por Cristina de la Torre | Mar 30, 2022 | Violencia, Francia Márquez, Gustavo Petro, Elecciones 2022, Marzo 2022
No se sabe si por cálculo político o por inadvertencia. Pero el silencio del Presidente, de su jefe y su partido sobre los abusos, errores, disparates y provocaciones que en un año acumuló el registrador, tributó a la barbaridad final: a la oposición triunfante el 13 de marzo le embolataron, como al desgaire, medio millón de votos; y cuando jueces y notarios se los devolvieron en el escrutinio, fue Troya. Tal vez aconsejado por sus fantasmas y demonios, transformó el expresidente Uribe la enmienda del error en inminencia de fraude, e incitó a desconocer el resultado de las urnas. Un defecto de forma en el tarjetón –ya salvado– mutó en fraude, y éste, en potencial legitimación del caos. Como sucedería en cualquier democracia dinamitada, que en ello derivaría esta sublevación contra el sistema electoral y contra los jueces de la República que protegen sus procedimientos y certifican sus resultados.
Sabrá Dios si no columbraba Uribe el riesgo de violencia que su llamado entrañaba, la repetición de traumas que signaron con sangre nuestra historia política. De los fraudes electorales que contribuyeron a la Violencia entre partidos, por ejemplo forzando entre liberales la suplantación de la cédula por un salvoconducto con la imagen de Laureano, so pena de perder libertad y parcela; y completados después con la acción intrépida y el atentado personal. Su reedición de hoy, el verbo intrépido que desde la cumbre del poder azuza el exterminio de líderes sociales. Del nunca rebatido fraude en 1970 que engendró la rebelión armada del M-19. Una nueva guerrilla que se alzara contra el Estado fraudulento ¿no llenaría el vacío de las extintas Farc que dieron su identidad al uribismo? Con todo, al riesgo desestabilizador ayudó Petro, la propia víctima, cuyo inicial grito de fraude sin pruebas también ambientó la descalificación de las instituciones, si bien rectificó después.
En esta comedia de equivocaciones, dos exmandatarios y un jefe de Estado le disputan el protagonismo al estulto registrador. Exigen todos a una, a grandes voces, reconteo general; a sabiendas de que es ilegal y acaso porque bloquearía indefinidamente la elección de presidente. Declara Asonal Judicial: repetir el escrutinio contraría la ley, pues los jueces incurrirían en delitos de abuso de función pública o prevaricato. El pronunciamiento de los jueces rubricó la derrota política de los falsarios (el Centro Democrático, Salvación Nacional y Oxígeno) en asamblea de la Comisión de Garantías Electorales: 18 de los 21 partidos allí reunidos negaron el reconteo general y reconocieron las conclusiones del escrutinio. Estimaron que el reconteo propuesto sería un ataque a la institucionalidad. Y ninguno de ellos ni las misiones de observación electoral denunciaron fraude.
Pero Uribe insiste en desconfiar de la elección, además por “la abrumadora votación del petrismo en zonas de narcotráfico”. ¿En cuáles, en Bogotá, donde Petro barrió? En cambio sufrió este candidato una derrota colosal en los baluartes del narcoparamilitarismo en Antioquia. Acaso supura la herida del expresidente que nunca rechazó los votos del paramilitarismo, dueño en su Gobierno del 35% de curules en el Congreso. No les perdona a Petro y a los jueces que dieran con sus parapolíticos en la cárcel. ¿Respira también Pastrana por la herida del padre que al parecer accedió por fraude a la Presidencia en 1970?
