Si no fuera por la sangre derramada a causa, entre otras, de incitación a la guerra santa por Monseñor Builes, daría risa su canonización en marcha. Adalid del integrismo católico que se resolvió en persecución al liberalismo, al comunismo, al protestantismo, a la masonería, a la mujer, el misionero fundador de parroquias fue sobre todo desafiante animador de la Violencia que nos dejó 300.000 muertos. “Los obispos que no defenestran desde el púlpito la apostasía roja no son más que perros echados”, escribió. Y sí. Una legión de tonsurados tradujo su verbo incendiario en clarín de guerra contra toda aquella “bestia diabólica” que retaba la hegemonía –política y religiosa– de Cristo-Rey. Por su parte, cientos de curas encogidos bajo el estruendo de aquellas catilinarias se entregaban en voz baja al apostolado. Hoy recoge Monseñor Darío Monsalve este legado del Evangelio; pero en discrepancia con la jerarquía católica, que en la guerra sucesora de la Violencia se sumó al golpe asestado un 2 de octubre contra un tratado de paz.

Como ciudadano, le asiste a Builes el derecho de divulgar su pensamiento; mas no el de convertirlo en puñal para segar vidas, derecho primero de todos. De la libertad de cultos y de la libertad política no se sigue la de matar. Una secta satánica podrá escoger al diablo como dios, pero no sacrificar niños en su rito religioso.

Un recorrido por las pastorales del prelado mostrará su rápida asimilación entre metáfora de Biblia y conminación a la acción. A veces sutil, otras, brutal. Antes de cooptar la sentencia de san Ezequiel Moreno para quien el liberalismo es pecado, escribía Builes: “Si en las divinas Escrituras se os llama Señor de los ejércitos, contened las fuerzas del infierno […] burlad sus sacrílegos intentos, tronadles en vuestra ira, conturbadlos en vuestro furor […] quebrantadlos con vara de hierro y despedazadlos como artefacto de barro” (Pastoral 10, 9, 44). En lucha contra el protestantismo defendió la licitud de “repeler la fuerza con la fuerza”. Después, en arrebato contra el comunismo,  inquirió si quienes “formamos los ejércitos de Cristo ¿no hemos de jurar la defensa de sus derechos, aun a costa de la sangre y de la vida?”. En manifiesto de los prelados al pueblo católico que Builes suscribió se leía: “Ni nosotros, ni nuestro clero, ni nuestros fieles permaneceremos inermes y pasivos”. Y fue Troya.

Si no todo pasado se parece al presente, hay soluciones de continuidad que dicen de fardos que sobreviven al tiempo. No hace dos años todavía, cientos de curas instaron desde el púlpito a votar contra la paz. Bien interpretaron el infundio de que ella comportaba una tal ideología de género enderezada a instaurar una dictadura comunista, atea y gay. Vociferó el pastor protestante Arrázola –vaya paradoja– contra el Acuerdo de La Habana, dizque por haberse pactado “con brujería… ¡fuera el enemigo! Decretamos juicio de Dios contra el comunismo”. Involución del castrochavismo a la Guerra Fría.

Todo, bajo la aséptica coartada de neutralidad ante el plebiscito que el Cardenal Rubén Salazar ordenó. Como si se pudiera permanecer impávidos, mudos, neutrales frente al hombre que amaga el paso, sin saberlo, hacia el precipicio. No contento el purpurado con su contribución al sabotaje de la reconciliación, descalificó al obispo Monsalve por apoyar la paz. Susana Correa, senadora del Centro Democrático, lo instó a cambiar la sotana por el camuflado de guerrillero. Reminiscencias de un pasado que se niega a desaparecer. Agua ha corrido bajo nuestros puentes, sí, pero volvemos a elegir civiles de paso marcial y charreteras. Ensotanados o no. Y, lo que faltaba,  el Papa hace santo a un fanático que libra guerras en la era del computador con blasones del Medio Evo.

 

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