El júbilo que la captura del general Alzate desencadenó en filas del uribismo volvió a desnudar la inveterada vocación de guerra de esta derecha extrema. Montaje, o error militar, la gravedad del incidente prometía destruir de un solo golpe el proceso de paz. Abundaron en el Centro Democrático imprecaciones que relanzaban la divisa inicial de Óscar Iván Zuluaga de levantar la mesa de diálogo, no bien ganara él la presidencia. Álvaro Uribe llegó a responsabilizar a las Farc del asesinato de los 43 estudiantes mexicanos. Pero, lejos de volar en átomos la paz, el desenlace se precipitó en sorpresas. Una crecida ola de opinión censuró la que consideró alevosa reincidencia de esa guerrilla en el secuestro, ahora contra un general que ostentaba la majestad del Estado. Pero también alertó sobre la catástrofe que significaría otro medio siglo de guerra. Entonces las Farc ordenaron liberar al oficial en el acto y sin contraprestación.
A tan inesperada decisión le siguieron declaraciones de Pablo Catatumbo en RCN Radio para aludir a la caducidad de la lucha armada, reafirmar su compromiso con la paz y el propósito de firmarla en 2015. En cosa de días, cambiaban las Farc de medio a medio. Un abismo separaba estos pronunciamientos del temible juicio revolucionario que el bloque Iván Ríos insinuó de entrada contra el oficial; y de la tentación de forzar un cese bilateral del fuego. Cese improbable, porque sólo beneficiaría a la guerrilla, cuando la mesa contempla ya el desescalamiento del conflicto: desminar, parar la voladura de torres, devolver los niños de la guerra, medir bombardeos.
Mas la metamorfosis no se contrajo a las Farc. Matizando exigencias que reventarían el proceso porque implican rendición del grupo armado, el pasado jueves contemporizó Uribe con la idea de propiciar un cese el fuego unilateral concentrando a la guerrilla en una zona protegida por la Fuerza Pública. Viable, o no, importa aquí el cambio de actitud. Suceso notable que sugiere preguntas: ¿Es ésta una táctica para reconquistar simpatías sacrificadas a su cruzada contra la paz que casi todos anhelan? ¿Empieza Uribe a abandonar su referente en las Farc, que durante años le ha permitido definir su identidad política por antagonismo con la del enemigo? La invitación al diálogo del grupo armado al senador ¿será huera cortesía con el hombre que le dio nombre de Patria a la venganza contra aquellos a quienes responsabilizaba por la muerte de su padre?
También las Farc acoplaron su razón de ser al desafío bélico del entonces presidente, y del paramilitarismo que sumó sus motosierras a la contienda. Uribe y Farc se retroalimentaron. Y, librando guerra sucia, unos y otros pescaron entre el río revuelto del pueblo que ponía la mayor cota de muertos y abandonaba la tierra al usufructo de los beligerantes. Ambos fracasaron: ni las Farc pudieron tomarse el poder, ni consiguió Uribe derrotarlas. Y esta derrota recíproca rubrica el sinsentido de la guerra. Una guerra que sólo favorece a minorías selectas, experimentadas en técnicas de sabotaje a la paz.
Se ha dicho que el caso Alzate terminará por fortalecer el proceso de paz. Pues hacia allá marchan cambios impensables no hace mucho en los actores que deciden de la guerra y la paz. Si planificado el incidente del Chocó para dinamitar el proceso de La Habana, a sus autores les salió el tiro por la culata. Pero también a las Farc se les volverá bumerang si no multiplican hechos de paz, si en vez de medidas de fuerza no se ganan el beneplácito de la opinión. Si no transitan del militarismo a la política. Como parece intentarlo, por su parte, el expresidente Uribe, con sus amagos de participación en el proceso de marras.