Se equivocó Fukuyama. Con la caída del muro de Berlín no murieron las ideologías. Hoy asistimos a un nuevo despertar de doctrinas y creencias en la confrontación que signa la campaña electoral en Estados Unidos. Por vez primera en décadas, ocupan los contendores orillas antagónicas. Se enfrentan, sin atenuantes, un conservadurismo afirmado en seguridad y mano dura, y un liberalismo fundado en la democracia social y política.

Pese a sus coqueteos de última hora con la contraparte, el candidato republicano representa los valores más conservadores de una clase media que delira ante la imagen conmovedora de “Sarah, los niños y John”. Atavismo sublime de reverencias a la familia y a la tradición que no le impide, sin embargo, marchar a la primera diana de guerra contra el demonio musulmán o el liberal. La conmemoración de este 11 de septiembre aguzó el miedo sobre el cual trabaja su electorado McCain, haciéndole la segunda, también en esto, al Presidente Bush. Los nuevos amagos de Guerra Fría le caerán asimismo como del cielo para trocar la vieja disputa entre “libertad” y “totalitarismo” en batalla de Jehová contra Lucifer, a tono con la ultraderecha evangélica que ha gobernado a ese país durante los últimos ocho años.

La Palin, eficiente dispositivo de la maquinaria republicana activada mediante organizaciones religiosas de enorme penetración ideológica como Focus on the Family, sostuvo en la iglesia de su pueblo que la guerra de Irak era “misión divina”. Heroína de la derecha rabiosa, le echa más leña al fuego del fundamentalismo en su cruzada contra el aborto. Campaña inspirada dizque en el derecho a la vida (del feto), mas no en el derecho a la vida de la madre. Ni en el de los jóvenes norteamericanos que mueren, por miles, en Irak. Ni en el de los iraquíes inocentes que mueren, por millones, en conflagración inventada por un fanático que dispara órdenes desde la Casa Blanca creyendo que juega al nintendo.

A este conservadurismo de salmo y cañón se le enfrenta un negro, sospechoso en religión, que arranca de su letargo el “sueño americano”, cuando un pueblo acostumbrado a ser potencia ve avanzar contra sí una crisis económica que evoca la catástrofe de los años 30. Y este sueño no es otro que el de los “Padres Fundadores” de la democracia que en su hora deslumbró a Tocqueville, edificada sobre la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades. Sueño de Luther King, quien reivindicó como derecho la libertad soñada del negro que, tras cien años de abolición de la esclavitud, seguía humillado, en la trastienda de la ciudadanía. Sueño de los genuinos valores del liberalismo que el partido demócrata encarnó, y que en estos tiempos se traducen en un Estado bien distinto del que Bush preside. Las políticas en salud lo simbolizan todo. Para los republicanos, ella es prerrogativa de quien pueda costearla; para los demócratas, derecho universal, como corresponde al Estado que garantiza no sólo las libertades sino los derechos sociales y económicos de toda la población.

Obama representa, arrollador, el lado liberal-social de la ecuación, y amenaza triunfar sobre el otro, mentor de los grandes poderes económicos y del fundamentalismo al servicio de la guerra. Despiertan dos imaginarios latentes en el alma del pueblo norteamericano y se enrumban por caminos distintos que señalan prioridades irreconciliables de momento: el cambio, en Obama; la seguridad, en McCain.

Bienvenida la lucha ideológica, savia de la contienda civilizada por el poder. Hagamos votos por que en esa democracia, admirable en mil aspectos aunque también pródiga  en magnicidios, no se cumpla el temor de Doris Lessing. Asegura la escritora que si Obama ganara la Presidencia de los Estados Unidos, “lo matarían en el acto”. Por ser negro.

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