Nada han dicho estos prohombres sobre 6 de los 17 elegidos a curules de víctimas mediante compra de votos y apoyo de paramilitares que declararon a candidatos objetivo militar. Ya a Francia Márquez, mentora suprema de Los Nadie y de las víctimas, se la hostiliza desde los meandros más oscuros de la política colombiana. Su rechazo anticipado a un posible triunfo de Petro y Francia huele a conspiración con aroma de falso fraude.
por Cristina de la Torre | Mar 15, 2022 | ELN, Clan del Golfo, Reforma Rural, Líderes Sociales, Paramilitarismo, Acuerdos de paz, Marzo 2022
Genuflexo con los poderosos, desalmado con los débiles; he allí el carácter autoritario del Gobierno que Iván Duque preside: rinde la testa ante la estrella polar mientras desprotege y persigue a su pueblo. Hábil maquinador contra el Acuerdo de Paz, contempla sin pestañear el fruto perverso, una violencia desbordada que es panacea de su partido. No deja intactas las causas de la guerra, las agrava: ni reforma rural, ni sustitución de cultivos, ni curules garantizadas a las víctimas, ni negociación de paz con el ELN o de sometimiento con el Clan del Golfo; y sí, en cambio, 228 masacres, 904 líderes sociales asesinados en escasos 4 años y una Ley de Seguridad Ciudadana que evoca la mano de hierro de los regímenes de fuerza. No en vano venimos de una matanza de manifestantes a manos de la Policía y adláteres paramilitares. Gente de bien, armada en legítima defensa contra hambreados que pululan como no se viera en este país.
El exterminio de líderes responde a pujas por el control de economías ilegales, sí, pero también al celo de notablatos locales por preservar su poder de siempre. Despóticos, a menudo violentos, perciben como amenaza letal la expresión organizada de las comunidades que los líderes personifican. Subversivos les parecen sus libertades y derechos democráticos, y más de uno los querría muertos. En bochornoso boicot a la representación política de las víctimas, han suplantado sus candidaturas por las de asociados a victimarios, como la del hijo de Jorge 40. Por falta de garantías renunciaron esta semana 17 aspirantes a esas curules en la Costa, y en el Chocó otros tantos se sumaron a la denuncia. El viernes pasado atentaron a bala contra los candidatos a curules de paz Diana Hurtado, cuyo padre murió en la masacre de La Chinita, y Menderson Mosquera, coordinador de la Mesa de Víctimas de Antioquia. El asesinato de una candidata corroboró el creciente divorcio de este Gobierno con la democracia.
A los habitantes del Bajo Atrato chocoano dominado por el Clan del Golfo, verbigracia, el diálogo con los armados y la verdad les resultan decisivos: necesitamos sus verdades para que la guerra termine, le dijeron a la periodista Natalia Herrera; necesitamos saber qué sectores militares, políticos y empresariales de alto nivel están detrás de sus balas. Piden privilegiar las verdades que Otoniel atesora, considerar la desmovilización que insinúa, sobre su extradición. Pero la Dijín lo amordaza, pues él podrá develar el entramado de esta guerra de 400.000 muertos y desaparecidos: la contrarreforma agraria. Un plan premeditado por los que no dispararon pero ordenaron disparar.
Si la implementación de la paz sigue en pañales, la represión de libertades y derechos marcha triunfal: la Ley de Seguridad Ciudadana emula el modelo draconiano de las dictaduras, da licencia para matar. Convierte el uso de capuchas y la obstrucción de vías en terrorismo y lo castiga como tal. Exime de responsabilidad a quien pueda disparar contra otro, dizque en legítima defensa si pisa su casa, su negocio, su finca. Y facilita hasta el absurdo el porte de armas por civiles.
Norma de bárbaros repotenciada ahora por el acuerdo Biden-Duque que, a título de lucha compartida contra el terrorismo, convierte a Colombia en despensa de armamento gringo. Graciosa concesión del imperio, podremos acceder a créditos de su banca para comprarles equipos de defensa y recibir, antes que otros, sobrantes bélicos. ¡Y nos autoriza –tan divino– a almacenar elementos militares que son parte de la reserva de guerra de EE.UU! ¿Seremos cabeza de turco en una eventual conflagración en la región, coletazo del conflicto en Europa? ¡Qué costosa la foto con Biden, vanidad de nuestro presidente! Indigno a los ojos del mundo, el de Duque es también, para su pueblo, un Gobierno puñetero. Por decir lo menos.
