Así quedó diseñado: para apretar hasta asfixiar. El deshonroso tratado que hoy despega no se contentará con alienarle a Colombia toda posibilidad de industrialización en el futuro. No se contentará con sepultar sectores enteros de la producción en el campo y empobrecer aún más a los dos tercios del campesinado que ya padecen hambre. Alargará su brazo peludo hacia el nicho de riqueza que nos queda, envidia del mundo entero: nuestra diversidad biológica, que es base de la biotecnología y su campo infinito de aplicaciones industriales, ambientales, médicas y agropecuarias. El valor de este mercado bordeó en 2005 los 800 mil millones de dólares. Las últimas décadas registran  avances insospechados en esta tecnología de punta y una carrera loca de las potencias industriales por hacerse con sus fuentes nativas, especialmente en la Amazonia. Pues con el TLC, Estados Unidos coronó. Gracias a las larguezas  de nuestros obsequiosos “negociadores”, ese país podría tener acceso privilegiado y exclusivo a nuestra biodiversidad; controlar el acceso a valiosos recursos animales y vegetales, y asegurarles precios de monopolio a sus multinacionales de la industria farmacéutica. Todo, en virtud de patentes que protegen la propiedad intelectual, vale decir, su exclusividad en investigación científica, en innovación y en comercialización de los productos. Maria Natalia Díaz advierte: “los términos pactados en el TLC en materia de propiedad intelectual y patentes encienden las alarmas sobre la futura propiedad de los recursos genéticos del país” (Externado, tesis de grado). Así como se allanó a “competir” con una agricultura potente y subsidiada, en materia de biodiversidad le concedió Colombia a Estados Unidos la parte del león.

Según la Organización Panamericana de la Salud, este tratado le concede a EE.UU. exclusividad de mercado en el sector farmacéutico. Y, por ende, precios más altos que si hubiera competencia. Además, – dice Consuelo Ahumada, algunos de cuyos razonamientos seguimos aquí- el TLC amplió la vigencia de patentes a los medicamentos de marca. Es decir, concedió más tiempo de monopolio a las grandes farmacéuticas, e impuso más restricciones a nuestra producción de genéricos. Perjudicados, los consumidores colombianos, pues los medicamentos genéricos valen en promedio la cuarta parte de los de marca, no desmerecen en calidad, y cubren dos tercios del mercado.

Descorazona la violencia del contraste que ofrece Colombia frente al tesón  de los países del G-20 –India y Brasil a la cabeza- que desde 2003 resisten la iniciativa de aplicar a los medicamentos derechos de propiedad intelectual que sólo favorecen a los países industrializados.  Exaspera la barbaridad (¿o la avivatada?) del ex ministro Palacio, que liberó los precios de los medicamentos, de modo que las grandes farmacéuticas extranjeras pudieran elevarlos hasta en un 3.204%, caso del Interferón B1-B; o del Rituximab, que en Colombia vale 3.500 dólares y, en Inglaterra, 278. Visionario, el personaje de marras concedió a sus anchas y por adelantado las gabelas del TLC. Obsequios que responden en medida sustancial al colapso del sistema de salud que tirios y troyanos reconocen ya.

Señala Díaz que la biotecnología sería nuestra última esperanza para producir bienes de alto valor agregado y competir desde nuestra inmensa riqueza biológica. Pero a condición de que sepamos enfrentar el oligopolio del sector, el régimen de patentes que impera, los vacíos normativos, la biopiratería. Y esta amenaza colosal contra la propiedad de nuestros recursos genéticos a manos de un tratado, planta carnívora, que quiere devorarlo todo.

Pregunta. ¿Quién anda detrás de los atentados contra Mónica Roa, gestora de la ley que autoriza el aborto en circunstancias especiales? La Justicia tiene la palabra.

Comparte esta información:
Share
Share