Mientras no cese la batalla mundial contra las drogas, epílogo de la Guerra Fría; y mientras no renuncien las Farc al narcotráfico, esta guerrilla podría seguir viva indefinidamente. Como ejército o como eclosión de bandas criminales. Que la restitución de tierras abriría senderos de paz porque apunta al corazón del conflicto, no se discute. Pero quedaría suelta la otra rueda de nuestra perdición: el narcotráfico. Negocio que absorbió a las Farc y las trocó de rebeldes con causa en organización plagada de malhechores. Por contera, la perversidad incalificable del secuestro. En las tres fases bélicas que marcan la historia de esta guerrilla (la violencia liberal-conservadora, la guerra contrainsurgente y la del narcotráfico) esta última trastorna su natural político. Y deposita en la contraparte el desafío de conjurarla apostando a la despenalización de la droga.

Las Farc -brazo armado que fueron del Partido Comunista- se gestan en la Violencia, eco de la Guerra Civil española signada por el choque agreste entre laicistas y clericales. Tras el asesinato de Gaitán, ambientado en el torrente cavernario que llegaba del Norte, también aquí convergen guerrillas  comunistas y liberales, Tirofijo al mando de una de estas últimas. Las unen el imperativo de esquivar las balas del régimen conservador y reminiscencias de viejas luchas por la tierra.

Después vendría la disputa en patio ajeno entre el Bloque Soviético y EE.UU. por prevalecer en el orbe, no ya con armas atómicas sino con guerritas de baja intensidad en el Tercer Mundo. Tras bambalinas, la doctrina Truman que instaba a levantarse contra “la agresión de minorías armadas o presión exterior”. En 1964, el presidente Valencia bombardea Marquetalia, reducto de autodefensas campesinas de orientación comunista. Y nacen las FARC. Y el EPL afecto a Mao y el ELN, a Fidel Castro. Trilogía doméstica apadrinada por los tres centros del socialismo internacional: la Unión Soviética, China y Cuba, respectivamente. Diez años después nacería el M19, esta vez con el sello de los Montoneros peronistas y del sandinismo. Papel crucial jugaría la revolución cubana, catalizador de la Guerra Fría en América Latina. Mecha incendiaria de los soviéticos en este continente hundido en el atraso y la desigualdad. Epílogo de la Guerra Fría serían las dictaduras de militares anticomunistas y neoliberales en los años 70 y 80.

Entre tanto, el narcotráfico se toma a Colombia. Las FARC ingresan de frente en la internacional de la coca. Quedan inscritas en la guerra contra las drogas que Estados Unidos lidera. Ya en 1982 el grupo armado regulariza el cobro de impuestos a productores y narcotraficantes. Por desacuerdo con la mafia sobre montos del “gramaje” y en una escalada de secuestros a hacendados, estalla el conflicto con el capo mafioso Rodríguez Gacha. En 1994 el paramilitarismo se organiza en AUC. La Unión Patriótica, partido legal creado por las FARC al calor de los acuerdos de paz suscritos con Belisario Betancur, ha sido exterminada.

Derribado el muro de Berlín, clausurada la Guerra Fría. Los EE.UU. elevan el narcotráfico a categoría de seguridad nacional. Pastrana suscribe el Plan Colombia, iniciativa de ellos que apunta al narcotráfico, ergo, también a las Farc. Uribe aprieta el paso obsequiándoles siete bases militares. Ahora Santos pone la mira en la paz y las Farc ofrecen no volver a secuestrar. Anuncio histórico. Conforme el Gobierno devuelva tierras y ofrezca instrumentos de justicia transicional para la paz, si la insurgencia los acoge tendrá que renunciar al narcotráfico. Y Santos, aplicarse a fondo por la despenalización de la droga; en la Cumbre de las Américas, verbigracia. Si nuestras guerras llevan la impronta internacional, que la paz la lleve también.

Comparte esta información:
Share
Share