Chantajistas, vendedores de la paz por un plato de lentejas, prosélitos vergonzantes o aulladores de la guerra, pasarán a la historia por su pequeñez los parlamentarios que malograron el Acuerdo del Colón o lo redujeron a flecos. Si hubieran librado batalla de ideas, sería una victoria honrosa. Pero casi todo ha sido marrulla, trampa, patrasiada de lo acordado limpiamente y ya aprobado, cálculo sobre mermelada y puestos, y un mendigar acomodo en los altares de la caverna, el Centro Democrático y Cambio Radical. Razón tiene el 89% de los colombianos, que desprecia a esta clase parlamentaria hoy dispuesta a sepultar el proceso que desarmó a la mayor guerrilla de Occidente, la allanó a la democracia burguesa y a su justicia. Y que es modelo de negociación para el mundo.
Salvo por figuras como Angélica Lozano, Jorge Robledo y Claudia López que ocupan sistemáticamente el podio de senadores ejemplares, se echa de menos el brillo intelectual de un Laureano o un López Pumarejo; de un Álvaro Gómez, un Gaitán, de Alberto y Carlos Lleras o de un López Michelsen. Dieron ellos categoría a la política y a la controversia parlamentaria. Hoy, en cambio, se aglomeran en el Capitolio supérstites de parapolíticos que ovacionaron a Mancuso en “el estrado sublime de la democracia”. A donde se llegó el criminal de marras sin haber firmado paz alguna ni entregado las armas, para promover su causa: la del paramilitarismo, brazo armado del narcotráfico. El entonces Presidente Uribe, tan inflexible ahora contra las que estima excesivas concesiones a las Farc, declaró: “Desde que haya buena fe para avanzar en el proceso (de Ralito) no tengo objeción a que se les den estas pruebitas de democracia. Creo que se sienten más cómodos hablando en el Congreso que en la acción violenta en la selva”.
33 años después, en elocuente evocación de un pasado infame, un grupo de congresistas se ha bautizado Los Pepes. No ya Perseguidos Por Pablo Escobar, sino Perseguidos Por el Palacio Presidencial. Por mezquinarles puestos. Razón para sumarse al contingente de “señorías” que hundirán, en represalia, la Justicia Especial de Paz. Y es condición para ingresar en las toldas de Vargas Lleras, que pasará por pomposo acuerdo programático entre Cambio Radical y el Partido Conservador. Entre reuniones formales, cenas acompañadas de un “drink” y chocolatico con colaciones marcha en firme la alianza. Ya verá Santos qué hace con la Aerocivil, Fiduagrario y la Superintendencia de Notariado que le negó al Partido Conservador; y con los Centros de Integración Ciudadana que tampoco entregó a los alcaldes de su colectividad.
Vaticina Lorena Arboleda (El Espectador, 11,6) que, si el Gobierno no cede, Hernán Andrade, director de ese partido, seguirá pronunciándose contra la reglamentación de acuerdos de paz ya discutidos, acogidos por todos y aprobados mediante votación del Acto Legislativo de la JEP. Táctica diabólica que Efraín Cepeda aplica desde la presidencia del Senado, mientras Rodrigo Lara hace lo propio desde la presidencia de la Cámara. Alianza en los hechos que cristaliza en manipulación de la agenda parlamentaria, de las sesiones del Congreso y del quorum. Y apunta a una alianza electoral de derechas.
Lo que está en juego no es de poca monta. Y enfrenta dos retos. El primero, inmediato, cerrar el ciclo legislativo para la reincorporación plena de los desmovilizados y echar a andar la justicia transicional. El segundo, trazar el derrotero de los cambios que el país reclama, en un horizonte de largo plazo. Para lo cual será preciso ganar las elecciones. La alternativa sería inducir el regreso a la guerra y sembrarse en el status quo. Fácil adivinar qué camino tomará la clase parlamentaria.