A 50 años de comunismo en Cuba, se mezclan en el balance la contundencia de los hechos con los mitos y fantasmas que presidieron el debate entre los apologistas de la revolución y sus detractores. Heroica resistencia de un pueblo acorralado por el bloqueo de su economía, para unos; anverso rojo del dictador Batista, para otros, dos titanes vuelven sobre las líneas maestras de este duelo, cuando la vida de Fidel toca a su fin. La revista Foreign Policy ofrece la última contienda entre Ignacio Ramonet y Carlos Alberto Montaner, cruzados del cara y sello de este experimento que se ofrecerá como alternativa al modelo de capitalismo que hoy naufraga.
Debuta Montaner con una ácida premonición: cuando falte Fidel caerá el régimen, pues no podría ya sobrevivir, en pleno siglo XXI, una dictadura anacrónica que viola sistemáticamente los derechos humanos. Aunque Castro profesa la ideología comunista, él “pertenece a la misma especie antropológica de Franco en España o Rafael Trujillo en República Dominicana”. A lo que Ramonet responde que hace tiempo no gobierna Fidel y, sin embargo, el sistema sigue en pie. Es que Cuba no es Hungría, apunta. Mientras allá se impuso la revolución por invasión militar de la URSS, la de la isla caribeña es una revolución autóctona y popular, nutrida en un anhelo secular de independencia. A pesar del bloqueo, seguirá ofreciéndose como modelo social que supo masificar la educación y la salud.
En su origen, replica Montaner, la revolución se dirigió contra la dictadura de Batista enarbolando la bandera de la democracia; la idea no era montar un comunismo de corte soviético. Si ese sistema porfía todavía aquí, será por obra de una dictadura tan despiadada y personalista como la anterior. Por eso, dos millones de cubanos debieron exiliarse, y el gobierno de Castro registra alrededor de 5.700 ejecuciones, 1.200 asesinatos extrajudiciales y 77.800 balseros muertos o desaparecidos.
Por otra parte, discrepa de su antagonista que atribuye al embargo norteamericano las penurias de los cubanos. Según él, olvida el efecto devastador del colectivismo y de la supresión de las libertades económicas.
– En Cuba, argumenta Ramonet, hay pleno empleo y todo el mundo hace tres comidas diarias. Cosa impensable en América Latina, el Brasil de Lula comprendido. Además, hecho elocuente, no hubo en la isla levantamientos contra el régimen, como sí los registraron incluso otros países comunistas.
– Ah, ¿no?, se enfurruña Montaner. ¿Y qué fue, entonces, el levantamiento de campesinos en el Escambray en los años 60, si no resistencia popular contra la dictadura? En las dos primeras décadas de la revolución, el número de presos políticos bordeó los 90 mil.
Discusión sin fin en cuyo fondo se adivinan, no obstante, dos problemas formidables: primero, Cuba es una economía inviable; segundo, es una dictadura oprobiosa. Si al modelo de planificación autoritaria y nacionalización de todo se agrega la pobreza del país en recursos naturales, se diría que la isla no tiene futuro. Condenada al desequilibrio, su balanza comercial la mantiene en endeudamiento perpetuo.
Autoritarismo desembozado el de Cuba, la derecha colombiana querrá renovar su diatriba contra él. Como si aquel régimen de partido único no fuera aquí régimen de caudillo único. Como si sus 1.200 ejecuciones extrajudiciales no replicaran nuestros “falsos positivos”. Como si la quinta parte de nuestra población no se acostara con hambre. ¡Oh, hipocresía inmarcesible!