Camisas pardas en la Alemania de Hitler, camisas negras en la Italia de Mussolini, camisas rojas en la Venezuela de Maduro. Comandos de acción intrépida y atentado personal aterrorizaron allá y acá, como SS, como fascios, como colectivos chavistas. Dictaduras semejantes en política a las de Stalin y Fidel, se hicieron todas ellas con el poder desde la idea socialista, para ahogarla en sangre conforme mutaban sus mentores en verdugos del propio pueblo. Son regímenes de partido único, de monolito. De piedra abrazada en hierro, indivisa, impenetrable, con vocación de eternidad, erigida sobre la corrupción de una camarilla en funciones de gobierno (la nomenklatura), sobre la violencia y el miedo. En eso derivó la revolución bolivariana: en fascio-estalinismo como ciencia de gobierno.

91 muertos en cien días de protesta callejera se cargaban la Guardia Nacional y los paramilitares de Maduro cuando irrumpieron éstos a rugidos en el recinto de la Asamblea Nacional. De su brutalidad contra los diputados resultaron siete hospitalizados. Y repudio mundial por el asalto a mano envarillada al órgano supremo de representación popular. Minutos antes del asalto había azuzado el Vicepresidente Tareck El Aissami a los energúmenos para tomarse “las instalaciones de un poder del Estado secuestrado por la misma oligarquía que traicionó a Bolívar”. Los invitó a invadir el salón y, en ánimo golpista, “a tomar juramento de nuevo”. Mas no se contrae la ofensiva al Legislativo; se extiende al poder Judicial. El Tribunal Supremo de Justicia, órgano de bolsillo del Gobierno, prepara juicio y destitución de la Fiscal General, por reivindicar el Estado de derecho, la separación de poderes y objetar la convocatoria de una constituyente que dará poderes sin límite al Presidente y a su partido. Que prensará, aún más, el monolito.

La que se prepara es, en recuerdo de Oliveira Salazar, una constituyente corporativista. Invocando el Estado comunitario –manoseado también por Uribe y Fujimori–, organizará el poder local en consejos comunales con representación desproporcionada en la Constituyente. Pero serán organismos controlados por el Gobierno. Adminículos del partido único en el poder, obrarían más como fachada legitimadora del régimen que como poder con autonomía y capacidad decisoria. Quedará la soberanía popular encasillada en órganos de representación estamental adscritos al poder del partido de gobierno. En suma, ni voluntad general, ni pluralidad política. Dijo el vocero de los obispos en Venezuela que esta constituyente será la formalización coercitiva de una dictadura militar.

No en vano declaró Maduro que haría con las armas lo que no se pudo con los votos. Si no con las armas oficiales de la república, (en previsión de deslizamientos intestinos en el Ejército) con su anunciado medio millón de milicianos. Brazo armado del autócrata, cuyo primer contingente de 100.000 hombres obra hace años a sus anchas y en completa impunidad. Rasgo prominente en los regímenes de fuerza, ya fascistas, ya comunistas, otros lazos unen a los dos modelos. Como la concentración del poder y su carácter absoluto. O el ejercicio de la autoridad desde arriba y por encima de la ley.

Mas, como todo dictador, se cuida Maduro de aparecer como representante del pueblo. Lo que le da licencia para halagar a sus prosélitos, si condescienden; o para destruirlos, si se le oponen. Pero no es infinita su fuerza. Un pueblo volcado a las calles con la bandera en alto de la no-violencia conquista lo impensable: empieza por lograr casa por cárcel para el líder de la oposición. Si persevera y se organiza, si mantiene la simpatía del mundo, podrá perforar el monolito. Y hasta disolverlo.

 

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