Un doble desafío enfrenta Petro: remontar la indigencia programática de la izquierda y, de pasada, llenar el vacío de propuestas económicas del gobierno. En sintonía con los tiempos y con el país, éste lanza iniciativas de desarrollo que dejan en paños menores a las extremas: revitalizar el Pacto Andino y emprender una reforma agraria que principie por expropiar las 6 millones de hectáreas malhabidas para devolvérselas a los campesinos que deambulan por el campo o se hacinan, desplazados, en las ciudades. Petro libera a la izquierda moderna del purismo de otros que, sin embargo, enmudecen ante la corrupción de la Alcaldía de Bogotá. Sabe, por otra parte, que Uribe carece de programa económico. Su Plan de Desarrollo, el Estado Comunitario, ni es plan ni es de desarrollo. Se limita a repartir el presupuesto cada sábado en obritas y chequecitos que le reportan, sin falta, nuevos votos. Pantalla y campaña electoral permanente. Mas por debajo van los apoyos y subsidios y regalos y canonjías a los viejos y los nuevos ricos. Entre tanto, lo que queda todavía de industria desfallece en la apreciación del peso y en el deterioro de las exportaciones a Venezuela y Ecuador. Y el Presidente, en vez de cojurar esta amenaza que compromete el desarrollo de la región, sueña con su TLC a la Bush y soporta con pasivo alborozo las andanadas de Chávez que aseguran su reelección.

Petro se proyecta hacia el futuro. Apunta a acuerdos entre fuerzas varias capaces de ganar el gobierno y compartir mínimos enderezados a preservar la democracia y garantizar los derechos económicos y sociales de todos. A la concentración centenaria de la tierra, extremada hasta la tragedia por la contrarreforma de las mafias y los mimos del gobierno a los potentados del campo, Petro contrapone una reforma agraria integral que democratice la propiedad de la tierra y garantice la seguridad alimentaria del país. Propone que el Estado compre los latifundios improductivos y expropie los predios habidos ilícitamente, para darles uso intensivo a los 12 millones de hectáreas cultivables que hoy se destinan a ganadería extensiva. El Estado garantizaría la distribución de alimentos comprando parte de las cosechas, construyendo vías para comercializarlas, abasteciendo de alimentos costeables a los barrios populares. Habría banca de fomento para el sector, crédito accesible y protección arancelaria de nuestros productos hasta cuando los países ricos eliminaran los subsidios a sus agricultores.

En política industrial propone Petro desarrollar sectores de punta con abundante inversión e innovación tecnológica, en la perspectiva de un mercado regional ampliado. Insiste en una planeación permanente para revitalizar la industria y devolverle al Estado su función reguladora y su iniciativa como empresario, sin alienar la libertad de empresa.

Si ideas como estas desnudan por contraste la pobreza y el elitismo de los programas del gobierno, no es seguro que la ortodoxia del Polo las acoja. Inútil será buscar unidad monolítica en una opción de izquierda que nació como coalición de fuerzas distintas, no como partido –y menos como cápsula estalinista. Tal vez pueda preservarse la unidad del Polo si se le aplica el criterio que regiría en una convergencia entre partidos: alianza de fuerzas afines pero no idénticas.

Una incógnita enturbia el brillo de este cuadro, y tiene que ver con el alcance de la convergencia que Petro propone. ¿Su voto por el oscuro Procurador Ordóñez obedeció a convicción de principios, o fue un desliz? La respuesta diría si su ruptura con los tradicionalismos (de izquierda y de derecha) pudiera configurar una verdadera petrostroika.

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