América Latina sigue, expectante, las negociaciones de La Habana. Y es que el fin del conflicto armado le traería a Colombia el espacio de apertura política que desde hace tres décadas impera en casi toda la región. Si las Farc renunciaran a las armas y las amarras de la política cedieran en ésta nuestra democracia de papel, respiraría el centro-izquierda. Momento irrepetible, emergería aquel del extrañamiento que una clase dirigente ramplona, elemental, le impuso, acaso aupada por la arrogancia de la izquierda armada que se autoproclamó opción única de cambio. Mas no sería la izquierda beneficiaria exclusiva de un acuerdo con las Farc. Ahora el terreno de la política se vería copado por la construcción de la paz, de un país sintonizado con el viraje del subcontinente. Todos los partidos tendrían que redefinirse en función de escalar peldaños en democracia y desarrollo; o bien, de porfiar en el estado de cosas que condujo a la guerra. Pero de frente, sin ambigüedades ni temores.

 En este territorio de ideas y propuestas, el centro-izquierda no es mendigo. Brillará, si reconoce que batirse por reformas de fondo exige más imaginación y arrojo que apertrecharse, huidizo, en las altisonancias de una revolución improbable y abstracta; si no se presume partido prematuramente sino coalición de fuerzas; si depone autocomplacencias y dogmas, será opción de poder. En 2014, para comenzar. Que no es utopía lo sugiere la marcha de los diálogos de paz, más afirmativa cada día. Y con nuevos ingredientes que ensanchan la esperanza. Como las conversaciones privadas que las Farc han sostenido en Cuba con excombatientes del IRA y de Centroamérica sobre mecanismos de desmovilización y desarme, sobre el perdón, sobre reconocimiento y reparación a las víctimas. Por su parte, en sentencia que responde a la intención expresa de esa guerrilla de abandonar la guerra y hacer política, el Estado le devuelve a la UP su personería jurídica. Por sustracción de materia -5.000 militantes asesinados a mansalva- la UP es hoy más sigla que partido. Pero sigla cargada de sentido. Y ahora capaz de cobijar bajo su manto a la izquierda dispersa (Farc desmovilizada comprendida), que puja por remontar el umbral del 3% de votos, norma letal para las minorías.

 Tal vez por el peso de los símbolos, el renacimiento de la UP contagió de optimismo a la izquierda toda, que no ha cesado de invitar a la unidad, a coligarse en torno a la bandera de la paz. Clara López, del Polo; Antonio Navarro, de Progresistas; Omer Calderón, de la UP, Carlos Lozano del PC, los Independientes de Angelino Garzón, Marcha Patriótica, Verdes, Indígenas, hasta Iván Márquez declaró que su sueño es la unidad. Navarro  presiona la expedición de una ley que autorice coaliciones para cuerpos colegiados, y Clara López aboga por un estatuto de oposición que garantice participación equitativa en política. E insiste en la formación de un frente político que desborde las organizaciones de izquierda. Viene a la memoria el Frente Amplio de Uruguay, que ha llevado a la presidencia a dos hombres de izquierda. Integrado por rebeldes y demócratas de los partidos tradicionales, lejos de fusionarse, se aliaron en torno a un programa mínimo y se obligaron a respetarlo sin sacrificar la identidad política de cada uno. Pasó también en Chile y en Brasil.

 Un acuerdo de paz sería el logro estelar de Colombia en medio siglo. En propuestas para reconstruirla, la izquierda unida podrá sobresalir. Y en votos, sorprender. Si su supervivencia electoral depende de una ley, su supervivencia histórica dependerá de la desaparición de todo brazo armado de partido: los de derecha y los de izquierda. Dependerá de que haya paz.

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