Nunca se desmintió con pruebas. En su lugar, un rosario de descalificaciones públicas a esta columnista. El Presbítero Fernando Gómez la recriminó por querer “mezclar a reconocidos bandidos (…) con pontífices santos y cardenales dignísimos de la Iglesia” (El Colombiano, 2-12-84). Han pasado 23 años de mudez en Roma desde cuando el historiador inglés David Yallop denunció que Juan Pablo II había ocupado la silla de San Pedro gracias al asesinato de su antecesor en conspiración urdida con precisión siciliana por una cofradía de cinco que congregaba a mafioso, estafador, obispo, banquero y cardenal, íntimamente ligados a las finanzas del Vaticano. La suscrita se limitaba a reseñar la obra del británico.

En un segundo libro, vuelve Yallop para revelar, esta vez, la historia secreta de Juan Pablo II. Remite El Espectador a información según la cual este Papa habría preservado aquel poder corruptor y la línea conservadora de la Iglesia que Juan Pablo I se aprestaba a desmontar. Se detiene el autor en las relaciones de Wojtyla con Pinochet, en su moral premoderna (hoy magnificada por Benedicto XVI), en la persecución inclemente de sacerdotes y teólogos que quisieran una iglesia pobre para los pobres.

Mas lo que obstaculiza el proceso de santificación del pontífice polaco es que, muerto Luciani, sus presuntos homicidas, lejos de incriminados, fueron ratificados en sus posiciones de mando. Eran ellos: el cardenal Villot, Secretario de Estado del Vaticano y, según Yallop, el meticuloso extinguidor de toda prueba e indicio, no bien consumado el crimen. El obispo Marcinkus, director ejecutivo del Banco Vaticano, acusado de complicidad en una estafa de mil millones de dólares en 1973. El cardenal Cody, arzobispo de Chicago, quien le sustrajo a la Iglesia casi un millón de dólares para su peculio personal. Michele Sindola, autor de la mayor estafa bancaria conocida por entonces en los Estados Unidos, y acusado en 1982 de controlar el tráfico de heroína desde Sicilia hacia ese país. Sindola les habría pagado seis millones y medio de dólares al obispo Marcinkus y a Roberto Calvi.

Este Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, se vio involucrado en el robo de mil millones de dólares y en lavado de activos de la mafia italiana. También filtraba dineros habidos mediante toda suerte de crímenes para la logia “bastarda” P2, con ayuda del Banco Vaticano. Sepultado Luciani tras sus 33 días de pontificado, Calvi habría seguido al servicio de Juan Pablo II, hasta cuando el banquero murió asesinado años después. Villot, Cody y Marcinkus continuaron en sus cargos.

Tal el poder financiero del papado, que hasta Colombia llegó cuando el Banco Cafetero se prestó para intermediar una operación de fiducia con el Banco Ambrosiano de Lima, en momentos en que noventa instituciones financieras del mundo acusaban al Ambrosiano y Roberto Calvi era llamado a juicio. Hasta en la Comisión Tercera de nuestro senado se denunciaron los hechos el 9 de noviembre de 1983: “Alrededor de los episodios del Banco Ambrosiano, declaró, se presentó una serie de crímenes, además (de otros delitos) que son de dominio público”. Los manejos del Banco Vaticano eran vox populi.

Mientras la iglesia Católica va derivando en secta, regentada por un fundamentalismo hermano del “éxtasis de la mojigatería” que Juan Gabriel Vásquez trae a cuento, hastía y ofende esta clerecía purpurada de Marcinkus y Villot. Aristocracia del oro acostumbrada a mandar a baculazo limpio y a enriquecerse sin escrúpulo. Heredera del siglo de la simonía y de los Borgia, cuando las sucesiones dinásticas se definían por envenenamiento; y de sus vástagos modernos, a quienes André Gide, el maldito, dibuja con singular maestría en su novela “Las Cavas del Vaticano”.

Curioso coctel éste de conservadurismo y angurria que concurre a explicar la desbandada de católicos hacia otras toldas o hacia el limbo. Si Yallop está en lo cierto,  no será fácil la ascensión a los altares de un Papa non-sancto

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