Bajo la miel del discurso del Papa, que cautiva muchedumbres, se esconde el duro pan del oscurantismo y los negocios. Escenario de polémica sobre formalismos de moral sexual, el Sínodo de la Familia que comenzó el domingo en Roma no será prueba de fuego para una jerarquía en cuyo seno aún los más audaces, como Bergoglio, mantienen celosamente la ortodoxia. Tampoco podrá esperarse que la invocación de Francisco a una Iglesia pobre para los pobres desemboque en entrega de su ostentosa riqueza a los desvalidos. Sólo en propiedad raíz, hoy se calcula aquella en dos trillones de dólares (Alexander Stille, The New Yorker, sept). La profilaxis de las finanzas del Vaticano, en buena hora acometida por el pontífice y fuente de roces intestinos allí, apunta menos a sofocar la adicción de la Curia romana a la opulencia, que a trocar sus negocios sucios en negocios limpios. Y, con mucho, en la vena de los tiempos, a contemplar el paso de un capitalismo rentístico, especulativo, salvaje, hacia otro menos oprobioso. Lo que sería encomiable, si no se tratara de una institución espiritual inspirada en el desprendimiento y la humildad.

Podrá Francisco preguntarse “quién soy yo para juzgar (al homosexual)”, y sus palabras darán oxígeno a la galería. Podrá hasta simpatizar con el obispo Charamsa, funcionario de la Congregación para la Doctrina de la Fe quien, para escándalo del orbe, salió del clóset este sábado, abrazó a su novio ante los medios e instó a la Iglesia a reparar en los homosexuales creyentes y entender que imponer abstinencia y vida sin amor es inhumano. Pero el Papa le dirá que él se atiene, como se atuvo siempre, al Catecismo católico, según el cual la homosexualidad es desviación y pecado. Mas, humano, le tenderá su mano paternal; abrirá su corazón para entender las flaquezas del pecador; lo invitará a arrepentirse, pero jamás le reconocerá el derecho de amar a quien le plazca. Y cargará Charamsa con el estigma de la vileza, perdonada o no, por una jerarquía despótica, rebasada por la historia y por su propia grey. Pesará la misma impronta sobre la mujer que abortó, acogida por una vez en el seno del pontífice magnánimo, mientras implore perdón por ejercer el derecho a disponer de su libertad, de su cuerpo y su salud.

Méritos de Francisco, su empeño en reformar la Curia Vaticana, en erradicar la pedofilia, en el viraje diplomático que ha favorecido la nueva relación entre Cuba y EE.UU. y el proceso de paz en Colombia. Y la citada profilaxis financiera, cuyos pormenores revela Stille, y que debutó identificando decenas de miles de cuentas “irregulares”, cuentas para evadir impuestos y lavar activos de la mafia. Se descubrió a principios de año un primer monto de $ 1,2 billones de dólares en activos financieros del Vaticano sin registro contable.

Se estima que la cuarta parte de las propiedades en Italia pertenecen a la Iglesia. En las colinas de Roma, un número obsceno de  monasterios, conventos, seminarios, fundaciones, confraternidades e institutos son propiedad suya. Toda suerte de tesoros escondidos, de riqueza y belleza sin par. Y la Iglesia los ofrece en arriendo, por cánones prohibitivos. Nuestro autor conoció el apartamento del cardenal Bertone: más parecía el de un jefe de Estado que el de un sacerdote, escribió.

El Vaticano es una monarquía sin territorio cuya corte lleva veinte siglos convirtiendo el legado de un profeta descalzo en fuente de poder y demasía. Hasta derivar en potencia económica comparable con Rusia. ¿A qué tanta riqueza malhabida o bienhabida, multiplicada aún con diezmos de pobres? ¿A qué tanta opresión sobre las almas que escapan a la caverna? ¿A qué tanto hablar para esquivar la verdad?

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