por Cristina de la Torre | Mar 8, 2022 | Oriente, Occidente, Tercer mundo, Imperialismo, Internacional, Marzo 2022
Mancillado el altar de su moral, se escandaliza el civilizado Occidente con la barbarie del déspota de Oriente. Envanecido –con razón– por haber cifrado el derecho internacional en la paz, en la seguridad de las naciones y su integridad territorial tras los 65 millones de muertos habidos en las dos guerras mundiales, ruge ahora selectivamente contra la carnicería de Putin en Ucrania; una puñalada al orden mundial que, si imperfecto, ha evitado otra conflagración mundial, esta vez atómica. Pero tiende un manto de silencio sobre sus propias degollinas. Sobre el aplastamiento de pueblos y su dignidad, el despojo de sus territorios y riquezas en colonias que abarcaron continentes enteros, en pleno siglo XX. Calla sobre las contiendas “de baja intensidad” que la URSS y Estados Unidos libraron por interpuestos combatientes en el Tercer Mundo: la una para expandir el comunismo, el otro para conjurarlo e imponer el modelo que en casa era democracia y afuera sojuzgamiento imperialista. Mas este estadio de Guerra Fría no se ahorró la más caliente y mortífera dirigida contra un país campesino, donde la tronante potencia mordió la derrota. Fue la guerra del Viet-Nam.
Disuelta la URSS, a fuer de lucha contra el terrorismo y la dictadura, los paladines de la democracia disfrazaron de “intervención humanitaria” y “legítima defensa preventiva” a guerras despiadadas como no conociera el mundo contemporáneo: en Iraq, Afganistán, Siria, Serbia o Kosovo. Y, violando acuerdos, no sólo participó en ellas la OTAN con el liderazgo militar de Estados Unidos, sino que cooptó más y más países –viejos satélites soviéticos incluidos– y ya se acerca peligrosamente a la frontera vedada con Rusia. Ahora va por Ucrania, cuya invasión provoca la más reciente lid entre lobos que devoran territorios, pueblos y economías. La común vocación imperial en Oriente y Occidente tendrá que responder por la décima parte de la humanidad que durante el siglo XX pereció en sus guerras.
Vieja es la historia. Los primeros grandes imperios de ultramar surgieron bajo el ala de la conquista y la colonización de América. El continente amerindio, explica Roch Little, derivó en americano, dominado por Europa. Con el tiempo mutó el imperio, no ya para poblar territorios y extraer sus recursos, sino para “civilizar” pueblos bárbaros en África, o culturas “decadentes” en Asia. Al tentacular imperio inglés que sembró colonias en los seis continentes, le siguieron los de España, Portugal, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos. Entre ellos se repartieron África. El gobernante de Bélgica recibió el Congo a título de patrimonio personal. Hasta cuando Gandhi liberó a la India en 1947, para inaugurar así la cascada independentista en Asia y África. También Japón, China y Rusia vieron medrarse sus dominios.
Del último siglo en América Latina, ni hablar. Docenas de intervenciones armadas de Estados Unidos en el subcontinente, a menudo con desembarco como en Nicaragua y Haití, culminaron en golpe militar propinado por el sátrapa de turno al que la potencia del Norte impuso cuando quiso. Pero en la segunda mitad del siglo prevaleció la modalidad de la intervención encubierta, cocinada en la trastienda de los servicios secretos del imperio y en concierto con las elites nacionales. Tal el derrocamiento de Allende en Chile y la negra dictadura que le siguió.
