por Cristina de la Torre | Oct 24, 2023 | Octubre 2023, Crímen organizado, Protesta social, Guerrillas, Cese multilateral, Fascismo, Farc, ELN, Violencia, Oriente, Occidente, Imperialismo, Sanción Social, Capitalismo, Desplazamientos, Desplazados, Derecha, Paramilitarismo, Racismo, Tierras, Uribismo, Conflicto armado, Conflicto interno, Narcotráfico, La paz, Política exterior, Internacional, Personajes, Justicia, Proceso de paz, Corrupción, Actores del conflicto armado
Guerra que se respete se reputará justa, patriótica, santa; mientras más muertos, más campanillas: la de Hamas, con sus 1.200 israelitas asesinados este 7 de octubre; el genocidio que en respuesta protagoniza Netanyahu sobre Gaza, la mayor cárcel a cielo abierto del mundo, y sus 4.500 caídos a la fecha; las agresiones del inmaculado Occidente contra Afganistán, Pakistán, Irak y Siria, que cobraron 350.000 vidas en ataque armado y por efecto colateral, según el Instituto Watson; la de Ucrania, presa en disputa de dos imperios; la eliminación de la décima parte de la humanidad en dos conflagraciones mundiales, antesala también de nuestra guerra contrainsurgente infestada de narco, con derivaciones escabrosas en Bojayá y Machuca a manos de FARC y ELN, o en los 6.402 falsos positivos de la Seguridad Democrática. Guerras todas beatificadas sobre la tumba de sus víctimas.
Contra Palestina, única nacionalidad sin territorio, se bate la marca de la crueldad: sitiada por hambre, frío y sed, presa de pánico por bombardeos que no perdonan hospitales, se opera allí con el último bisturí y sin anestesia. Los niños que sobreviven tiemblan. Y Biden, mentor de la democracia, retrasa el ingreso de auxilios y veta en la ONU propuesta de cese el fuego.
En la añosa tradición de Napoleón que impone a bala y a puñal en el mundo los principios de libertad, igualdad y fraternidad, savia de la Revolución Francesa, EE.UU. y la OTAN presentan sus carnicerías como “intervención humanitaria” y “legítima defensa preventiva”. Entre tales mohines de hipocresía y patriotismo de cuatro pesos, medra la paradoja de Raskolnikov: ¿por qué a Napoleón que carga sobre sus hombros con medio millón de muertos se le tiene por héroe y a mí, por matar a una vieja usurera, me condenan por asesino?
Hoy se ve el conflicto convencional desplazado por la confrontación terrorista de adversarios que burlan las reglas de la guerra trazadas en Ginebra en 1949. La primera, el respeto a la población civil. Si ilusorio suprimir las razones del poder que dan vida al conflicto, cabe al menos restablecer parámetros que lo someten al derecho internacional humanitario. Según ellos, por loable que parezca el motivo de beligerancia, debe siempre protegerse a la población no combatiente y evitar el uso desproporcionado de la fuerza. Su lema: nadie puede, a título de legítima defensa, fungir de bárbaro para responder a la barbarie.
Sería preciso adaptar controles a modelos de confrontación como el afgano, replicado en Siria e Irak tras el atentado de horror a las Torres Gemelas. Aquí la intervención militar reemplaza a la tropa propia por aliados locales armados y entrenados por Estados Unidos, con apoyo de su aviación y de sus Fuerzas de Operaciones Especiales; el aliado se convierte en ejército sustituto, de mejor recibo en la opinión doméstica, y más barato.
Verdad de a puño que Netanyahu y sus potencias aliadas desoyen: la única salida al conflicto entre Israel y Palestina es la creación (años ha pactada) de dos Estados independientes y con territorio propio. La negociación tendría que ser política. Mas, para acometerla, sus personeros habrán de reconocer antes el desafío formidable de la sociedad movilizada en el encono. Han debutado ya ríos de manifestantes en las capitales del mundo. En Nueva York, miles de judíos protestan contra su Gobierno, como protestan multitudes de israelitas en su propia tierra. Y la esperanza hecha maravilla: un torrente de mujeres hebreas, musulmanas y cristianas desfila durante horas, las manos enlazadas, cantando a la alegría, a la paz, a la vida de los niños. ¡No más hacer patria contando muertos!
por Cristina de la Torre | Feb 27, 2023 | Violencia, Imperialismo, La paz, Política exterior, Internacional, Febrero 2023
Cuando de prevalecer se trata, mucho le cuesta salvar vidas al cristiano, civilizado Occidente; y cómo se solaza el no menos cristiano Putin en la crueldad de su invasión. A cuanta iniciativa de paz se ventila, se muestran ellos escandalizados mientras redoblan acezantes la lucrativa producción de municiones y drones y tanques y cohetes. Se diría que a los verdugos de Afganistán, Iraq, Siria y Kosovo se les apareció la virgen vestida del ruso comeniños. El asalto a Ucrania se le ofrece a Estados Unidos (y su OTAN) como maná del cielo para volver a disputarse el poder hegemónico en el mundo con su viejo rival de la Cortina de Hierro.
