La ciencia, en la olla

Paradoja colosal: el mismo mandatario que conjuró contra viento y marea una guerra atroz, ha hundido la ciencia hasta el último centímetro del fondo de la olla. Como si el conocimiento y su proyección en desarrollo riñeran con el país de la paz. La crisis de Colciencias (8 directores en 8 años, presupuesto de hambre, fondos feriados en politiquería, subordinación de la ciencia a la competitividad) descorre el telón de un drama montado en la insolencia de funcionarios desavisados y sin sentido de patria. Los Gobiernos de Santos han cercenado sin pausa el presupuesto de Colciencias. De 41,5% fue el último recorte: para este año, contará la entidad con recursos franciscanos que paralizarán casi toda su actividad científica. El año pasado, reasignó el Gobierno $1,3 billones a construcción de vías, del fondo de regalías que había destinado para Ciencia y Tecnología en las regiones. Estos dineros habían llegado a los gobernadores y, claro, pronto terminaron financiando proyectos de bolsillo de todos los Ñoños que en Colombia han sido.

Construida, mal que bien, una institucionalidad para la ciencia, no obstante la rémora del atraso y la timidez de las élites para encarar el desarrollo, todo se degrada ahora bajo la tiranía de la política menuda. Hoy se nombra director de Colciencias por filiación política, no por mérito científico. Y su tarea parece contraerse a la de propaganda: maquillar cifras que presenten a Colombia bien vestidita para suplicar, con quejido lastimero que deshonra, ingreso en los salones de la OCDE. En suma, se trocó una política de Estado para Ciencia y Tecnología en instrumento político de Gobierno.

Recuerda Moisés Wasserman que cuando en 2014 Alemania financiaba 30.000 proyectos de investigación con 3.000 millones de euros, Colciencias financiaba 431 con 50 millones de euros. Ya la Comisión de Sabios creada en 1994 registraba cifras que poco han cambiado: 94% de los científicos pertenece al Primer Mundo, América Latina aporta sólo el 1% de ellos y, entre el vecindario, Colombia pone apenas el 1%.

No cesa Jaime Acosta Puertas de insistir en la idea revolucionaria: investigación e innovación son factores determinantes del desarrollo económico y social. Los países de vanguardia retienen a sus investigadores, favorecen su trabajo y su libertad en función de un proyecto de nación. Impiden su diáspora al extranjero. Nuestro país necesita investigación básica “amparada en una potente infraestructura de investigación pública para hacer lo que los privados nunca harán”. Como proceden Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea, Brasil y todo país inteligente. Necesitamos, dice, una potente investigación aplicada donde la innovación resulte de la investigación básica y de una estrategia de desarrollo productivo con alta tecnología en sectores de punta. Tenemos que lograr que la educación y la ciencia prevalezcan sobre nuestro feudalismo depredador, sobre  nuestra industrialización estancada, sobre las instituciones políticas que aupan la corrupción y la informalidad.

Aleccionadoras también las palabras de Rodolfo Llinás: “El futuro de Colombia (estará) profunda y directamente relacionado con la capacidad que los colombianos tengamos de organizar la educación; la hija de la educación, la ciencia; y la hija de la ciencia, la tecnología. Este entrelazamiento será uno de los ejes principales del futuro de nuestro país en el siglo XXI (…) A los países se los defiende de dos maneras: con su ejército y con su ciencia. Si no hay ciencia, no hay país, le pertenece a otro”.

El desafío, elegir un Gobierno dispuesto a corregir el rumbo. A rescatar  Colciencias de la indigencia y la politiquería. Con jefe a la altura de su misión científica. Y nombrar a Moisés Wasserman ministro de Educación.

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DE MAGIA E INVENCION

No somos Alemania. Ni Corea, ni Brasil. En esos países, el uso intensivo del conocimiento obedece a planes industriales de largo aliento. Nosotros, en cambio, más inclinados al pensamiento mágico, creemos que la ley induce, por sí sola, el desarrollo. Francisco Miranda, Director de Conciencias y uno de los gestores de la Ley de Ciencia y Tecnología, confía en que ella llegue a cambiar el modelo productivo.

Pero en Colombia, dos realidades de bulto conspiran contra tan elevada aspiración. Para comenzar, esta ley no llenará el vacío de un Estado que renunció a pensar, planificar y dirigir el desarrollo. Así se mejore el estatus institucional de Conciencias y se le prometan más recursos. El hecho es que no se le ha definido presupuesto; y el fondo pensado para recibir aportes privados es un fondo sin fondos. Cabe conjeturar que hay aquí más alarde del alto Gobierno que genuina intención de morderle recursos a Familias en Acción o a las Fuerzas Militares, para destinarlos a la ciencia.

