“Frente Antiterrorista” tendremos mientras haya en Colombia una derecha golpista, enemiga de la paz, que reciba callada votos habidos en alianza con paramilitares; mientras repiquen guerrillas cuya criminal estupidez legitime la beligerancia de aquellas fuerzas retardatarias que se reeditan una y otra vez en nuestra historia. Ahora quieren éstas organizarse para la reconquista del poder, sonsacando gente de la derecha desarmada que hoy se acomoda en el Gobierno. Uribistas de corazón pero aferrados a sus puestos y contratos, muchos conservadores y miembros de la U vacilarán entre dos amos. Acaso la acción antiterrorista que tras diez años de batallar se formalizó en El Nogal consiga fracturar el unanimismo de patria boba que respira la Unidad Nacional. Entonces se abriría el abanico de la política en las opciones que cualquier democracia reclama: ultraderecha, centro-derecha, izquierda. Modelo deseable si no fuera porque la primera se ha permitido aquí tentaciones tan subversivas como las de Farc-Eln. No otra cosa son las incitaciones del uribismo a la insubordinación del ejército contra el poder constituido, con sonoro aval de Fernando Londoño. Y la izquierda, pobre en propuestas de fondo, compite mal con el asistencialismo de los neoliberales. De no converger con el liberalismo socialdemócrata –si lo hay- dilapidaría su 28% de intención de voto para 2014.
En auxilio del proyecto uribista acude, cómo no, Fernando Londoño, el doctrinante mayor. Criado entre Leopardos y Azucenos cuando el debate en la Manizales de sus ancestros se libraba entre partidarios de uno u otro totalitarismo europeo, Londoño lleva la impronta de aquella cuna. Del Laureano Gómez que expulsó del conservatismo a los Leopardos porque su fascismo, como el de Mussolini, era laico; no católico como el de Franco, el alterego de Laureano. Verbo intrépido el de su discípulo, si de vetar devolución de tierras se trata. Con una fatal coincidencia: su defensa indistinta de toda propiedad agraria (vieja y nueva) corre parejas con la formación de ejércitos antirrestitución en el campo. Londoño le dará al Frente Antiterrorista la armadura ideológica que en tiempos del uribato le faltó. Todos los poderes que pelecharon y se consolidaron al abrigo del narcotráfico y que vieron en Uribe un redentor marcharán ahora al paso de hombres de pro, de figuras que darán brillo a las gestas por venir. Estaría por verse si Londoño pertenece a la derecha humanista que no suscribe la filosofía de un orden forjado con sangre.
En el divorcio de Uribe y Santos, de ultraderecha y centro-derecha, tendrá la izquierda democrática su oportunidad de oro. Pero sólo si rompe del todo con las sectas proclives a la lucha armada. Si abandona el populismo heredado del M19 en sus escarceos con la Anapo, que emula a tumbos el asistencialismo de Familias en Acción y casitas gratis para los más pobres, que son el destinatario natural de la izquierda. Si amplía el espectro de sus aliados en la arena de la socialdemocracia. Si es capaz de aterrizar una propuesta social como parte orgánica de una estrategia de desarrollo que dé empleo y no caridad.
La derecha dura llegó para quedarse. Uribe se propone salvar a sus amigos del acoso de la justicia. Cuidar su poderío en las regiones, bastión de su proyecto histórico. Defender los viejos y los nuevos poderes del campo. Y, sobre todo, impedir un acuerdo de paz antes de derrotar por las armas a la guerrilla. Es decir, jamás. Para todo ello ha lanzado su frente antiterrorista. Si la izquierda no da un vuelco, Colombia seguirá siendo el país más conservador de América, donde no se enfrentan izquierda y derecha sino azul fascista y rojo desteñido.