No llegó el Presidente, no llegó la Vicepresidenta, no llegó el Comisionado de paz, y su ausencia se sintió como un latigazo en pleno rostro. Acto trascendental tras la firma del Acuerdo de Paz, la instalación de la Comisión de la Verdad discurrió como encuentro premonitorio, de emociones contenidas, entre el que disparó, el que secuestró, el que violó y masacró, con huérfanos y con madres que vieron asesinar a sus hijos. Acaso anduviera el primer mandatario ocupado en el nombramiento de Vicente Torrijos como director del Centro de Memoria Histórica (CNMH). Para reemplazar con este conserje de militares y entusiasta del fascista Bolsonaro a Gonzalo Sánchez, historiador respetado en Colombia y en el mundo por el rigor y la fecundidad de su trabajo de décadas. Por su honradez intelectual. Quedaría ahora engavetado este caudal de memoria histórica, decenas de libros que desdoblan los pliegues variopintos de la guerra; rica fuente documental y analítica para la Comisión de la Verdad, trocada por la particular versión de un solo actor del conflicto. Pero la verdad no es una. Son muchas, que habrán de contrastarse, si de asegurar la paz se trata. Pastora Mira, sobreviviente del municipio de San Carlos flagelado con 33 masacres, cuya familia murió a manos de las Farc, de los paramilitares y el Ejército, dijo que el trabajo encomendado a la Comisión de la Verdad es el más importante y reparador para todas las víctimas: “la construcción de una verdad con todas las voces”.

La verdad, expresó Francisco de Roux, presidente de la Comisión, ha sido ocultada por el miedo, los silencios, las mentiras y el terror. Vamos, dijo, por una verdad dolorosa pero necesaria; sin sesgos ni subordinación a intereses políticos, económicos o de prestigio. Único camino para alcanzar su cometido será esclarecer el impacto de la violencia en la sociedad, las responsabilidades en la guerra, sus causas y las razones de su persistencia durante medio siglo.

Para el empresario Henry Eder, hijo del primer secuestrado por las Farc y asesinado en cautiverio, sin la verdad será imposible un entendimiento entre los colombianos. Lo mismo piensan el ex coronel del Ejército, Carlos Eduardo Mora, denunciante de los falsos positivos; y Jaime Parra, excomandante de las Farc, quien asume la construcción de paz como un reto histórico. El evento alcanzó un clímax emotivo cuando Rodrigo Pérez, alias Julián Bolívar, excomandante de las AUC, pidió perdón por las atrocidades cometidas. Dijo: “es hora de pasar la página del dolor. Sin la verdad es imposible reconciliarnos […] hago público reconocimiento del daño que hice, invoco el perdón de las víctimas […] Señores de las Farc, en el pasado fuimos enemigos, hoy somos amigos de la paz. Les doy mi mano”.
Entre las miles de personas y cientos de organizaciones que protestan por la designación en marcha de Torrijos como director del CNMH, descuella la investigadora Maria Emma Wills (El Tiempo, nov. 23). Según ella, el profesor Torrijos no ostenta la independencia académica necesaria para dirigir una institución cuya vocación no es hacer un relato militante. Un relato histórico no es un panfleto, o sólo lo es cuando el Estado acapara la investigación y la convierte en caja de resonancia de sus creencias. Es decir, cuando se desliza hacia el totalitarismo.

A tono con su arremetida para desvertebrar la JEP, desdeña el Gobierno a la Comisión de la Verdad y reduce su presupuesto a menos de la mitad. Pretende convertir la memoria del conflicto en credo político de uniformados y estrado de propaganda reaccionaria. ¿Por qué sacrifica el presidente la independencia del CNMH y su sindéresis? ¿A qué maltratar la Comisión de marras? ¿Teme su Gobierno a la verdad? ¿No son estas astucias otra manera taimada de hacer trizas la paz?

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