Ni abnegada redentora del pueblo, como se presentan las Farc en sociedad; ni cartel puro de narcotraficantes, como tantos lo quisieran. Menos romántica que pragmática, esta guerrilla aunó por décadas la idea de revolución al negocio de la droga, su fuente de financiación. Los cultivadores de coca fueron a la vez base social y retaguardia militar proveedora de combatientes de las Farc. Pero la ofensiva de las Fuerzas Militares en esta década rompió el laso entre comandantes guerrilleros y raspachines, para lanzar a más de un jefe de frente al negocio  del narcotráfico. Acaso, enriquecidos, prefieran éstos marginarse de un acuerdo de paz que les desfonde el tonel de oro y cocaína donde se sientan hoy. Tome nota a tiempo la Mesa de La Habana. Aunque anden las Farc tan metidas en el negocio maldito como metidos andan los banqueros en el lavado de sus activos, paz no habrá si la negociación deja aquellos cabos sueltos. Pasó con los 32 mil paramilitares que se “desmovilizaron” para reencarnar en bacrim, porque en Ralito no se obligó al desmonte de sus estructuras militares y negocios. Si se repite el error –ya lo advierte Fernando Londoño-, parte sustancial de las Farc derivará en farcrim. Y la violencia seguirá.

 Gustavo Duncan y Juan David Velasco demuestran  en Razón Pública que las Farc no deben su supervivencia exclusivamente al narcotráfico o a su  ideología marxista. Si la tradición comunista organizó al grupo armado como guerrilla, la droga  le suministró  recursos y  apoyo social. Tuvieron las Farc territorio, población, capital y fuerza armada, condiciones suficientes para escalar la guerra. Vienen a la memoria nuestros militares-hacendados del siglo XIX con sus peonadas de labriegos-electores-soldados de sus guerras. Pero la guerra terminó ahora por fracturar la alianza de idea comunista y economía cocalera. Campos minados, bombardeos, erradicación de cultivos, migración creciente de raspachines hacia minas de oro y rabia de la gente con la arrogancia de comandantes citadinos ajenos a las querencias del campesino alteraron el escenario de esa alianza.  La vieja comunidad de colonos perdió poder de mando en la guerrilla y ésta se le volvió un lastre. A la defensiva, tornaron las Farc a la guerra de guerrillas, el Estado penetró sus zonas de influencia y la retaguardia cocalera perdió valor estratégico para la guerrilla.

 Con el caso de la comandante Mayerly en el Frente 21 del sur del Tolima ilustran nuestros autores la complementariedad de comunismo y narcotráfico, y su resquebrajamiento final. Pobre en finanzas, el 21 vivía de otros frentes dedicados al narcotráfico. Pero rico como símbolo político,  heredaba el prestigio de cuna de las Farc y último refugio de Cano. Asediada, la muerte de su marido en bombardeo precipitó el viraje de Mayerly: por sospechas y para repudio general, mandó matar a 16 líderes de Acción Comunal. Como sus zonas de retaguardia flaquearan, se rompió el contacto con otros frentes y, con ello, el flujo de recursos. Entonces acudió a extorsión masiva en las localidades. Conclusión: mientras el frente 21 se financió con coca de otros frentes pudo agitar la idea de revolución campesina. Ahora priman la extorsión y el narcotráfico en núcleos amplios de las Farc. Insight Crime sostiene que, de consuno con bacrim, las Farc ganarían hasta mil millones de dólares al año por este concepto.

 Un acuerdo de paz no liquidará el narcotráfico, pero sí podrá comprometer a las Farc a desactivar los núcleos del negocio en sus filas. Y catapultar, en su lugar, una economía campesina asociada a la agroindustria, mientras se vira hacia la despenalización de la droga. Alternativas preferibles al contrasentido que hermana coca y revolución.

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