Según Ernesto Samper, el Partido Liberal tendrá que escoger entre la derecha conservadora del uribismo, el “inocuo” centro, y las banderas sociales “duramente golpeadas” por la apertura económica de la Administración Gaviria (El Tiempo, 11-12). El problema atañe tanto al partido como al Presidente Santos, gestor de la unificación liberal en marcha. Pero una definición concluyente habrá de esperar. La avanzada reformista de Santos convive todavía, en frágil equilibrio, con la resaca neoliberal. Herencia de Uribe, mas también de su propio paso por los gobiernos que volvieron religión la doctrina del mercado, hasta lograr que Colombia figurara entre los países más desiguales del mundo.
Se maravilla el país con la enhiesta determinación del Gobierno de resarcir a las víctimas del despojo y la violencia; pero les concede a las voraces EPS el privilegio de mantener el negocio de sus clínicas. Y defiende un proyecto de estabilidad fiscal que subordina los derechos de educación, salud y vivienda a la obsesión neoliberal del equilibrio fiscal. Propone una ley de tierras que redime la economía campesina, pero espera impasible el arribo del TLC con EE.UU. a sabiendas de su poder destructor de nuestra producción agropecuaria. La vergonzosa negociación de ese tratado traerá, no bien entre en vigencia, reducción del área cultivable, pobreza y desempleo en el campo. De entrada, caerá en 10.2% el ingreso de los productores campesinos, ha dicho el experto Fernando Barberi.
El Gobierno lanza un plan de desarrollo de perfil indicativo, promisorio, tras largos años de naderías en esta materia, pero se asusta con la bonanza minera. Recursos cuantiosos que cualquier país sensato añoraría para catapultar su industria, aquí se quieren congelar, esterilizar, extraditar. Dan vueltas los economistas del poder, aguzan la imaginación, componen, a cual más, fórmulas de fantasía para conjurar la desgracia de la bonanza. Presa de pánicos de mecánica económica, los asfixia el fantasma de la inflación. Obsesionados con la mecánica del vehículo, jamás se preguntan cuál es su rumbo. Todo oídos, el Gobierno escucha y toma nota. Por su parte, la flamante junta del Banco de la República vela en su solemnidad por el agüita para el radiador, aprieta tal cual tornillo. Pero no se ocupa del empleo ni de proyectos industriales ni les corta la especulación a los bancos para que más bien financien inversiones productivas. Clausurado el IFI (Instituto de Fomento Industrial), pasaron a la historia los hombres de industria. Ahora se dedican ellos a colocar sus capitales donde más renten. Las grandes corporaciones acometen los proyectos de envergadura y a nosotros se nos dejan las sobras: pequeñas y medianas empresas que perecen a la vuelta de la esquina, trituradas por la competencia. Sabedor de lo que un plante de capital representó en el despegue de todo país que se industrializó, a López Michelsen se le oyó decir que su único remordimiento fue el no haber aprovechado la bonanza cafetera que le llegó a Colombia durante su gobierno.
No se sabe si esta mixtura de continuismo y reforma inicie una transición hacia la socialdemocracia suramericana que armoniza democracia económica y social con democracia política. O si, manes del centrismo, se quiera nadar entre dos aguas: malabarismo que podrá durar la flor de una legislatura, mientras el Congreso pare con dolor las reformas más controversiales; mas llamado a naufragar, por incongruente, si se le fuerza como modelo permanente. Sabrá Santos que transitar los caminos de un liberalismo social es la opción que le queda para pasar a la historia. Que a la larga tendrá que escoger entre la vela que le enciende al pueblo humillado y aquella que les enciende a elites y tecnócratas que perdieron a Colombia y, no obstante, insisten en seguir mandando.