Primero fue César Gaviria: con ruidosa bienvenida al futuro –metáfora de progreso- anunciaba él hace 23 años el revolcón de la apertura como pasaporte a la modernidad y la abundancia. Pero su futuro se resolvió en opulencia de pocos, ruina de muchos y contramarcha al pasado. Sin política industrial previa, la apertura económica atrasó aún más el campo, desindustrializó el país y lo devolvió a la economía de enclave que prevaleció hace un siglo. La minería rentista no crea desarrollo ni da empleo. El turno es ahora para el ministro Lizarralde, que anuncia su revolcón en agricultura: promete, cómo no, desarrollo productivo, competitivo y sostenible para el sector. Se le concedería el beneficio de la duda, si no obraran tantos hechos en contrario. Por ejemplo, la Alianza Pacífico (TLC a escala mayor) elimina las salvaguardias agropecuarias, último mecanismo de protección para el campo. Ya veremos llegar, sin aranceles y con sello mexicano, cárnicos de grandes firmas norteamericanas que montaron planta en el país azteca. Lo propio sucederá con la importación de autopartes, entre cientos de productos.
Orgullo de Gaviria, la Constitución del 91 se cocinó al calor del retorno continental a la democracia. El proceso clausuró las dictaduras del Cono Sur, pero no el modelo de mercado que era su corolario económico y cuyo laboratorio fue el Chile de Pinochet. Por extensión de las anheladas libertades políticas, estalló también fiebre de libertad económica sin control. En Colombia, la secta neoliberal se sumó con sus tecnócratas al arquetipo bifronte: en política (aparte la admirable ampliación de derechos), reemplazar la “partidocracia clientelista” por una democracia directa de ciudadanos limpios. Mas ésta derivó en democracia plebiscitaria, siempre funcional a la autocracia; en el Estado de Opinión de Uribe, mesiánico e infestado de malhechores. En economía, el modelo de mercado, con su apertura a la brava, sin una política industrial que le hubiera permitido al país integrarse a la economía del globo preservando los nichos de su desarrollo potencial. Como lo hicieron todos los países industriales, Sudeste asiático incluido.
Sostiene el analista Jaime Acosta (Razón Pública) que esta apertura sin política industrial ni de innovación nos mantiene al margen del avance económico del mundo. La nuestra es una industria rezagada, sin transformación productiva: no ofrece nuevos productos ni abre nuevos mercados. Porque no empuja la educación, la investigación y la innovación que cambiarían la estructura de la economía. Nos estancamos en la oferta de materias primas no elaboradas mientras importamos manufacturas de alto valor agregado. Y los TLC ahondan las asimetrías que nos subordinan al interés del socio mayor. Colombia firmó TLC a largo plazo, con su actual estructura productiva y no con la potencial que le aseguraba un futuro. Ahora habrá de buscar con lupa nichos de innovación para crear nuevas empresas, cuando ya la desgravación bloquea la producción de nuevos bienes. Con todos los espacios regalados, difícil avanzar. Según Acosta, seguiremos dependiendo del sector energético y de la economía ilegal.
Mucho politicastro vive de ella. Como los 131 aspirantes al Congreso aliados de paras, narcos y contratistas venales. Pero reconforta el frente de candidatos que se la jugará por reinventar el país. Rodolfo Arango, Ángela Robledo, Germán Navas, Angélica Lozano, Guillermo Rivera, Humberto Molina…Si de revolcones se trata, dos podrían discutirse para compactar una estrategia de desarrollo: la reforma rural integral que la Misión Rural propondrá, producto de un gran acuerdo nacional que incluye los acuerdos de paz; y, a su lado, la industrialización.