Muchos le endilgan ahora al pobre Uribe el maquiavélico propósito de dividir a los Verdes, sólo porque aquel respaldó la candidatura de Peñalosa a la alcaldía de Bogotá. Pero, en rigor, el ex presidente se ha limitado a hacer política. Política a la manera como se practica aquí: sin principios y a codazos. Y como la ejercen otros también en la ola del no todo vale, cuando pretenden devorar por el atajo, subrepticiamente, los votos del uribismo, sin fungir de uribistas. Quieren sellar alianza con el campeón de la politiquería y el abuso del poder sin que se note mucho. Como si el credo y las prácticas del uribismo no se materializaran, precisamente, en las carnitas y los huesitos del héroe del Ubérrimo. Como si éste ofreciera gratis su cauda electoral. Bien podrían los jefes verdes confesarse pragmáticos a la usanza tradicional; pero entonces no deberían presentarse como cruzados sin mácula de la ética pública, terror del clientelismo, la corrupción y el delito. Se pregunta Juanita León en La Silla Vacía si los Verdes podrán mantenerse cerca de Uribe y, a la vez, lejos de toda la corrupción que rodeó su gobierno. Si podrán aceptar a Uribe pero no a los partidos que conformaron Primero Colombia (Alas, Convergencia Ciudadana, Colombia Democrática), cuyos parlamentarios terminaron, casi todos, juzgados por parapolítica.
Que Peñalosa fuera uribista y convidara a Uribe a ser su coequipero no sorprende. Él nunca lo ocultó. En cambio Mockus ha querido serlo sin parecerlo, cuando conviene, en elipses misteriosas que terminan por trocar sus vacilaciones en pasaporte hacia una alianza capaz de pulverizar el partido en ciernes. Los hechos hablan solos. En enero pasado, la dirección nacional del partido Verde decidió por mayoría –Mockus comprendido- aceptar el apoyo de Uribe para ganar la alcaldía de Bogotá. Apunta León que en ninguno de sus comunicados públicos ha rechazado Antanas ese aliado. El 28 de febrero, en el lanzamiento de la candidatura de Peñalosa, Mockus se ratificó: “Mis diferencias con Uribe –dijo- no están por encima del bien de la ciudad”. El exmandatario captó el mensaje y se lanzó en brazos de la oportunidad. Designó a Lozano y a Zuluaga para “emprender diálogo con el doctor Peñalosa”. Y trazó los ejes de un programa de gobierno para la capital. Peñalosa saludó conmovido el apoyo del amigo “que tiene una gran acogida entre los bogotanos”. Gilma Jiménez, senadora votadísima de los Verdes, “celebra y agradece” que Uribe designara a estos “respetables líderes” de la U para conversar con los Verdes. Pero la Ola Verde se sublevó. Muchos se sintieron traicionados por la reencarnación de Uribe en el candidato de su partido. La parlamentaria Ángela Robledo escribió: “No en mi nombre se negocian los principios… no queremos que se nos ofrezca vino viejo en odre nuevo”. Entonces Mockus “confió” en que “Peñalosa (guardaría) distancia con el todo vale”. Mas la suerte estaba echada. Su oferta de cuidarle a Uribe los huevitos laceraba la memoria de los Verdes y situaba más atrás el origen de la alianza que fructificaba hoy. A titubeos parecidos se atribuyó la derrota colosal de Sergio Fajardo en las elecciones de marzo pasado, por servir a la vez a Dios y al diablo.
No es Uribe el que divide a los Verdes. Es la inconsecuencia, la abulia, la torpe astucia de sus jefes. Incapaces de transformar una rica promesa contestataria en opción de poder, a Uribe le bastó dar el pastorejo de gracia a este castillo de naipes descoloridos que es el movimiento Verde. Pero Mockus se permite una declaración final que parece broma de teatro pánico: dizque quisiera que “el proceso de acercamiento de la U no afectara nuestra identidad y nuestro rigor”. ¿Cuál identidad? ¿Cuál rigor? Bien le cantaría el bardo: si el ‘no-todo-vale’ vale nada, el resto vale menos.