Tan responsable de una guerra nuclear sería el que la menea hoy como posibilidad desnuda para reconstruir la URSS sobre el imaginario del zarismo, como los cruzados de la democracia que presentaron como “intervención humanitaria” y “legítima defensa preventiva” sus carnicerías de la Guerra Fría. No es esta una batalla entre democracia y dictadura, entre civilización y barbarie: es, otra vez, guerra de imperialistas que se disputan el dominio en un nuevo orden mundial; otra vez sobre montañas de muertos, para honrar la tradición del Siglo XX, en cuyas guerras desapareció la décima parte de la humanidad.
Imposible descalificar el derecho a defender la soberanía territorial. Pero inquieta si ella se resuelve en sacrificio de vidas que ya suman 300.000 en esta guerra, sin contemplar la opción de transacción política con el agresor. Y prestarse como yunque a la barbarie de contendores sin hígados, resulta inexcusable. ¿No habrá pasado la ayuda militar el umbral que convierte a los aliados de Zelenski en coprotagonistas de la contienda? ¿Querrán los gobiernos de Occidente sacrificar hasta el último ucraniano?
La ilusión inicial de una guerra relámpago triunfal se difuminó, primero, en guerra de posiciones y ahora en guerra de trincheras. Brutal enfrentamiento de desgaste sin final a la vista donde el combate se libra casi cuerpo a cuerpo, en líneas que ni avanzan ni retroceden. Hay en Ucrania batallas de esta laya que evocan la sangrienta de Verdún en 1916. Etapas tuvo la de hoy donde caían mil soldados rusos cada día. Dolorosa mortandad de muchachos en uniformes contrarios lanzados al abismo sin apelación y, tantas veces, sin sentido. Para no mencionar los 8.000 civiles sacrificados a la inclemencia del usurpador.
Más de una personalidad ha pedido negociar la paz. Clama Habermas por evitar una larga guerra que cobre más vidas y destrucción, y desemboque en una disyuntiva desesperada: o intervenir de lleno en el conflicto, o bien, abandonar a Ucrania para no provocar la primera guerra mundial entre potencias con armas nucleares. Si es que el masivo suministro de armas no significa ya participar en esa guerra. Los gobiernos de Occidente, señala, tienen que garantizar la seguridad de sus ciudadanos y son moralmente responsables por las víctimas causadas: ni el partidario más altruista quedaría exonerado de responsabilidad. Una cosa será ayudar a Ucrania a no perder la guerra y, otra, buscar la derrota de Rusia.
China se ofrece como mediador en una solución política del conflicto. Pide diálogo, denuesta la guerra nuclear, insta a respetar a la población civil y la integridad territorial de Ucrania. Zelenski acaba de anunciar que se reunirá con su presidente para estudiar la inesperada puerta de salida, que Biden y la OTAN desairan. Poderosa campaña la de Sergio Jaramillo bajo el hashtag AguantaUcrania, que expresa ya la indignación de 70 intelectuales de América Latina por la invasión a ese país. Podrá ella tributar a la resistencia armada; o bien, favorecer condiciones políticas, no militares, para una negociación de paz. La primera puede conducir a una guerra sin fin; la segunda, a una paz imperfecta, pero paz.
por Cristina de la Torre | Nov 27, 2012 | Política exterior, Noviembre 2012
Los gobernantes colombianos son como “un grupo de bandidos sicilianos o calabreses”; lo dijo en 1903 Teodoro Roosevelt, arcabuz en mano, cuando gritó victorioso “I took Panamá”. Victoria pírrica, pues aquellos ni siquiera acusaron el libelo, acaso honrados de que la estrella polar se dignara mencionarlos. Así ha perdido Colombia la mitad de su territorio, a manos de señorones siempre listos a deshacerse de “lejuras malpobladas por horrendos negros o indios”. Elite indigna que con la pérdida de 80 mil kilómetros de mar en el Caribe ratifica ahora su torpeza.