El otro escollo es la educación. La calidad de nuestra educación en todos los niveles es deplorable. Gana en extensión pero no penetra en profundidad. Nuestras universidades ni siquiera se mencionan cuando de jerarquizarlas en el mundo se trata. Se crean doctorados, sí, pero casi ninguno alcanza nivel de excelencia. Y los profesionales colombianos que se especializan en el exterior, pragmáticos al fin, prefieren el exilio a la remuneración que aquí se les ofrece. Como en los países más atrasados, en Colombia muchos consideran todavía que “investigar es botar la plata”.

Rodolfo Llinás invita a trastocar la relación entre educación, ciencia y desarrollo. Y arranca con lo primero: no se educa para saber cosas sino para entenderlas. Para situar lo sabido en un “árbol mental” que reúna e integre el conocimiento; en una concepción general que le dé sentido y justiprecie el conocimiento especializado. Alarmado debió quedarse con los resultados del concurso de cuento que promovió el Ministerio de Educación: los estudiantes ensayan oraciones simples, pero “no desarrollan ideas compuestas y por lo tanto no elaboran párrafos con cohesión ni unidad de sentido”. Pues también para hacer ciencia, entenderla y consumirla, hay que revolucionar la educación.

Se calcula que si el país aspira a aplicar la ciencia al desarrollo, debería tener hoy 44 mil científicos y técnicos. Sólo tiene 2.400 doctores. Hace unos años, América Latina aportaba apenas el 1% de los científicos al mundo; y, de aquellos, colombianos no eran sino el 1%. En los países más avanzados, la ciencia ocupa primerísimo lugar en la planificación económica y social, pues la hegemonía en el mundo se definirá cada menos por la guerra que por la invención. Así lo entendió Brasil: en diez años, triplicó sus exportaciones y redujo significativamente la pobreza. Entre nosotros -¡horror!- la guerra absorbe casi la mitad del presupuesto nacional. De 55 billones que el Gobierno “presupuestó” en enero dizque para reactivar la economía, míseros 200 mil millones eran para educación.

Librada a su suerte; sin un proyecto histórico que le dé vida; en la displicencia de una clase “dirigente” angurriosa y sin patria; sola, abandonada y pobre, nos tememos que aquí el papel de la ciencia seguirá siendo lánguido. Otra frustración monumental, aún para el propio director de Conciencias. A no ser que el Estado recupere su función planificadora en perspectiva de industrialización. Entonces esta ley desplegaría todo su potencial. Más allá del efecto fugaz de la ilusión, pues invención no es magia.

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¿CIENCIA A LA DERIVA?

Aplauso cerrado para los parlamentarios Jaime Cuartas y Marta Lucía Ramírez y para el Director de Colciencias, Francisco Miranda, gestores de la ley de Ciencia, Tecnología e Innovación que acaba de aprobarse. Solitaria flor en este desierto de gobiernos que conspiraron siempre contra la cultura, la norma dispone saltar del 0.18 al 1% del PIB para inversión en investigación científica. Monto igual al de Chile para ese rubro. En sentir de sus promotores, ella encaminará la industria nacional hacia un modelo de desarrollo productivo que multiplique el valor de nuestros bienes y servicios; aplicada a la producción de banano, café, carbón o petróleo, la investigación científica elevará el valor de esos productos y creará empleo; en un país con la megadiversidad del nuestro, la biotecnología y la genética despejarán vastísimos horizontes. En suma, la nueva ley nos redimirá del subdesarrollo y potenciará la capacidad de la economía colombiana para competir en el exterior.

Tanto entusiasmo, comprensible por la dimensión del logro alcanzado, puede, sin embargo, rebasar las posibilidades de la realidad. Y derivar en homenaje a la confianza inveterada de los colombianos en la magia de la ley. Acaso no pueda ella arrastrar por sí sola el desarrollo, cuando se carece de planes de largo aliento y de una clase dirigente capaz de jugársela, con sentido de patria, por un modelo de desarrollo que nos ofrezca futuro y dignidad.

Se dirá que al darle a Colciencias  rango de Departamento Administrativo ésta tendrá asiento en el Consejo de Ministros y en el Conpes, escenarios llamados a definir las políticas y a situar la inversión. Pero el primero se ha convertido en un órgano asustadizo que se deja irrespetar por la prepotencia del Presidente. Y el Conpes, sin visión estratégica desde cuando se renunció en el país a trazar planes de desarrollo, no sintoniza la acción corriente del Estado con una perspectiva de progreso y equidad. Se limita a menear partidas, en la creencia de que  plan de desarrollo es lo mismo que plan presupuestal. En este escenario, Colciencias podrá verse huérfana y sujeta a los vaivenes del inmediatismo, pues tampoco se habrá inscrito el impulso a la ciencia en un modelo de conjunto que tenga a la industrialización por matriz del desarrollo. Pero Miranda confía en que el esfuerzo combinado de empresarios, regiones, universidades y centros de investigación creará la infraestructura suficiente para invertir los nuevos recursos. Ojalá. Aunque el derrumbe del modelo que privilegia la espontánea iniciativa de células sueltas de la sociedad aconseja restituirle al Estado su potestad de pensar y dirigir el desarrollo, de modo que la inventiva individual encuentre cauce, apoyo y control.

