Incompetente. Improvisador. Necio. Contradictorio. Provocador de pánico económico. Izquierdista de dudoso color de piel y cuna sin pergaminos. Demonio empeñado en descalabrar la capital y destruir su joya, Transmilenio. Cantinflas. No ha faltado quien deslice solapadamente consejas de alcoba sobre este hombre que, “cosa rara, tiene tantos hijos”. Muestra al azar de la roña que señorones de postín arrojan a la cara de Gustavo Petro, alcalde elegido en franca lid. Ira santa de elites ofendidas por la mala pasada del destino que plantó en sus predios al intruso. No le perdonan el triunfo electoral y, habituadas al monopolio del poder, ven con horror en el futuro político de Petro una amenaza letal. Pero envilecen en el insulto el ejercicio legítimo de oposición. En la pretención de cobrarle lo ajeno. En sus silencios interesados.
No preguntan, verbigracia, por qué archivaron investigación de la Contraloría contra Enrique Peñalosa por omisión en la vigilancia de los contratos de Transmilenio que cambiaron las especificaciones técnicas de las losas, yerro que está en el origen mismo del desastre y, en inversión gratuita de responsabilidades, quieren endilgarle al nuevo burgomaestre. La Red de Veedurías Ciudadanas, cuyo estudio retoma Libardo Espitia (Razón Pública, 3-25), pone el dedo en la llaga. En 2003, a sólo tres años de inaugurado el Transmilenio, se abrieron las primeras grietas en las troncales. La sociedad Steer Davies & Gleave había optado a contrato con estudios que contemplaban relleno granular como material de nivelación en los carriles de los buses. Pero, ganada la licitación, se cambió este material por relleno fluido. A sabiendas, la resistencia se redujo a la mitad. Y la vida útil de las losas, calculada en 20 años, bajó en picada pues desde hace una década éstas muestran fauces cada vez más hondas. Además, como aquella Administración no le exigió al contratista el mantenimiento de las troncales, a marzo de 2011 el Distrito había tenido que invertir 57 mil millones en rehabilitación de losas; y deberá destinar 300 mil millones para reconstruir las 20 mil pendientes. La Contraloría abrió en 2004 procesos de responsabilidad fiscal por valor de 79 mil millones. Pero hoy duermen el sueño de los justos. ¿A son de qué?
No contentos con querer cobrarle a Petro lo que no debe, se han regodeado en la intemperancia verbal del Alcalde. Papaya caída del cielo para poder ocultar las razones verdaderas de su descontento: el Plan de Desarrollo del Distrito. Es que el nuevo modelo de ciudad busca reducir la segregación social, ordenar el desarrollo respetando el ambiente, ampliar la participación política de la ciudadanía. Ruptura no por modesta menos intolerable para una derecha que no se aviene con restablecer la preeminencia de lo público y combatir la corrupción, vale decir, con poner en riesgo sus negocios. Derecha complaciente con el entonces alcalde Moreno, hoy preso, porque gobernó con él y se lucró de la contratación dolosa que entonces imperó.
La sana crítica, siempre deseable, se ve aquí avasallada por el ataque soez a la persona. Por la arbitraria adjudicación de culpas ajenas. Como lo indicarían las omisiones (¿deliberadas?) de Peñalosa desde los orígenes mismos de Transmilenio, una de las causas gordas de la debacle en el transporte de Bogotá. Pero también Petro deberá sacrificar locuacidad en favor de la sindéresis: no dar pretextos de forma a una derecha que odia en él el proyecto de izquierda democrática. Y no confundir liberalidad política con venias a algún recóndito laureanismo del corazón. Reemplazar a Navarro Wolf con un vástago de aquella casa, como se especula, moderaría la vocinglería de la derecha. Pero enterraría la coherencia ideológica que su nuevo modelo de ciudad reclama