En el crudo enfrentamiento entre Uribe y Santos, al parecer éste ha lanzado  una carga de profundidad: precipitar la disolución de la U, baluarte político del expresidente. A instancias de Rafael Pardo, jefe del partido que lleva la voz cantante en el Gobierno, una consulta popular el 30 de octubre consolidaría la unificación liberal en marcha. Por sustracción de materia, regresaría la U a su casa de origen, el Partido Liberal. No parece imposible, pues 25 de sus 28 senadores son liberales. Pero sobre todo, como suele suceder con organizaciones de circunstancia, hoy la U se inclina más a congraciarse con el príncipe en funciones que a defender el legado de un mandato arbitrario y corrompido como ninguno otro en un siglo. Y no será por razones morales, claro, sino en obediencia a la pragmática política. Los comicios de octubre acentuarán un sordo proceso de realinderamiento político que por vez primera en muchos años se tejería no apenas en el interés puramente electoral sino alrededor de proyectos históricos distintos. Incipientes, sí, pero que evocan la ancestral disyunción de ideas entre liberales y conservadores. Divorcio dramático en tiempos del viejo López, cuando se ensayó el primer intento de reforma agraria, y la reacción lo ahogó en sangre.

Así lo sugiere, verbigracia, la áspera oposición del uribismo  a la devolución de tierras  a víctimas de tantos paramilitares que votaron las dos veces por Uribe. Entre otros, la rechazaron parlamentarios sucesores  de los que armaron bancada de parapolíticos, y a quienes el entonces presidente Uribe les pidió votar sus proyectos “antes de que los (metieran) a la cárcel”. Plumíferos de la derecha no se dan por vencidos con la aprobación de la ley de Víctimas y sus aplicaciones iniciales. Peroran a voz en cuello contra sus costos fiscales –que se cuidan de inflar-. Pero callan frente a los 9 billones que el Estado les regala cada año a grandes empresarios por no crear empleo. Más ardorosa, si cabe, su intransigencia, al comprobar que la política agraria sirve a la causa de la paz. La paz, anatema. Estado laico, anatema, en un país donde el jefe del Ministerio Público despacha con la Biblia. Lucha contra la corrupción es traición, negra venganza contra el Hacedor de la Patria.

Mas no todo es desencuentro. Unos y otros marchan con el paradigma neoliberal. Con el mercado como fórmula de crecimiento económico en provecho de los menos y abandono de los más. Como medio de integración a la economía mundial que convierte a Colombia en protectorado de alguna potencia industrial, a la manera ominosa del TLC con Estados Unidos. Como entrega de la salud a la codicia de negociantes. Como sujeción de los derechos económicos y sociales del ciudadano a las rigideces del equilibrio fiscal. Lo que trueca ahora al liberalismo en aleación de republicanismo democrático y derecha en economía.

La U, Cambio Radical y el Partido Liberal prolongan la tradición de diversidad ideológica que integró siempre a esta colectividad. Una coalición de matices de izquierda, diría con cándido optimismo Carlos Lleras. Unificado el liberalismo, forzaría, por un lado, la cohesión a distancia de los conservadurismos: las mayorías del partido conservador, el uribismo rancio y las iglesias. Por el otro, la maduración de las izquierdas desde la oposición: el Polo y Progresistas. Pluralidad de partidos que nos acercaría más a la democracia. Pero no basta abrir el abanico de opciones. Además habría que sanear a los partidos. Librarlos de los mafiosos y ejércitos ilegales que con complicidad del viejo notablato político se tomaron el poder local. Sin romper con la extrema derecha que los acolita, no será dable recomponer la política en Colombia ni democratizarla. Tremendo desafío se le ofrece a Santos en su disputa con el uribismo.

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