por Cristina de la Torre | Dic 18, 2016 | Ciencia, Diciembre 2016
Pese a la avaricia con que el Estado Central deshonra a la ciencia en Colombia, Medellín ostenta un prolongado recorrido de investigación que en más de un campo le ha merecido reconocimiento mundial. Ha sido esta ciudad pionera en trasplante de órganos; liderada por Francisco Lopera, en neurociencia para buscar la cura del Alzheimer; en investigación biológica proyectada a salud, biodiversidad y ciencias agrícolas, con las tecnologías más desarrolladas. No sorprende, pues, que sea ésta la única capital del país en otorgar premio oficial a estudiantes universitarios y profesores destacados en investigación. Y a una vida de entrega al conocimiento y la innovación que, tras once años consecutivos, recayó esta vez en la médica María Patricia Arbeláez. A fuer de estímulo adicional, el Gobierno de Medellín y la Academia Colombiana de Ciencias crearon la agencia Sapiencia, con impacto sobre el modelo pedagógico en la escuela y presupuesto de $85 mil millones para 2017.
Exalta la doctora Arbeláez la investigación como núcleo de excelencia en la academia, y la creación de semilleros de investigación en la Universidad de Antioquia. 105 a la fecha. Subraya la dimensión interdisciplinaria de la investigación, que termina por salvar fronteras entre biología molecular, epidemiología, antropología y economía; “tal como lo demanda la complejidad de los problemas que nos aquejan como sociedad y que permiten proyectar nuestros hallazgos a la comunidad internacional”. Para el desarrollo, agrega, es imprescindible el conocimiento. Y éste –se sabe– demanda recursos que Colciencias mezquina y el investigador Darío Valencia entiende como deriva de un Estado sin políticas de promoción de la ciencia o de estímulo a la inclinación científica en la educación. Mientras Corea del Sur invertía en 2013 el 4,1% del PIB en investigación, no pasa Colombia del 0,2%. El país asiático presentaba en los años sesenta el mismo nivel de desarrollo de Colombia. Aquel es hoy una potencia económica y Colombia sigue detenida en el subdesarrollo.
Nuestra Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB), verbigracia, trabaja en la frontera del conocimiento y al borde del precipicio financiero, escribe Moisés Wasserman. Por falta de financiamiento de Colciencias, como todos los centros de su especie en el país, vive mirando al abismo. En los dos últimos años, los recursos girados a la CIB se desplomaron de $4.000 millones a $600. Estocada de muerte contra la institución que en 46 años ha formado centenares de investigadores comprometidos con la divisa de poner la ciencia al servicio de la vida. A la cabeza de este centro de excelencia en el mundo en microbiología médica estuvo siempre Ángela Restrepo, miembro de la Misión de Sabios en 1994. El salvavidas vino, por milagro y casi todo, de universidades y empresas particulares.
Ya se recordaba en este espacio que el Hospital San Vicente de Paul, patrimonio moral y científico de los antioqueños y de Colombia, pionero en trasplante de órganos en América Latina, se vio el año pasado al borde del cierre. Le burlaban sus deudas las EPS, y el Gobierno, ni las obligaba a pagar ni giraba él mismo lo debido. Hace 53 años practicó este Hospital el primer implante de mano. El mundo registró la hazaña con asombro, y las que le siguieron. Hitos en la historia de la medicina. Colciencias asfixia a la CIB, como el Ministerio de Salud, a cientos de hospitales en el país.
Aplausos a la apuesta de Medellín por la ciencia. Ojalá se replicara su ejemplo en otras ciudades. Y se unificara el reclamo airado de todas al Gobierno para que financie a derechas actividades que son opción de vida para la paz. Feliz Navidad a mis pacientes lectores, y hasta la vista en enero.
por Cristina de la Torre | Dic 13, 2016 | La paz, Acuerdos de paz, Diciembre 2016
En el gran salón de la Alcaldía de Oslo, tocado de claveles, rosas y orquídeas colombianas, hubo honores repartidos: para el líder que clausuraba una guerra de medio siglo; y para las víctimas, pivote de un modelo de paz que es divisa en el mundo. Recibió el Presidente Santos, con ovación de pie, el Premio Nobel de Paz por jugársela con valentía invencible para alcanzarla. Y vítores mereció, entre otros dolientes, Leyder Palacios (dirigente comunitario que perdió a todos los suyos en la masacre de Bojayá), por allanarse al perdón y a la reconciliación con sus victimarios. Mentís a una derecha desangelada y cerril que sigue soñando con la guerra; que se opuso a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras y, vencida en el Capitolio, ejerce sin pausa todas las formas de lucha contra ella.
No se llegó al fin del conflicto con las Farc por un camino de rosas. Mil obstáculos, insidias y reveses han debido sortearse. El último, la derrota en plebiscito que negó el acuerdo con esa guerrilla, la inmediata convocatoria del Jefe de Estado a los inconformes para configurar uno nuevo y suscribir un pacto nacional de paz. Reveló Berit Reiss-Andersen, vicepresidenta del Comité del Nobel, que, vista la paz al borde del naufragio aquel 2 de octubre, decidió el organismo no aplazar la entrega del premio al hombre que había sido motor de un proceso histórico que demandaba entonces apoyo cerrado de la comunidad internacional. La desmovilización de las Farc es ahora irreversible y, auspicioso, el camino de la paz.
