En su afán por malograr toda idea buena de ciudad, cree Petro eliminar el apartheid social de Bogotá sembrando enclaves de desplazados en el odiado norte. Sin precaver soluciones de empleo, transporte, educación y espacios de convivencia que aterricen el derecho a la ciudad en medios tangibles de integración social, el alcalde aborta ese anhelo en propuesta tan onerosa para los beneficiarios como para las finanzas de la capital. Por el valor de los terrenos, bien pudieran quintuplicarse esas viviendas en el centro ampliado de la ciudad, con todos los recursos a la mano. Que son la garantía de equidad. Pero no. La Alcaldía obra como si todo se cifrara en el ladrillo. Y, no contenta con ello, en el frente educativo se dispone a cortarle la financiación al Instituto Cerros del Sur, Ciudad Bolívar, un modelo de educación integral que tiende lazos hacia la comunidad y desarrolla en los alumnos sentido de pertenencia a su territorio. Ahora los reubicarán en megacolegios, moles de cemento a tres horas de bus, ida y regreso. Se sumarán al mar de receptores pasivos de datos sin ton ni son, sin horizonte para crear y soñar; para echar al vuelo la imaginación en respuesta a los retos de su entorno. Como si todo se cifrara en el ladrillo. Allá y acá, desdeña la construcción de comunidad.

Rompiendo el aula, no es el estudiante el referente único de este colegio; lo es también su medio. El Instituto liga el conocimiento a la acción solidaria y proyecta las materias del currículo a la realidad social. Cada profesor es a un tiempo jefe de área académica y líder de los proyectos que de allí derivan. De Sociales, verbigracia, se desprenden trabajos sobre vivienda, entorno, servicios públicos y convivencia, mediante asambleas comunitarias que se apropian de la vida pública. Parte medular del potencial artístico del estudiantado, insospechado en música, danza y teatro, se frustra por falta de recursos. En deportes, el profesor Giovanni Castro, director del área, logró enviar participantes a los Olímpicos de Londres y de Beijin.

Más que en acartonado formalismo, se pone el acento en la formación crítica del estudiante y se desarrolla en él sentido de responsabilidad con los problemas del país, en perspectiva de justicia y democracia. No es su finalidad alcanzar buen puntaje en el examen del Icfes –aunque lo logran- sino la calidad y el proyecto de vida de los niños. En lucha sin cuartel por preservar a sus muchachos de la violencia y el delito, merman los reclutados por las Farc, las Águilas Negras o el Bloque Capital. A lo cual contribuye la escuela nocturna del Instituto, educación para 400 adultos desplazados y reinsertados que los mismos profesores imparten en forma gratuita. Estirando el centavo y robando horas al sueño.

Para ninguno de los dos casos piensa Petro en el llamado tejido social, que es telaraña de comunidad sin la cual resulta imposible la convivencia. En el norte, porque levantar islotes de edificios no genera por sí solo integración social. Sin planificación, tal solución de vivienda podría segregar aún más a los ya segregados: los encerraría en nichos para  “otros”. En Ciudad Bolívar, porque destruye la laboriosa construcción de comunidad desde el colegio Cerros del Sur. Más grave aun cuando se avecina la edificación de un país nuevo, que comienza con la reconstrucción de las comunidades tras la guerra. Como lo hacen ya las mujeres en Montes de María. Nada tan vergonzoso como la segmentación espacial de Bogotá por clases sociales. Nada tan democrático como atacarla. Pero nada tan irresponsable como confiar semejante empeño a la demagogia y la improvisación. O desmantelar los Cerros del Sur, un esforzado antídoto al conflicto y modelo para el posconflicto. Anda Petro descaminado.

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