Casi ningún papa ha sembrado, como Francisco, tanta duda: no se sabe aún si la humildad de sus gestos es búsqueda genuina de Jesús o de la grey que, extraviada en otros predios, socava el poder de la Iglesia. Sus fieles migran en masa hacia templos de evangélicos y pentecostales; y responden más a los regímenes de izquierda que proliferan en América Latina que a las viejas elites aliadas de la Curia vaticana. Se le desperdiga a esta institución el rebaño y, con él, la savia al roble milenario.

 Pese a la secreta complacencia de la Iglesia argentina con su dictadura de los 70, hay quienes estiman que el Bergoglio de hoy restaura la Teología de la Liberación. Versión latinoamericana del Concilio de Juan XXIII que convulsionó al catolicismo con la teoría y la práctica de la opción preferencial por los pobres, terminó aplastada por la corriente más retardataria que Juan Pablo II y Benedicto encarnaron. Éste, el ideólogo (cabeza a la sazón de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el nuevo nombre de la Inquisición), movió la mano del polaco que azotó sin tregua ni clemencia a los curas artífices de la renovación.

 Pero Leonardo Boff, mentor de aquella teología en el subcontinente,  destaca el pronunciamiento de Francisco contra el sistema que ha perpetuado injusticia y desigualdad en la región. Resalta sus críticas a la pasión del lucro y al individualismo que lo sustentan. Encuentra en la postura del argentino la impronta transformadora que le faltó a la doctrina social de la Iglesia. Ideología acuosa –se diría, empero- que ocupó el polo propagandístico de Roma mientras en el otro se instalaba una diplomacia que abrazaba sin pudor a dictadores: Pio XII a Hitler, Juan Pablo II a Pinochet, la jerarquía argentina a Videla. Sólo el tiempo y los hechos medirán el alcance del timonazo papal. Dirán si era dable la ficción del equilibrio entre fuerzas antagónicas simbolizado en la canonización simultánea de Juan XXIII y Juan Pablo II que Francisco prepara.

 Para el escritor Carlos Jiménez Moreno, los nuevos desafíos a la Iglesia han creado una situación inédita: hay dos papas. El alemán, gran inquisidor, terror de los teólogos liberales de Europa y de los teólogos de la Liberación en nuestro continente. Francisco, por su parte, sobrelleva el fardo de haber presidido la iglesia más conservadora del continente, pero con su reivindicación simbólica de los pobres ensaya un populismo. Así responde –según Jiménez, al reto de recuperar la principal reserva política y demográfica del Vaticano, sin violar su pacto con las viejas castas del poder. Pero ahora los movimientos populares y cristianos de base y el viraje político de la región hacia la izquierda le plantean un desafío inesperado a la tradición conservadora. Como si fuera poco, las sectas protestantes se disputan el alma de las mayorías populares, y la Iglesia va perdiendo la batalla. Concluye Jiménez que, ante tal debilidad estratégica del Vaticano, los acercamientos de Boff a Francisco traducen una oferta de alianza de mutuo beneficio con la Teología de la Liberación y sus comunidades de base.

 Si así fuera, pecaría por exceso de optimismo Boff. Más propagandista que reformador, Francisco trocaría el transformismo de la Teología de la Liberación por invocaciones a la caridad. Reveladora la apreciación de nuestro vaticanista conservador Guillermo León Escobar: “Quienes esperan de Francisco cambios doctrinales se equivocan de medio a medio. (Su acercamiento a la gente) procede más por los gestos y las actitudes que por las palabras. El trabajo doctrinario lo perfeccionó  (Ratzinger); ahora ha llegado la plenitud del pastor… en busca de las 99 ovejas que se le han escapado”.

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