Aprendiz de artes escénicas, José Obdulio salta ahora al proscenio disfrazado de paloma. Fingiéndose demócrata, gorjea anacronismos de la Guerra Fría contra la izquierda y se proclama liberal. Pero a poco va perdiendo su plumaje hasta desnudarse como heraldo de la derecha. ¿Aliento último del uribato? No. Admonición anticipada del mandatario que arrastró a Colombia hasta la frontera de la dictadura y liderará la oposición a las reformas de Santos. Propagandista de oficio, en su última columna de El Tiempo (15-09) Gaviria invierte con exactitud matemática todos los factores que forjaron un período nefando de nuestra historia, pretendiendo demostrar, contra toda evidencia, que el de Uribe fue un régimen libérrimo. Ahora resulta defensor de la libertad de expresión, de la oposición, de la competencia política y enemigo del unanimismo. Tampoco dizque comulga con el autoritarismo del marxismo que erige gobiernos hegemónicos, de partido único, que liquidan a los contradictores y criminalizan a la oposición. Si se hubiera propuesto la autocrítica, no lo habría hecho mejor. Olvida que a todo librepensador se le asimilaba a terrorista, Corte Suprema comprendida, cuando ella se dio a juzgar prosélitos del Gobierno asociados con el crimen. Y olvida que la otra cara de los totalitarismos marxistas es la de las dictaduras fascistas, algunos de cuyos rasgos se ensayaron aquí. El propio Vicepresidente Garzón declaró que la conspiración del DAS respondía a prácticas fascistas.

Pero luego, como arrepentido de sus coqueteos con la democracia, apunta precisamente contra políticas del nuevo Gobierno enderezadas a restablecerla. Contrario a la paz, denosta del lenguaje “melifluo” que propiciaría el diálogo para acabar la guerra y reordenar el gasto público. Es que en ocho años el gasto militar superó los cien mil millones de dólares. Y, sin embargo, 15 mil guerrilleros y 8 mil miembros de bandas criminales siguen en armas. Vaya seguridad democrática. Tampoco le gusta la Unión Nacional porque “se hace eco del discurso sobre la ilegitimidad de la propiedad rural, dizque arrebatada a las malas a 3,5 millones de campesinos”. Gaviria será el único en negar que, después de Sudán, Colombia ofrece el mayor índice de despojo de tierras en el mundo, como lo señala el Ministro Restrepo. El IGAC informa que apenas el 0.06% de propietarios son dueños del 53% de los predios rurales.  Acción Social registró un salto de desplazados de algo más de 300 mil en 2002 a más de 3 millones 300 mil en 2009. Las investigaciones de Memoria Histórica que Gonzalo Sánchez dirige reconstruyen el horror que subyace a la “legitimidad sin mácula” de nuestra propiedad rural. María Victoria Uribe, coautora del trabajo con Álvaro Camacho y otros, revela en reportaje de Juanita León para Lasillavacía que el conflicto paramilitar arroja 2.500 masacres, casi todas contra civiles inermes, usadas para producir terror y desplazar.

Remata Gaviria criticando el exceso de celo que se ponga en conjurar los falsos positivos (práctica de espanto sin paralelo en nuestras dictaduras tropicales); el plan de desmantelar la inteligencia del Estado (involucrado como anda él mismo en el escándalo del DAS); y la que denomina persecución político-judicial contra funcionarios que fueron de Uribe (casi todos implicados en su reelección fraudulenta). Balance desapacible del modelo que Gaviria pretende vendernos hoy como ejemplar. Pero no inhibe al viejo régimen para aprestarse al combate contra el reformismo, bien apertrechado como quedó en el Congreso, en la burocracia oficial y en más de una cadena informativa. José Obdulio sabrá que el paramilitarismo, brazo armado de gamonales, latifundistas y mafiosos, convirtió en realidad el sueño imposible de la insurgencia marxista: la toma del Estado por las armas.

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