Critican algunos a la izquierda –moralista, irresoluta, inmadura- porque, habiendo decidido la elección del Presidente, en vez de exigir participación en el Gobierno tornó a sus cuarteles de invierno como oposición a las políticas que le repugnan; aunque también como aliada de la paz y sus reformas. A la voz de terminación del conflicto y en la inminencia del retorno al autoritarismo, sorprendió el centro-izquierda con un reagrupamiento en Frente Amplio por la Paz, que no parece apuntar al cogobierno con Santos sino al poder local-regional el año entrante, y a la Presidencia como fuerza alternativa en 2018. Unidad insospechable en agrupaciones celosas a veces hasta la autoinmolación por preservar la pureza de una idea abstracta y la autoridad irreductible del líder que la encarna. Una verdadera sublevación contra este conservadurismo. Mas, pese al poder electoral que acaba de probar, la nueva coalición está en pañales.

Vulnerable en su cuna, se debate ella de seguro en una delicada disyuntiva: o uno de los suyos se deja nombrar ministro a título personal o en nombre de su grupo, lo que podría dinamitar en el huevo la unidad de un Frente que no estaría todavía en condiciones de hacerse representar como un todo en el Gobierno central. O bien, se consolida como proyecto estratégico de tercería de centro-izquierda, donde deberá caber eventualmente un aliado ideal: el liberalismo de avanzada. Será su momento sicológico, será su historia, serán sus aprehensiones. Pero es lo que da la tierra da. Tal vez obre allí el impulso de una izquierda que, cooptada históricamente por el reformismo liberal, aspire por ahora a brillar con luz propia.

Aunque podrá suscribir ya pacto formal con el Jefe de Estado para materializar las transformaciones que el propio reelegido ofreció. Y hacerlo respetar como minoría decisoria en el Congreso, cuando de legislar se trate; y como animador del movimiento civil extraparlamentario. Parte sustancial del pacto sería recomponer el gabinete de ministros con figuras excelsas y dispuestas a jugársela por un país nuevo. Un Moisés Wasserman, verbigracia, en Educación. Y hallar antípodas para ministros tan reaccionarios como los de Hacienda, Agricultura y Defensa, de inocultable impronta uribista. Ojalá el nuevo bloque termine por abrazar también a demócratas de los partidos tradicionales y amplíe una opción socialdemócrata capaz de emular a la extrema derecha, que se hará sentir.

Mucho enseña la experiencia del Frente Amplio de Uruguay. Integrado hace 43 años y llegado hace una década al poder, rebeldes, reformistas y demócratas de la política tradicional se aliaron en torno a un programa mínimo, se obligaron a respetarlo sin sacrificar la identidad política de cada agrupación y a dirimir sus discrepancias en casa. El más variado espectro de reformistas y radicales –exguerrilleros comprendidos- se obligaron a la unidad de acción, a respetar los compromisos suscritos y los mecanismos de solución de conflictos entre ellos. Pero sin sacrificar la identidad histórica, filosófica y de principios de las distintas fuerzas. Explica Clara Lucía Rodríguez que ellas mantienen su estructura, sus estatutos, sus decisiones autónomas, pero preservando la unidad básica pactada. Y el respeto por los compañeros de viaje.

Se adivina en el Frente colombiano la intención de fortalecerse en la unidad para negociar con buen éxito una agenda mínima de reformas, como fórmula intermedia entre la independencia y el cogobierno. Acaso le llegue después la hora de participar en el Gobierno. Y abre una esperanza: ingresar, por la vía del Frente Amplio, en las ligas de la nueva izquierda latinoamericana que lideran Uruguay, Chile y Brasil.

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