Si en China, Corea, India y Brasil ciencia y tecnología obraron como motor del desarrollo, fue porque estos países educaron a su gente y negociaron tecnología extranjera en función de un modelo de desarrollo empotrado en la industrialización. Como en el Occidente desarrollado, el Estado protegió a la industria naciente. Pero aquí la aperó con la tecnología más avanzada, negociada tornillo a tornillo con las grandes multinacionales, y cuando fue preciso la adaptó a lo propio. Cuando la industria pudo competir  por fuera, el Estado la libró a su suerte. Sola y dispersa, sin una perspectiva abarcadora que le trazara ruta y destino, lánguido hubiera sido el aporte de la ciencia. Así en Colombia, si no se vuelve al desarrollo, la ciencia puede quedar a la deriva.

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Medellín le apuesta a la ciencia

Pese a la avaricia con que el Estado Central deshonra a la ciencia en Colombia, Medellín ostenta un prolongado recorrido de investigación que en más de un campo le ha merecido reconocimiento mundial. Ha sido esta ciudad pionera en trasplante de órganos; liderada por Francisco Lopera, en neurociencia para buscar la cura del Alzheimer; en investigación biológica proyectada a salud, biodiversidad y ciencias agrícolas, con las tecnologías más desarrolladas. No sorprende, pues, que sea ésta la única capital del país en otorgar premio oficial a estudiantes universitarios y profesores destacados en investigación. Y a una vida de entrega al conocimiento y la innovación que, tras once años consecutivos, recayó esta vez en la médica María Patricia Arbeláez. A fuer de estímulo adicional, el Gobierno de Medellín y la Academia Colombiana de Ciencias crearon la agencia Sapiencia, con impacto sobre el modelo pedagógico en la escuela y presupuesto de $85 mil millones para 2017.

Exalta la doctora Arbeláez la investigación como núcleo de excelencia en la academia, y la creación de semilleros de investigación en la Universidad de Antioquia. 105 a la fecha. Subraya la dimensión interdisciplinaria de la investigación, que termina por salvar fronteras entre biología molecular, epidemiología, antropología y economía; “tal como lo demanda la complejidad de los problemas que nos aquejan como sociedad y que permiten proyectar nuestros hallazgos a la comunidad internacional”. Para el desarrollo, agrega, es imprescindible el conocimiento. Y éste –se sabe– demanda recursos que Colciencias mezquina y el investigador Darío Valencia entiende como deriva de un Estado sin políticas de promoción de la ciencia o de estímulo a la inclinación científica en la educación. Mientras Corea del Sur invertía en 2013 el 4,1% del PIB en investigación, no pasa Colombia del 0,2%. El país asiático presentaba en los años sesenta el mismo nivel de desarrollo de Colombia. Aquel es hoy una potencia económica y Colombia sigue detenida en el subdesarrollo.

Nuestra Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB), verbigracia, trabaja en la frontera del conocimiento y al borde del precipicio financiero, escribe Moisés Wasserman. Por falta de financiamiento de Colciencias, como todos los centros de su especie en el país, vive mirando al abismo. En los dos últimos años, los recursos girados a la CIB se desplomaron de $4.000 millones a $600. Estocada de muerte contra la institución que en 46 años ha formado centenares de investigadores comprometidos con la divisa de poner la ciencia al servicio de la vida. A la cabeza de este centro de excelencia en el mundo en microbiología médica estuvo siempre Ángela Restrepo, miembro de la Misión de Sabios en 1994. El salvavidas vino, por milagro y casi todo, de universidades y empresas particulares.

Ya se recordaba en este espacio que el Hospital San Vicente de Paul, patrimonio moral y científico de los antioqueños y de Colombia, pionero en trasplante de órganos en América Latina, se vio el año pasado al borde del cierre. Le burlaban sus deudas las EPS, y el Gobierno, ni las obligaba a pagar ni giraba él mismo lo debido. Hace 53 años practicó este Hospital el primer implante de mano. El mundo registró la hazaña con asombro, y las que le siguieron. Hitos en la historia de la medicina. Colciencias asfixia a la CIB, como el Ministerio de Salud, a cientos de hospitales en el país.

Aplausos a la apuesta de Medellín por la ciencia. Ojalá se replicara su ejemplo en otras ciudades. Y se unificara el reclamo airado de todas al Gobierno para que financie a derechas actividades que son opción de vida para la paz. Feliz Navidad a mis pacientes lectores, y hasta la vista en enero.

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