Cuando se escindió de Colombia Panamá, el presidente Marroquín y su segundo, Jorge Holguín, reconocieron solícitos el nuevo Estado, que no demoró en cederles a los gringos la construcción del Canal. No alivió el trauma de los colombianos la aritmética ventaja que Marroquín presentó: me entregaron un país –dijo- y les devuelvo dos. Londoño Paredes, nuestro negociador en La Haya, declaró tras la debacle que Colombia era ahora “más grande”. Otro acontecimiento que lacera la memoria del país fue la pérdida de la mitad del petróleo que hoy extrae Venezuela, por decisión del presidente Urdaneta. Cedió él en secreto el archipiélago de Los Monjes, vecino de la Guajira y asentado –se sabía- sobre un mar de oro negro, en canje por Eliseo Velásquez. Corría 1951. El gobierno conservador quería al jefe guerrillero liberal refugiado en Venezuela. Colombia entregó Los Monjes y recibió al rebelde. Lo apresó, lo torturó y a los dos días lo mató. Gestionaron la operación el entonces canciller Uribe Holguín y su secretario Vásquez Carrizosa.
Hoy se repite la historia con Nicaragua. Por incuria y pifia de los expresidentes Pastrana y Uribe, Colombia pierde enorme porción de mar. El presidente Santos recibió el caso cuando ya la suerte estaba echada. Pero, rehen del Estado de opinión que Uribe quiere revivir, chambonea en su perplejidad midiéndole el aceite al desconcierto general. Y, dizque en aras de la unidad, se niega a señalar culpables. Por su parte, Uribe incendia la pradera del patrioterismo llamando a desacatar el fallo. Busca votos. Y, tal vez, guerra con Nicaragua, vale decir con Chávez; a ella podrían sumarse soldados de Fidel y respaldo de casi toda Suramérica al inefable Ortega. De paso, frustraría Uribe el proceso de paz con las Farc que se adelanta con aval de Cuba y Venezuela. Gana con creces su pasión suprema: a la guerra interna le suma otra, internacional. Eso sí, enmudece –como Pastrana- sobre su responsabilidad en el fallo adverso de La Haya.
Esta comedia de equivocaciones comienza en 1928, cuando Colombia le regala a Nicaragua la costa de Mosquitia, dizque a Cambio del archipiélago de San Andrés, que ya era nuestro. Segundo, habiendo tratado en firme, Colombia acepta en 2001 que la Corte estudie una demanda sin piso de Nicaragua. Al fungir como parte demandada, legitimó el litigio. Tercero, para contestar la demanda, nuestro país debió reclamar el archipiélago entero y exigir devolución de la soberanía sobre la Mosquitia. Entonces hubiera quedado Nicaragua advertida de lo que arriesgaba. Pudo boicotear el proceso, pero lo escabulló. Cuarto, debimos denunciar el Pacto de Bogotá (que nos obligaba a comparecer en la Corte) antes de que la contraparte demandara. No se hizo. Y Uribe, en sus largos 8 años de gobierno, se obstinó en no denunciarlo.
Si nuestro servicio exterior sigue siendo coto de caza de gobernantes sin honor, a Colombia le darán siempre rocas y, al otro, el mar. Bandidos o no, como espeta el bucanero Roosevelt, Arlene Tickner sitúa con más tino el origen de esta vergonzosa tradición: es la “soberbia andina”. Responsables hay. ¡A rendir cuentas!
por Cristina de la Torre | May 15, 2012 | Política exterior, Internacional, Modelo Económico en Colombia, Mayo 2012
Así quedó diseñado: para apretar hasta asfixiar. El deshonroso tratado que hoy despega no se contentará con alienarle a Colombia toda posibilidad de industrialización en el futuro. No se contentará con sepultar sectores enteros de la producción en el campo y empobrecer aún más a los dos tercios del campesinado que ya padecen hambre. Alargará su brazo peludo hacia el nicho de riqueza que nos queda, envidia del mundo entero: nuestra diversidad biológica, que es base de la biotecnología y su campo infinito de aplicaciones industriales, ambientales, médicas y agropecuarias. El valor de este mercado bordeó en 2005 los 800 mil millones de dólares. Las últimas décadas registran avances insospechados en esta tecnología de punta y una carrera loca de las potencias industriales por hacerse con sus fuentes nativas, especialmente en la Amazonia. Pues con el TLC, Estados Unidos coronó. Gracias a las larguezas de nuestros obsequiosos “negociadores”, ese país podría tener acceso privilegiado y exclusivo a nuestra biodiversidad; controlar el acceso a valiosos recursos animales y vegetales, y asegurarles precios de monopolio a sus multinacionales de la industria farmacéutica. Todo, en virtud de patentes que protegen la propiedad intelectual, vale decir, su exclusividad en investigación científica, en innovación y en comercialización de los productos. Maria Natalia Díaz advierte: “los términos pactados en el TLC en materia de propiedad intelectual y patentes encienden las alarmas sobre la futura propiedad de los recursos genéticos del país” (Externado, tesis de grado). Así como se allanó a “competir” con una agricultura potente y subsidiada, en materia de biodiversidad le concedió Colombia a Estados Unidos la parte del león.
