Sorpresa, don Berna y el Alacrán ofrecen devolver 45 mil hectáreas. El Ministro Restrepo adivina en algún enemigo de la restitución de tierras una “vaga amenaza para debilitar la voluntad del Gobierno en defensa de las víctimas del despojo organizado por los señores de la guerra, que se volvieron los señores de la tierra”. Ablandamiento de unos. Férrea determinación del Gobierno. Sí, pero aquí falta un elemento crucial: el apoyo organizado del campesinado. Destinatarios de las reformas en ciernes, los campesinos serían su aliado natural y fuerza de presión incontrastable para acometerlas. Como lo fueron en tiempos de la ANUC. Hasta cuando el gigantesco movimiento agrario de los años 70 fue derrotado por los terratenientes, la Fuerza Pública y el gobierno de Misael Pastrana. Y terminó en los 80 infiltrado por las guerrillas, pretexto providencial que redobló la brutalidad del latifundismo contra los campesinos. Guerrilla contra la cual habrán de precaverse hoy, celosamente, no sea que a las FARC les de por barnizar sus vergüenzas fingiéndose amigas de la justicia en el campo.

Con sus luces y sus sombras, la experiencia de ANUC resulta aleccionadora. La asociación de usuarios campesinos fue creada por el Gobierno de Carlos Lleras como base de apoyo social de los directamente interesados en la reforma agraria. Ante el poder hacendario, Lleras decidió saltarse las redes clientelistas de los partidos; y ejecutar la reforma con el campesinado, sin intermediarios. Aunque nació arriba, la ANUC se construyó desde abajo: era una organización de alcance nacional; heterogénea, pues integraba a toda la diversidad del campo; a su legitimidad institucional sumaba la que le otorgaba un sistema de representación democrático.

En los años 70 prohijó un movimiento orgánico de lucha por la tierra que se resolvió en la recuperación de centenares de latifundios. Si encendido el discurso, sus demandas se ceñían a una divisa reformista. El Primer Congreso declaró que la solución a los problemas campesinos no estaba en la lucha de clases sino en la lucha pacífica contra el atraso y la marginalidad. Hervía  en los campesinos el anhelo de ser propietarios, no  “sirvientes de los ricos”.

En los 80, ya derrotado y dividido, el movimiento degeneró en movilizaciones dispersas, a veces salpicadas de guerrilleros del EPL o del ELN. Mientras el ala radical de ANUC languidecía, la oficialista tornaba al clientelismo. Los labriegos de la Costa que habían conquistado sus tierras en la década del 70, las perderían en los años 90. El narcotráfico y sus ejércitos se hacían terratenientes y cerraban filas con el gamonalismo regional. Escribe León Zamosc que la amenaza de una convergencia entre guerrilla y movimiento social creó el caldo de cultivo ideal para que caciques políticos, terratenientes, narcotraficantes y militares se articularan en torno a un proyecto común. Mientras la guerrilla secuestraba, extorsionaba y asesinaba, intentaba acaballarse sobre la lucha campesina.  Y, claro, el paramilitarismo sembró el terror allí donde se había recuperado tierra. Entonces fue la guerra. Y el despojo. Daño inmenso le causó la guerrilla al movimiento campesino.

Más de uno se asusta hoy a la voz de organización campesina. Los  poderes consagrados, porque saben que, cohesionados, los campesinos pueden ser un aliado formidable del Gobierno en este trace. Algunos demócratas desavisados, porque les dijeron que quien discuta los valores de tradición, familia y propiedad es terrorista. Mas no el Vicepresidente Garzón. Al parecer, él propone  trabajar con la organización que ya existe, en vez de inventarse otra ANUC. Esta necesitará el respaldo de toda la sociedad, para que no le caigan los buitres de la guerrilla y las Aguilas Negras.

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