Los miles de ejecuciones extrajudiciales que se le imputan a la fuerza pública, la suspensión de la ayuda norteamericana a tres unidades militares por cohonestarlas e indicios de que Obama desmontaría el Plan Colombia pusieron al descubierto una sorda rivalidad entre dos concepciones de la guerra en el seno de las Fuerzas Armadas. Una, la del General Padilla, piensa la Defensa en términos de desarrollo integral y guerra limpia. En la otra, la del General Bedoya, clonada en el General González que lo sucede en la comandancia del Ejército, la Defensa se resuelve en reducción del enemigo por las solas armas, cueste lo que cueste; en el “ímpetu operacional” que cosecha triunfos pero ha dado lugar también a crímenes que por su número y modalidad evocan los horrores del régimen de Pinochet y la inhumanidad de la guerra del Congo.

La modificación de los énfasis del Plan Colombia en 9 años juega en esta escisión estratégica. El Plan original planteaba soluciones al conflicto armado mediante una política integral enderezada a fortalecer la democracia  y atacar las raíces de la exclusión y la pobreza, multiplicadores de la violencia en las zonas afectadas. Habría en éstas inversión para mejorar las condiciones de vida y alternativas de desarrollo a largo plazo, incluidas las zonas de cultivos ilícitos. Ello se traduciría en proyectos productivos de elevado impacto económico y social, con creación de empleo e ingresos.

Pero la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla opacó el componente social del Plan, lo redujo a Familias en Acción y Familias Guardabosques. Todo fueron armas y, para los pobladores, placebos contra el hambre. Armas inadecuadas, costosísimas y peor distribuidas entre las distintas fuerzas militares. Con su aureola de antigüedad, el Ejército acaparó la mejor parte y se llenó de tanques de guerra que se atascarían en la primera cañada de la selva, pero servían, eso sí, para exhibir en las fiestas patrias como rodantes danzarinas sobre las asfaltadas calles de Bogotá.

Se ignora qué proporción de los 6 mil millones de dólares y de las partidas del presupuesto nacional destinadas a Defensa se ha invertido en hinchar con estos juguetes la vanidad de generales que, lejos de responder ante la justicia por su inconcebible laxitud frente a crímenes de lesa humanidad atribuidos a sus subalternos, resultan elevados a los altares de la diplomacia. El General Bedoya no sabe todavía si escoger la embajada de Corea entre las varias que el Presidente le ofreció, magnánimo. Entre tanto, no cabe esperar que González, su subalterno, protagonice en el Ejército el necesario viraje. En vez de esperar resultados que él anuncia, la opinión debe pedirle cuentas sobre los resultados que ya produjo y nunca explicó: sobre los 355 presuntos falsos positivos que se presentaron en Antioquia mientras fue comandante de la Cuarta Brigada.

Sea cual sea el destino del Plan Colombia, la reestructuración del sector Defensa tendrá que equilibrar el poder de las distintas fuerzas militares. Y escoger entre un modelo de guerra que ataca también las causas sociales y económicas del conflicto, respetando los derechos humanos, y otro que busca exterminar al enemigo sin muchos miramientos éticos. Es de temer que termine por prevalecer el último, si este gobierno sigue usando las bajas de la guerra como instrumento de propaganda electoral.

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