Según la Organización Panamericana de la Salud, este tratado le concede a EE.UU. exclusividad de mercado en el sector farmacéutico. Y, por ende, precios más altos que si hubiera competencia. Además, – dice Consuelo Ahumada, algunos de cuyos razonamientos seguimos aquí- el TLC amplió la vigencia de patentes a los medicamentos de marca. Es decir, concedió más tiempo de monopolio a las grandes farmacéuticas, e impuso más restricciones a nuestra producción de genéricos. Perjudicados, los consumidores colombianos, pues los medicamentos genéricos valen en promedio la cuarta parte de los de marca, no desmerecen en calidad, y cubren dos tercios del mercado.
Descorazona la violencia del contraste que ofrece Colombia frente al tesón de los países del G-20 –India y Brasil a la cabeza- que desde 2003 resisten la iniciativa de aplicar a los medicamentos derechos de propiedad intelectual que sólo favorecen a los países industrializados. Exaspera la barbaridad (¿o la avivatada?) del ex ministro Palacio, que liberó los precios de los medicamentos, de modo que las grandes farmacéuticas extranjeras pudieran elevarlos hasta en un 3.204%, caso del Interferón B1-B; o del Rituximab, que en Colombia vale 3.500 dólares y, en Inglaterra, 278. Visionario, el personaje de marras concedió a sus anchas y por adelantado las gabelas del TLC. Obsequios que responden en medida sustancial al colapso del sistema de salud que tirios y troyanos reconocen ya.
Señala Díaz que la biotecnología sería nuestra última esperanza para producir bienes de alto valor agregado y competir desde nuestra inmensa riqueza biológica. Pero a condición de que sepamos enfrentar el oligopolio del sector, el régimen de patentes que impera, los vacíos normativos, la biopiratería. Y esta amenaza colosal contra la propiedad de nuestros recursos genéticos a manos de un tratado, planta carnívora, que quiere devorarlo todo.
Pregunta. ¿Quién anda detrás de los atentados contra Mónica Roa, gestora de la ley que autoriza el aborto en circunstancias especiales? La Justicia tiene la palabra.
por Cristina de la Torre | Jul 27, 2010 | Política exterior, Internacional, Julio 2010
Ni guerra con Venezuela, ni desenlace de trágico destino. En el vértigo de los acontecimientos, ambivalentes, impredecibles, dos hechos descuellan: la sorprendente invitación de Chávez a las guerrillas a deponer las armas y el anuncio del canciller venezolano de que llevará este jueves a la asamblea de Unasur una propuesta de paz para Colombia. Estos hechos sugieren que la ruptura de relaciones con Colombia es apenas accidente de un proceso que viene configurándose y apunta a dos fines: a reconstruir las relaciones bilaterales y, por contera, a buscarle solución política a nuestro conflicto interno. Mientras Monseñor Serna informaba hace un mes que las FARC liberarían sin contraprestación a los últimos 20 militares en su poder, Chávez discurría sobre la posibilidad de reconciliarse con Colombia, deslizaba suavemente su oferta de mediar en el conflicto colombiano, y se preparaba para asistir a la posesión de Santos el 7 de agosto. Sergio de la Torre adivinaba en todo ello la puerta que se abría a un diálogo integral de paz, un tímido agitar de bandera blanca ante la cual no se podía pasar de largo, “llevados por la soberbia, el triunfalismo o el afán de vindicta” (El Mundo, 6-19).
Acaso arrastrado por los celos o por una vanidad sin atenuantes, resintiendo el ocaso de su poder como una ofensa personal y, como traición, el derecho del sucesor a gobernar con mano propia, Uribe aborta en la OEA la revelación de pruebas ya sabidas sobre el amparo de Chávez a las FARC. Sin sentido de oportunidad y poniendo al país en riesgo, amenazaba así el avenimiento en ciernes. Aún a sabiendas de que la denuncia sería en todo caso, hoy o mañana, por boca suya o la de Santos, materia principal de reclamo a Venezuela.