Ha sido la nuestra una guerra de costos humanos incalculables: con masacres por miles, secuestros por decenas de miles, asesinatos de civiles por cientos de miles y crueldades que desafían la imaginación más desbocada. Entre la multitud de relatos que el Grupo de Memoria Histórica recoge y dan fundamento a la inescapable verdad, sobrecoge en particular el de Bojayá. El 2 de mayo de 2012, una batalla de varios días entre paramilitares y guerrilleros de las Farc, obligó a los pobladores a refugiarse en la iglesia. Un cilindro bomba disparado por la guerrilla cayó sobre el techo de la edificación, impactó el altar y estalló en el corazón de la muchedumbre apiñada. Sólo hasta el día siguiente le permitieron las Farc a un puñado de vecinos ingresar a ese infierno para rescatar a los heridos que quedaban. 79 muertos, 32 de ellos familiares de Leyder Palacios. Epílogo repetido hasta la saciedad en esta guerra: 5.771 pobladores del municipio huyeron despavoridos hacia Quibdó. Los desplazados suman 7 millones. Hace un año fueron las Farc a Bojayá, pidieron perdón y el pueblo se los concedió. Todavía no han pedido perdón los paramilitares, que ejecutaron la mayoría de masacres. Ni los políticos y ganaderos que fueron sus aliados.
Para negociar el fin de tanto horror, se ideó Colombia un modelo que la Universidad de Notre Dame reputa ideal, y el propio galardonado lo resumió así: fijar una agenda de negociación realista, concreta y sobre asuntos exclusivos del conflicto. Negociar en confidencialidad. A veces, combatir y dialogar a un tiempo. Ganar el apoyo de los países vecinos. Tomar decisiones difíciles, a menudo impopulares. Convenir un modelo de justicia transicional que ofrezca el máximo de justicia sin sacrificar la paz. Y poner a las víctimas en el centro mismo del proceso.
Es mucho más difícil hacer la paz que hacer la guerra, dijo. La gran paradoja es que “mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las más dispuestas a perdonar…” Es hora de desoír el llamado machista a seguir en pie de guerra, y situarse más bien en pie de paz. Como lo demandan el humanismo y la democracia.
por Cristina de la Torre | Dic 6, 2016 | La paz, Acuerdos de paz, Diciembre 2016
Sino fatal: a cada abrazo entre contendientes suenan clarines de guerra, a veces a cielo abierto, a veces amortiguados con sordina. En ceremonia que distinguió a Gonzalo Sánchez, director del Centro de Memoria Histórica, con el premio al liderazgo por la paz, dijo el galardonado: en el compromiso definitivo de superar el conflicto hay un nuevo aliento, una esperanza cierta de paz. Diríase aliento, esperanza ante todo de las víctimas; anhelo de la democracia. Pero al propio tiempo, en su carrera electoral de apuesta por las armas, afianza el Centro Democrático su vocación de derecha irredenta con el nombramiento de Fernando Londoño, doctrinero del boicot a la paz, como director de ese partido. Al heredero del Laureano que incendió la república, amargo le sabrá el premio otorgado a los negociadores de ambas partes por lograr un acuerdo que el mundo aclama. Amargo, el reconocimiento a la comunidad de Bojayá por su extraordinario ejemplo de generosidad al marcar la ruta del perdón y la reconciliación. Bojayá, una entre centenares de nuestras localidades que suplican parar la sangría.
“Colombia apenas empieza a esclarecer las dimensiones de su propia tragedia”, escribe Sánchez en el prólogo de la obra Basta ya del CMH. Una modesta glosa del texto despejará aristas de la insania, que pasa por la derecha sin romperla ni mancharla. No es esta violencia una simple expresión de delincuencia o bandolerismo, apunta el investigador; ella expresa problemas de fondo en la configuración de nuestro orden político y social. Y no se corrige exterminando al adversario ni se acaba sin cambiar nada en la sociedad. Los actores armados violentaron a la población civil para someterla por el terror. Lógica contra la población inerme que entraña otra lógica, más amplia, de la guerra: el control del territorio, el despojo de tierras, el dominio electoral, la apropiación de recursos legales e ilegales.
La guerra de hoy exacerbó viejos sectarismos políticos que ven en la oposición una amenaza, recava el autor. Esta concepción excluye al otro y niega la pluralidad, en favor del dogma y del pensamiento único; y es vía expedita a la eliminación del adversario. Así, el sectarismo de la política se extiende a las armas y el sectarismo de las armas se proyecta en la política.
La reconciliación que todos anhelamos, señala Sánchez, no puede fundarse sobre la distorsión, el ocultamiento y el olvido, sino sobre el esclarecimiento. Es “un requerimiento político y ético que nos compete a todos […]. La memoria en Colombia es una aliada de la paz, no el instrumento fácil y primitivo de movilización del resentimiento y la venganza”. Elocuente reivindicación de la verdad como presupuesto de paz.
Aclaración. En amable nota me pide la senadora Paloma Valencia “rectificar” mi afirmación de la pasada columna según la cual el objetivo del Centro Democrático “no era la paz sino la campaña electoral que –confiesa Paloma Valencia– le devuelva a Uribe la Presidencia”. Ella niega haber emitido tal aseveración. No dijo ella que su partido se volcara a hacer campaña en vez de buscar la paz. Pero, en lo que a Uribe atañe, mi afirmación se atiene a declaraciones que la parlamentaria emitió el pasado 22 de noviembre a la salida de la Comisión Primera del Senado ante periodistas de varios medios, entre ellos, Hugo García, editor político de El Espectador. En artículo titulado “Nuevo acuerdo de paz será firmado el jueves y refrendado en el congreso”, este periódico registró así sus declaraciones: “si (el Gobierno quiere) jugar rudo, ‘hay herramientas para jugar rudo’, dijo, planteando la posibilidad de recoger firmas, por ejemplo, para convocar a un referendo como vía para revocar el Congreso o, incluso, habilitar la reelección de Uribe”.