crearon las guerrillas la impresión de que toda manifestación popular llevaba su impronta. Maná del cielo que llenó de argumentos a la derecha. Experimentada en el arte de cercar al adversario, les colgó ella el sambenito de subversivo al movimiento popular y a todo disidente político. Resultado, mordaza, persecución y hasta la muerte para quien reivindicara derechos y reformas. Tragedia al canto, el exterminio del partido legal Unión Patriótica, en parte como represalia en carne ajena por la eliminación de incontables líderes de la política tradicional a manos de las Farc. ¡No de la UP! Hoy se disponen ellas a recoger velas en vista de la paz, a dejar las armas para hacer política, a descolgarle el sambenito siniestro al resto de la izquierda. Pero en el ELN la reincorporación a la vida civil es todavía un decir.

A cincuenta años de la muerte del sacerdote, sociólogo, dirigente político y guerrillero fugaz, se presenta Camilo en el Teatro La Candelaria. Obra potente de Patricia Ariza, cargada de evocaciones y poesía, recupera la memoria del cristiano que se inmoló por amor a los excluidos. Ariza y sus actores penetran en los dilemas de un alma atormentada entre la rebeldía y el misticismo hasta el sacrificio final. Sacrificio inútil, podrá decirse, contraproducente, porque privó a Colombia del líder de izquierda democrática que no se repetiría. Porque su único rédito –deleznable– fue darle un mártir al ELN. Guerrilla precaria, miope y sin pueblo que ahogó en su fantasía de guerra el anhelo de cambio que Camilo despertó en sindicatos, universidades y plazas públicas. Fue su palabra la del concilio Vaticano lI, la de opción social por los pobres, hoy rediviva en boca de Francisco.

Sorprende la afinidad de la plataforma del Frente Unido con el discurso del Papa la semana pasada en Bolivia. Si proponía Camilo unir fuerzas del pueblo para promover desde el poder “un desarrollo socio-económico en función de las mayorías”, Francisco habla de poner la economía al servicio de los pueblos y unirlos en el camino de la paz. Si Camilo advierte sobre el peligro de cifrarlo todo en un líder, de “las camarillas, la demagogia y el personalismo”, Francisco previene contra la tentación del personalismo, el afán de liderazgos únicos y la dictadura. Si invocó Camilo  la revolución, Francisco clamó por un cambio revolucionario para superar la grave injusticia que se cierne sobre los pobres.

He aquí el escenario donde empezaba Camilo a convertir su amor eficaz en divisa de acción política. Malograda por los que reverenciaron el credo de las armas, despreciaron la política y permitieron que ese imaginario legitimara la cruzada sin cuartel de la caverna contra la izquierda civilista y el interés popular. Si ha de sumarse el ELN al proceso de paz, también tendrá que pedirles perdón a sus víctimas; y al país, por haber sacrificado la promesa de democracia que Camilo encarnó.

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