Devolvió a las Farc contra la selva, desarticuló sus frentes, cercenó sus filas, dio de baja a varios comandantes guerrilleros; y, claro, sembró confianza en vastos sectores de la sociedad. Pero no liquidó a la guerrilla, como tantos lo esperaban. Modesto resultado para una guerra de ocho años, tan onerosa en vidas y en dinero. Decepcionante, además, si el balance contempla la mutación de los ejércitos del narcotráfico en una tercera generación del paramilitarismo que ha trasladado su guerra a las ciudades y multiplicado la violencia en dimensiones y modos de ingrata recordación.

A Tumaco y Medellín, verbigracia, y en decirlo no hay ofensa. A despecho de editorial de El Colombiano (julio 15), que protesta –entre otras- contra preocupaciones de la suscrita porque la capital antioqueña derive de nuevo en “Metrallo”, registradas en columna de la semana anterior. Ni afrenta, ni la torcida intención de irrespetar a Antioquia, tierra que no será más amable porque su periódico exacerbe para defenderla un regionalismo ha tiempo superado. Todo el país está sufriendo los rigores del narcotráfico, añade el editorial de marras. Es verdad. Aunque el flagelo no se ensañe contra todos por igual, si hemos de creer al concejal de Medellín Federico Gutiérrez, para quien la escalada criminal “está aniquilando (allí) a toda una generación”.

El gobierno que termina dejó a medio camino la desmovilización de los paramilitares. Les recibió las armas que ellos dijeron tener, pero no desmontó su estructura militar y política, ni afectó su negocio, el de estupefacientes. Embrión de la nueva organización militar son las Bacrim (bandas emergentes criminales), hechas a un narcotráfico que se ha fragmentado, le imprime nuevas dinámicas al conflicto y tiende a concentrarse en las ciudades. Docenas de jefes y mandos medios desmovilizados en 2006, y otros que permanecieron agazapados o reincidieron, se reorganizaron  en aquellas bandas. Narcos y poderes locales  aprovecharon la transición para fortalecer sus grupos armados, hasta articularlos al narcotráfico.

Según la Fundación Ideas para la Paz, las Bacrim son la recomposición armada del narcotráfico. Y cita pruebas al canto: La banda de Urabá, antes a cargo de “don Mario”, hoy la encabezan los desmovilizados Usuga. Desmovilizado es también “Cuchillo”, comandante de Erpac que en 2008 evadió un operativo, gracias a la complicidad de autoridades militares. Como se sabe, el hecho provocó la airada protesta del Presidente Uribe. En julio de 2009. La Fiscalía acusó al teniente de la Policía César Bejarano y a otros diez uniformados de colaborar con la Oficina de Envigado. Producto tenebroso de concierto con miembros del Ejército son los falsos positivos, que superan los 2.000. Hasta la guerrilla han llegado las alianzas. En Cauca y Nariño, “Los Rastrojos” compartieron con el ELN patrullaje y control del territorio. En Meta y Guaviare, las Farc les venden a “Los Zarcos” insumos para la producción de cocaína. La guerra entre estas bandas por el control de territorios urbanos se despliega con particular ferocidad en Medellín.

Dice bien Elsa Tobón: los ríos de dinero del narcotráfico traen ríos de sangre. No menos rojos, los de la guerrilla. Uribe represó los primeros, pero pronto rompieron compuertas y volvieron a su cauce natural. Quiso desaparecer a los segundos, mas logró apenas represarlos. Balance agridulce éste de la seguridad democrática.

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