El brillo de las cifras de cobertura escolar que el Presidente presentó en su discurso del 20 de julio no oculta el vacío insondable de este Gobierno –y de los anteriores- en filosofía de la educación. No ofrece el Estado colombiano una reflexión maciza sobre el sentido de la educación y sus propósitos. Al igual que en salud (donde se confunde carnetización con acceso al servicio), se cree que apiñar niños en escuelas es educar. Con mucho, apenas si se logra masificar la nadería. Anclar a Colombia en el puesto 52 entre 65 países, en pruebas PISA. Con el regreso a clases y la proximidad de contrapropuestas a la Ley 30, hierve el debate. Vengan en su auxilio ideas de hombres que en el otoño de sus días desafían el conservadurismo y la estulticia de tantos que se precian de maestros y gobernantes.
Pepe Mujica, el presidente de Uruguay que no teme vivir como pobre si por los pobres luchó toda su vida, es también maestro de maestros. Y del dicho “no le des pescado a un niño, enséñale a pescar”, desprende el “no le des un dato a un niño, enséñale a pensar” (Discurso a los intelectuales, abril 09). Todos los datos se encuentran hoy en Internet, dice, lo que no está son las preguntas: este medio ha abierto todas las bibliotecas, todos los museos, todas las revistas científicas, todos los libros del mundo, todas las películas y las músicas también. Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua. Pero sólo lo lograremos “si nuestros chiquillos saben razonar en orden y hacerse las preguntas que valen la pena”. Preguntas “fecundas”, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y aprendizaje. Que desarrollen lo ya inventado. Moisés Wasserman, ex rector de la Universidad Nacional, escribe que las innovaciones surgen de aquel capaz de imaginar lo que no existe, no del que está entrenado en atender lo que ya fue (“Buscando el futuro”, UN, 2012).
Mujica le llama a esto cultivar la capacidad de pensar. Don que debería abarcar a todos, pues el proceso inaugural es el mismo para la física nuclear que para cultivar un huerto casero. Para todo se precisa “la misma mirada curiosa, hambrienta de conocimiento y muy inconformista. Se termina sabiendo porque antes supimos estar incómodos por no saber”. Eso se adquiere temprano, nos acompaña toda la vida y se contagia. Cuando se logra, “se ganó el partido casi para siempre. Porque se quiebra la ignorancia esencial que hace débiles a muchos, una generación tras otra”.
Nuestro maestro Guillermo Hoyos repudia la idea de que para formar ciudadanos basta con prepararlos para el trabajo, para la productividad y la competitividad. A ello se quiere orientar la educación con fines de lucro, apunta. En la investigación se olvidan las ciencias sociales y las humanidades, con lo cual se marchita la democracia. La filosofía, que parecería tan ajena a la vida práctica, sirve, no obstante, “para pensar críticamente los problemas de la sociedad en una perspectiva utópica”. Utopía que en Colombia busca un cambio en la justicia, hacia la igualdad y la paz; hacia una democracia sustantiva que se construya en diálogo con politólogos, economistas y políticos (El Tiempo, mayo 30, 12). También Wasserman aboga por un modelo educativo que se resuelva en investigación científica y creación artística; en promoción de las diversas culturas, en modernización de pedagogías y en cobertura con calidad.
El puente entre el hoy y el mañana se llama educación. La experiencia de Uruguay enseña que este puente no se cruza con retórica. Ni con cifras que serán sólo miel de discursos patrios si encubren la patética realidad de una escuela que, en vez de educar, atrofia y maleduca.