Acaso resultara tan responsable de una potencial guerra nuclear la obsesión de Putin por reconstruir la URSS sobre el imaginario del zarismo, como el avance de la OTAN hacia la frontera rusa (vedada por acuerdo) y la cooptación de Ucrania. Pero no se diga, a rajatabla, que el conflicto opone democracia y autocracia, civilización y barbarie. Más parece la grosera avidez de poder incrustada en la entraña de imperios reales o ilusorios que se niegan a desaparecer.
por Cristina de la Torre | Mar 1, 2022 | Violencia Intrafamiliar, Mujer, Salud, Educación, Marzo 2022
Tres hitos luminosos rubrican la larga lucha de las colombianas por su libertad: el sufragio femenino, el divorcio y la legalización del aborto. La Corte Constitucional ha reconocido el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y su destino; su derecho a exigir educación sexual-emocional, garantías y protección del Estado y de la sociedad, en un país donde el aborto clandestino, desesperado, es problema de salud pública que compromete la integridad y la vida de miles de mujeres. Más de 400.000 abortan cada año en las peores condiciones, 97% de ellas entre las más pobres y en su mayoría adolescentes. Cuasiniñas y niñas víctimas de abandono afectivo y funcional, de violencia en la familia y en el entorno social que se resuelve casi siempre en violación o en estupro endulzado por el mito del amor romántico. Que es también violación. Se escandalizan muchos en el país del Sagrado Corazón –donde se mata por costumbre y se come del muerto– porque se extiendan los derechos liberales a la mujer, pero ignoran el escándalo de bulto: en 2020, 4.268 niñas se volvieron madres; y el año pasado la cota de niñas embarazadas subió 19,4%.
En su fallo ordena la Corte, entre otros, crear instrumentos de prevención del embarazo adolescente y desarrollar programas de planificación y educación sexual. Sí, la prevención del embarazo adolescente desborda la instrucción sobre métodos anticonceptivos. Una educación en responsabilidad afectiva y emocional debería empezar por cuestionar el mito del amor romántico, la general inclinación a confundir el llamado de las hormonas con el amor que todo lo puede, y crea el mito de la mujer dignificada en la maternidad. Condición que le daría estatus social y esposo proveedor, a ella, chiquilla sin horizonte embarcada en la primera fantasía que la arranque de la pobreza y el desamor. Se educa a la niña en la fábula del amor romántico, y al niño para usar a la mujer como objeto sexual.
Pero ni esposo, ni proveedor, ni novio que aparezca a la voz de embarazo. Denso es el legado de la historia que exime de responsabilidad a los varones. Sostiene el siquiatra Francisco Cobos que los conglomerados dominantes en la conquista fueron los invasores –hombres– y los conquistados (mujeres en su mayoría). Exterminados o esclavizados los indígenas varones, esposo o padre indígena casi no hubo. En su hipótesis, pesa en los colombianos esta marca de origen: la relación entre mujer indígena y soldado anónimo, remoto. Los niños fueron siempre hijos de sus madres, pues muchas veces padre no hubo o estuvo ausente (física y emocionalmente). En este modelo de familia, niños y niñas replicarían sin saberlo la cultura ancestral de la violación, y el abandono se transmite de generación en generación.
Pero Cobos pone el acento en las secuelas del abandono afectivo del niño y del adolescente, forma de violencia que sería caldo de cultivo para la delincuencia juvenil y el embarazo adolescente. Para neutralizar los factores de riesgo propone reenfocar la educación sexual desde una verdadera educación emocional en la familia, en la escuela, en la comunidad. Una educación que apunte al desarrollo integral de la persona y de su proyecto vital.
Por su parte, el sicólogo César Raúl Ruiz fustiga a la sociedad que se aterroriza con la despenalización del aborto, pero no orienta en el sano ejercicio de la sexualidad. Sociedad hipócrita, dice, no se pregunta por qué en nombre del amor resultan tantos embarazos indeseados. No educa en responsabilidad afectiva, pero sí lapida a la mujer que aborta y no al hombre que la preña y la abandona.
Es hora de que el patriarcado ensotanado y el tocado de banda presidencial rindan sus armas ante la marea de mujeres que, en su justa por la libertad, se apuntó esta victoria colosal.