¿Conspirando con falso fraude?

No se sabe si por cálculo político o por inadvertencia. Pero el silencio del Presidente, de su jefe y su partido sobre los abusos, errores, disparates y provocaciones que en un año acumuló el registrador, tributó a la barbaridad final: a la oposición triunfante el 13 de marzo le embolataron, como al desgaire, medio millón de votos; y cuando jueces y notarios se los devolvieron en el escrutinio, fue Troya. Tal vez aconsejado por sus fantasmas y demonios, transformó el expresidente Uribe la enmienda del error en inminencia de fraude, e incitó a desconocer el resultado de las urnas. Un defecto de forma en el tarjetón –ya salvado– mutó en fraude, y éste, en potencial legitimación del caos. Como sucedería en cualquier democracia dinamitada, que en ello derivaría esta sublevación contra el sistema electoral y contra los jueces de la República que protegen sus procedimientos y certifican sus resultados. 

Sabrá Dios si no columbraba Uribe el riesgo de violencia que su llamado entrañaba, la repetición de traumas que signaron con sangre nuestra historia política. De los fraudes electorales que contribuyeron a la Violencia entre partidos, por ejemplo forzando entre liberales la suplantación de la cédula por un salvoconducto con la imagen de Laureano, so pena de perder libertad y parcela; y completados después con la acción intrépida y el atentado personal. Su reedición de hoy, el verbo intrépido que desde la cumbre del poder azuza el exterminio de líderes sociales. Del nunca rebatido fraude en 1970 que engendró la rebelión armada del M-19. Una nueva guerrilla que se alzara contra el Estado fraudulento ¿no llenaría el vacío de las extintas Farc que dieron su identidad al uribismo? Con todo, al riesgo desestabilizador ayudó Petro, la propia víctima, cuyo inicial grito de fraude sin pruebas también ambientó la descalificación de las instituciones, si bien rectificó después.

En esta comedia de equivocaciones, dos exmandatarios y un jefe de Estado le disputan el protagonismo al estulto registrador. Exigen todos a una, a grandes voces, reconteo general; a sabiendas de que es ilegal y acaso porque bloquearía indefinidamente la elección de presidente. Declara Asonal Judicial: repetir el escrutinio contraría la ley, pues los jueces incurrirían en delitos de abuso de función pública o prevaricato. El pronunciamiento de los jueces rubricó la derrota política de los falsarios (el Centro Democrático, Salvación Nacional y Oxígeno) en asamblea de la Comisión de Garantías Electorales: 18 de los 21 partidos allí reunidos negaron el reconteo general y reconocieron las conclusiones del escrutinio. Estimaron que el reconteo propuesto sería un ataque a la institucionalidad. Y ninguno de ellos ni las misiones de observación electoral denunciaron fraude.

Pero Uribe insiste en desconfiar de la elección, además por “la abrumadora votación del petrismo en zonas de narcotráfico”. ¿En cuáles, en Bogotá, donde Petro barrió? En cambio sufrió este candidato una derrota colosal en los baluartes del narcoparamilitarismo en Antioquia. Acaso supura la herida del expresidente que nunca rechazó los votos del paramilitarismo, dueño en su Gobierno del 35% de curules en el Congreso. No les perdona a Petro y a los jueces que dieran con sus parapolíticos en la cárcel. ¿Respira también Pastrana por la herida del padre que al parecer accedió por fraude a la Presidencia en 1970?

Nada han dicho estos prohombres sobre 6 de los 17 elegidos a curules de víctimas mediante compra de votos y apoyo de paramilitares que declararon a candidatos objetivo militar. Ya a Francia Márquez, mentora suprema de Los Nadie y de las víctimas, se la hostiliza desde los meandros más oscuros de la política colombiana. Su rechazo anticipado a un posible triunfo de Petro y Francia huele a conspiración con aroma de falso fraude.

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¿Se inmolan los verdes?

El 71% de electores que se reclaman de centro contempla perplejo el ocaso de los Verdes. Partido-revelación que plantó cara a las ortodoxias de izquierda y derecha, y de cuya imaginación reformista se esperaría una salida a la peor crisis del país en muchos años. Eje de la rebelión democrática en esta Colombia de egócratas, violentos y nulidades de ocasión en el solio de Bolívar, parece el Verde plegarse, sin embargo, quieto y mudo, a los designios de Petro y César Gaviria. A la dinamita que éstos le siembran para pulverizarlo y pescar después entre despojos. El izquierdista, por interpuestos verdes, no busca coalición con programa negociado sino adhesión a su enhiesta persona. El liberal oficialista querrá, por el atajo de la Coalición de la Esperanza, debilitar el centro, Verde comprendido, para asegurar el arribo de un uribista triunfador a segunda vuelta.

Pero no se puede culpar al petrismo y a Gaviria: están ellos en lo suyo, intrigantes de oficio en la mar escarpada de la politiquería. La culpa es de los Verdes que se dejan hundir en un remolino de candidatos sin ideas, mientras embozan su mejor arma: la propuesta del pacto social que el país reclama, como proyección estratégica y como concreción en un programa de coalición alternativo al de la derecha agreste que gobierna. Ni árbol de navidad, agregado de reclamos mil, ni reacción sin contexto a cada atropello de este Gobierno.

22 millones de hambrientos, 12 millones en el rebusque y 5 millones en abierto desempleo, cifras que la aguda comentarista “Shirley” pone a las revelaciones del Dane. Tragedia que el duquismo, siempre de piñata, ha convertido en novela rosa. Para no mencionar la matanza de líderes sociales, que apunta a miles, a cientos la de protestantes en las calles y va para decenas la de niños bombardeados. El presidente de la república protege a ministros implicados en corrupción, permitiría financiar campaña de los suyos redoblando asalto al erario, coopta a sus vigilantes, y porfía en el modelo económico que sólo sirve a importadores y banqueros.

Este viernes tomará decisiones la Dirección de los Verdes. Si prima la de adherir en primera vuelta a Petro y no en la segunda –como se acordó– o la de autorizar libertad de voto, el partido desaparece. Si cada congresista –pregunta Angélica Lozano– le hace campaña a Hernández, a A. Gaviria, a Fajardo, a Amaya, a Petro, ¿cuál será la postura del partido como alternativa de poder? Para cohesionar una agenda colectiva en contraposición a la colcha de retazos que abarca izquierda, centro y hasta derecha, resulta  imperativo el candidato propio. De lo contrario, “nos quedaríamos sin sello ni agenda, sin plataforma ni contenidos políticos. Sin partido”.

Mas, agenda y sello es lo que sí tuvieron los Verdes desde la cuna. Nacen en 2009, afirmados en un liderazgo colectivo y civil, no armado, en pos de la reforma, no de la revolución. Su marca de fábrica, lucha contra la corrupción, por la descentralización y en defensa del medio ambiente. Se baten por la educación, la democracia y la justicia social. Solidaridad y prevalencia del interés público sobre el privado son su principio ético y político. En menos de un año, pasó el Verde a segunda vuelta presidencial y logró la segunda votación más alta entre partidos. Abrió ancha puerta a una oposición democrática que venía amedrentada a un tiempo por las guerrillas y por la derecha.

Fecunda cantera de ideas fogueadas en el diario luchar de un partido que sí tendría con qué negociar un programa de gobierno de coalición con el candidato alternativo que pase a segunda vuelta, con qué responder a los anhelos siempre desairados de los colombianos. Lejos del fatuo personalismo, vecino de la fanfarronería, en cuya trampa amenazan arrollarlo. Colombia necesita la reanimación de los Verdes, no su inmolación.

 

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