No se contentó Uribe con legarnos el bulto de la corrupción que en su mandato echó barriga hasta reventar. También nos heredó la semilla teocrática del conservatismo rancio que orientó a su gobierno y hoy florece en las carnitas del procurador Ordóñez. El diario manoseo al padre Marianito desde la silla presidencial ambientó el destape del jefe del Ministerio Público. Líder de la revuelta contra el Estado laico que la Carta del 91 había rescatado de las calendas de 1936, en su celada contra el aborto legal Ordóñez subordina la norma civil de interés común a la hegemonía de una iglesia en particular, la católica: se ríe de la libertad de conciencia, de la igualdad y la libertad de cultos, patrimonio de las democracias liberales. El proyecto contra el aborto que cursa en el Congreso somete derechos fundamentales de la mujer al principio absoluto de una fe religiosa. Recula desde un orden laico y pluralista hacia el Estado confesional que tiraniza desde un credo a la sociedad entera. Como si todos los colombianos fueran católicos.
En honor de alianzas apolilladas que vuelven por sus fueros, son paladines de esta iniciativa la jerarquía católica y los jefes del conservatismo. E iglesias protestantes que nacieron a la política gracias a la libertad de cultos que la Constitución del 91 trajo, y ahora se rebelan contra ella. Ordóñez, cabeza de la conspiración, retoza en sus escritos contra el amor libre, los anticonceptivos, el aborto, la fecundación in vitro, la “ideología de género”; y, por supuesto, contra el “laicismo militante”, motor de la “agresión a nuestras tradiciones cristianas”. Reivindica la preeminencia de la ley divina sobre la terrenal. Pero el terrenal cargo de Procurador catapultó su poder, que éste despliega con potencia de cruzado. Y con desfachatez. No contento con aplicarlo al proselitismo religioso montando oratorios, colgando crucifijos y oficiando misas en las dependencias mismas de la Procuraduría, edifica su imperio espiritual sobre la amenaza de investigar y destituir a funcionarios y políticos herejes. Senadores de la Comisión que debate el proyecto contra el aborto tiemblan ante la espada de este Savonarola. Cinco de ellos le confesaron a La Silla Vacía estar “asustados de votarle en contra el proyecto al Procurador y sufrir luego (sus) represalias”.
La beligerancia de Ordóñez evoca la propia de su mentor, Laureano Gómez, en rebelión contra la Constitución de 1936 que separaba a la Iglesia del Estado, proclamaba el origen de la autoridad en el pueblo (no en Dios), y consagraba la libertad de conciencia y de cultos. “De ningún modo se debe obedecer a la potestad civil cuando manda cosas contrarias a la ley divina”, había exclamado el jefe del partido católico-azul prusia. El 15 de septiembre de 1940 convocaba Gómez a la guerra civil contra López Pumarejo, el “tirano” que había negado el origen divino de toda ley. Nueve años después, la guerra había saltado de la acción intrépida y el atentado personal al proselitismo armado, con intimidación, escarnio y ejecución de los contradictores. Entonces fueron la Violencia y sus 280 mil muertos. Guardadas proporciones y matices, sentenciar a prisión o a la muerte a cientos de miles de colombianas que por razones médicas abortan cada año, ¿no es declararle la guerra a la pecadora bíblica en pleno siglo XXI? ¿No es sumar más violencia a esta martirizada Colombia?
El Estado laico es de todos, no de los devotos ni de los incrédulos. Tampoco lo es del senador Gerlein, a quien “matar niños (le parece) aterrador”, pero no así el homicidio culposo contra sus madres. Ni lo es de los Andrés Uriel, ministro estrella del uribato que al reclamo por la corrupción que rodeó su desempeño en Obras, respondió altanero: yo no le rindo cuentas sino a Dios. La teocracia al servicio de la truhanería.