El suicidio de Sergio Urrego, inducido por la atmósfera recurrente de dogmatismo que nos asfixia –esta vez desde hace 12 años- evidencia la accidentada construcción en Colombia del Estado laico y democrático: de aquel regido por la ley civil y atento a los derechos de las minorías. Un paso adelante, dos atrás, la legislación que protege a la población LGBTI se vio burlada por la arbitrariedad. No cede la beligerancia de jerarcas de la política y las iglesias que traducen su credo en discriminación y violencia moral contra la diversidad. Fuerzas rancias ceñidas a una idea fija y refractarias al cambio colonizan los colegios hasta provocar la muerte de inocentes. Contra la ley antidiscriminación que garantiza los derechos de todas las razas, nacionalidades y orientaciones sexuales, muchos planteles dieron en la flor de catalogar el homosexualismo como causal de expulsión. Sus manuales de convivencia reproducen la dialéctica de la Inquisición: por milagro divino, la falta de disciplina deviene en pecado, y éste se transforma en delito.

En el fondo de la contienda, la concepción de familia. No reconocen los tonsurados la crisis de la familia nuclear. Vida urbana, revolución social animada por la masiva incursión de la mujer en fábricas, oficinas y universidades, píldora anticonceptiva, matrimonio civil y divorcio diversificaron las costumbres sexuales y demolieron la familia patriarcal. Un tercio de nuestras mujeres vive en unión libre y sólo el 19% se casa. 31.7% de jefes de hogar son mujeres, solteras. Apenas la mitad d los niños vive con ambos padres biológicos. Y las uniones homosexuales se expanden. Pero la Iglesia no parece reconocer como familia sino la de pareja heterosexual unida en patrimonio para tener hijos. Se reclama depositaria exclusiva de la moral sexual y asume la existencia de otros tipos de familia como agresión a los valores excelsos de la familia patriarcal, fundamento de la civilización cristiana occidental.

Esconden los prelados su cabeza de avestruz para no ver el cambio: un mundo nuevo que estalla en la diversidad y pide pista en su propio seno. Como la piden hoy miles de fieles agrupados en organizaciones como Católicos por el derecho a decidir. Institución monolítica, cualquier anhelo de pluralismo desafía el poder centenario de la Iglesia colombiana, anclado en el pueblo-uno, indiviso, bajo la corona única de Cristo-rey. Mas, a la par con la libertad de cultos, acogió el liberalismo la libertad de partidos y de pensamiento y de opciones en moral privada. A Nadie se le negará el derecho de repudiar el socialismo, la homosexualidad o el aborto. Otra cosa es que quiera imponerlo como política de Estado.

Pero en este desierto se dibujan oasis como Liberarte, un espacio terapéutico fundado en la valoración de la diversidad humana. Para Carolina Herrera, una de sus sicólogas, legitimar sólo la heterosexualidad como manifestación posible de amor, le niega opciones a un segmento de población que, presa de la homofobia, desespera. En busca de identidad –explica- se cae con frecuencia en oposiciones excluyentes homosexual-heterosexual, blanco o negro que estigmatiza y oculta los colores y matices de la vida. Por miedo a lo desconocido, al “otro” que amenaza la confortable identidad que nos define.

Cabe preguntarse cómo reconocer que la cultura, la sociedad, la identidad cambian. Si identidad hay sólo una, la del católico-heterosexual-monogámico-decimonónico. Qué hacemos, en un mundo tan diverso, para cuestionar nuestros propios prejuicios frente a las diferencias de opción amorosa,  de raza, de religión, de clase social. Qué, para saltar de la seguridad de lo conocido a la aventura de lo desconocido. Qué, para vencer el miedo al cambio, el miedo a la diversidad.

Comparte esta información:
Share
Share