¿Por qué sólo Clara López debe explicar si conocía o no el desfalco a Bogotá, mientras pasan de agache todos los líderes del Polo que defendieron en su hora, con conocimiento de causa, al alcalde ladrón? Es ella la candidata, cierto, blanco de rivales siempre hambrientos de papaya en campaña electoral; y representa a su partido. Pero los dirigentes de esta colectividad,  que se dice ajena al caudillismo, deberían a su turno dar la cara. Reconocer su escandalosa blandura ante el saqueo que en una democracia menos precaria hubiera ocasionado levantamiento popular.

Responder a señalamientos de semejante envergadura declarándose víctimas de persecución política es buscar, a la manera del uribismo, coartadas pueriles a omisiones graves. Protestar porque sólo se le hagan al Polo reclamos y no a los beneficiarios de partidos tradicionales en el carrusel de la contratación, es igualarse con éstos en un curioso derecho de pernada en la corrupción. Es arriar la bandera de lucha contra el delito, con la cual ha querido la izquierda distinguirse como alternativa política. Aceptar una supuesta repartija de puestos por la Casa Rojas entre las organizaciones del Polo –como es vox populi que la hubiese- a cambio de apoyo sin condiciones al alcalde Moreno, ¿no era allanarse al clientelismo del que denostaba ese partido y a los desafueros del burgomaestre? Y todo ello – silencios, flaquezas y lucro de algunos allí también- escamoteado con tanto celo, ¿no malogrará el triunfo de López en Bogotá? Esta ruidosa ausencia de autocrítica, ¿no matará en el huevo la formación de una izquierda nueva en Colombia?

Que la politiquería pretenda pasar por inocente y ponga al Polo en la picota pública no autoriza a este partido a eludir su responsabilidad política declarando que “la derecha neoliberal arma falsos positivos periodísticos para frustrar el triunfo de Clara”. No incurrieron sus dirigentes en delito, por supuesto, pero ampararon al rufián –si bien Luis Carlos Avellaneda, Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux habían ya denunciado sus manejos- dizque a la espera del dictado de los jueces. Como si no existiera sanción política y social. Jorge Enrique Robledo se justificó aduciendo que “si alguien delinque, asume una responsabilidad que es individual”. Carlos Gaviria suscribió este argumento y convocó a un debate interno “fuerte y franco”, a demostrar que “el partido no tolera corrupción”. El entonces presidente de esa colectividad, Jaime Dussán, se preguntó – ¡ay!- a qué tanto escándalo si la corrupción era fenómeno generalizado. Y Clara López denunció que “Gustavo Petro (había creado) una comisión de bolsillo para supuestamente investigar a la Administración de Bogotá… Existen pruebas del propósito de las fuerzas más reaccionarias de destruir el proyecto de unidad de la izquierda democrática”. No se pronunció la dirigencia del Polo contra el alcalde Moreno sino cuando ya él estaba tras las rejas. Los hechos les dieron a los denunciantes la razón.

Por sus dotes intelectuales, por su probada competencia como gobernante, por la integridad de su persona, Clara López es la mejor candidata posible de la izquierda. Pero ella y su partido enfrentan el desafío de la autocrítica, si aspiran a ganar la Alcaldía y a preservar el proyecto de una izquierda democrática: el reto de reconocer el colosal error colectivo de transigir con el sujeto que desvalijaba a Bogotá. Acciones al canto: comprometerse con instrumentos a toda prueba para proteger sus arcas. Y sacudirse a los indeseables que rodean su candidatura. Más daño hace tapar los errores que desnudarlos limpiamente. Máxime cuando el país entero los conoce.

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