Desdeña su papel de primera dama del departamento de Antioquia. Prefiere batirse en primera línea de fuego contra las fuerzas que arrastran a miles de mujeres hasta el límite de su resistencia física y emocional, con la licencia que da el creerlas seres inferiores. Fue primero su campaña en 2008 –de hondo impacto en Medellín y registro en el extranjero- para rescatar a las jóvenes de un ideal de belleza cadavérica que los medios y la industria de la moda venden como paradigma de éxito y felicidad, pero que conduce a la anorexia y, en veces, a la muerte. La médica-siquiatra Lucrecia Ramírez no baja la guardia contra “la censura, los prejuicios, los poderes” de un medio tan hostil a la mujer. De una sociedad que concilia sin dolor el boyante negocio de la moda con la estética del narcotráfico –versado en fabricar y comprar el fenotipo anglosajón-, con la presión social que homogeniza la belleza y con las crueldades de un conservadurismo irreductible. Gimnasios, academias de modelaje, colegios, cirujanos plásticos, medios de comunicación, publicistas, industrias de alimentos y cosmética, ligas deportivas, la familia. Todo se confabula para deificar el modelo inapelable “flaquita = bonita = feliz”. Y, si no muere en el intento, la adolescente de hoy depositará mañana su fe en el Revertrex de alguna Grisales, menjurje que “esquiva la vejez”, cuya “prueba científica soy yo” –dirá la diva.

Coordinadora del Grupo Académico de Salud de las Mujeres de la Universidad de Antioquia, Ramírez dirigió una investigación que hizo historia. Evaluó el valor social de la delgadez extrema de la mujer, y la actitud frente a la prevención de la anorexbulimia, epidemia que erigió a Colombia en campeona de esta enfermedad en el mundo. La indagación comprobó que dos tercios de las adolescentes escolarizadas de Medellín corrían riesgo de trastorno alimentario. Un estudio adelantado en colegios de Bogotá concluyó que 10% de las estudiantes de bachillerato pesan hasta diez kilos menos de lo normal. Sólo consumen agua.

Para el grupo de científicas, la anorexbulimia es problema sicosocial que pesa sobre nueve mujeres de cada diez enfermos. Deriva de la presión que la publicidad, la economía y la cultura ejercen sobre las mujeres, hasta convertir su cuerpo en mercancía. El patrón de belleza delgada altera la conducta alimentaria de la adolescente, que deja de comer para hallar en aquel su identidad femenina. Todo se teje con la cantinela incesante que reza: ser flaca es ser mejor; más bella, más exitosa, más digna de amor. El dogma se impone como valor universal, imperativo, y deviene necesidad  vital de la adolescente que, temiendo ser excluida, cifra en él todas sus esperanzas de integración social y de amor.

El estudio de Ramírez y su equipo ofrece directrices para prevenir la anorexia y la bulimia. Sostiene que si se modera la presión social sobre la delgadez de las adolescentes, éstas aceptarán mejor sus cuerpos y se reducirán los trastornos alimentarios. Además, se abrirá paso un criterio democrático que acepte la diversidad –gorditas, flaquitas, rubias y morenas- y eduque en la equidad de sexos.

Producto de esta investigación fue una intensa campaña educativa que sacudió a Medellín. Y una red de prevención de la anorexbulimia enderezada a crear una contracorriente de opinión adversa a la tiranía de una estética inventada para servir al dinero, a costa de la salud y la vida de las mujeres. La enfermedad rompió los muros de consultorios y centros de salud mental, para convertirse en asunto de dominio público. Pero la batalla es larga y recia. Como duro es el mazo que se descarga sobre el género femenino en la católica y abnegada Medellín. Única ciudad que vio cerrar su Clínica de la Mujer, al vuelo de las sotanas y bajo el puño inquisitorial del Procurador Ordóñez.

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