Chávez respondería con incuria parecida pero con sentido inverso de la oportunidad política: trocó la denuncia en afrenta contra su pueblo. Rico maná le venía del cielo, a dos meses de unas elecciones de resultados inciertos para él. Quiso reavivar malquerencias hacia el vecino que se ofrecía, según él, como cabeza de playa para una probable agresión del imperio contra su patria. Convertir el odio y el miedo en votos, a la manera de los dictadores. Pero al parecer la treta no le sirvió esta vez: ni todos sus prosélitos le creen ya, ni las circunstancias favorecen su argumento, ni él mismo querrá usarlo indefinidamente, abochornado como anda hoy con el sol a las espaldas.
Su popularidad se desploma en Venezuela con la misma rapidez con que se disparan la corrupción del gobierno y la violencia en las calles de Caracas, y se paraliza la economía del país. En el concierto internacional, los amigos se le enfrían. Se dijo que, a la ruptura con Colombia, Fidel Castro y Lula lo reconvinieron severamente. España, Francia y Rusia se sumaron al coro de la OEA en pleno que instaba a las partes a superar la crisis por la vía del diálogo. Y Estados Unidos declaró que Venezuela estaba obligada ante la comunidad internacional a investigar a fondo las denuncias de Colombia. Palabras mayores. Chávez ha debido acortar los estadios de su ciclotimia. Tras el estruendo de sus amenazas y la teatralidad de sus rupturas, vuelve siempre a la frase amistosa: no bien rompió relaciones con Colombia, abogó porque “después del 7 de agosto podamos iniciar reuniones de cancilleres, plantear las cosas bajo el respeto mutuo y volver a sentarnos los Presidentes”. Lo nuevo es que el espíritu de diálogo parece imponerse ahora, por fuerza, sobre la belicosidad del Coronel.
Por lo que a nosotros hace, el dilema se dibuja sobre dos caminos opuestos para disolver la alianza Chávez-Farc y para alcanzar la paz en Colombia: o incendiando la pradera, o dialogando sin bajar la guardia. Y, como diría Augusto Ramírez, mucho va de la “plomacia” a la diplomacia.
por Cristina de la Torre | Nov 10, 2009 | Modelo Económico, Política exterior, Internacional, Noviembre 2009
Tal vez no sea una fantasía descabellada. Datos hay para sospechar que la guerra que Uribe y Chávez promueven con su patriotismo de campanario para hacerse reelegir termine inscrita en una geopolítica mayor. A la usanza de la guerra fría –o de la caliente-, Colombia y Venezuela terminarían prestando su territorio para una disputa encubierta entre Irán y sus aliados contra Estados Unidos. Chávez, como aliado de Irán desde 2000, cuando relanzó la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) y encontró en la revolución islámica el mismo sabor fundamentalista de su cursi socialismo. Uribe, obsecuente prosélito de Bush desde 2002, cuando el fanático petrolero invadió Iraq con venias de nuestro Presidente que así se apartaba del resto de Suramérica. Los opíparos acuerdos económicos de Chávez con los Ayatolas, la compra masiva de armas de última generación a Rusia, no son sino el desenlace de alianzas cada vez más robustas. Por su parte, el tratado de Uribe que les entrega a uniformados gringos siete bases militares con carta blanca para espiar a los vecinos, resulta también de un proceso de años, madurado al calor de un corazón generoso que cede soberanía al poderoso y se granjea la antipatía del subcontinente.
Como en toda guerra moderna, el control del petróleo vuelve y juega. Se sabe que la médula de la hegemonía norteamericana durante la Guerra Fría fue el dominio sobre ese recurso energético. Pero ahora la OPEP, liderada por Irán y Venezuela, controla el 78% de las reservas mundiales de crudo, y Estados Unidos, escaso 2.5%, mientras consume la cuarta parte del producido mundial. No es éste el único poder de Irán. Ese país ha ingresado al club nuclear, pinta como potencia hegemónica en Asia Central e incursiona en América Latina. A poco, podrá equiparar su potencial militar con el de Estados Unidos.
En el intento de implantar un nuevo orden global presidido unilateralmente por Estados Unidos, Bush respondía al viejo orden de la Guerra Fría. Pero a aquél se le contrapuso la alternativa de un orden multipolar, cuyo promotor fue Chávez. El coronel se volvió enlace entre la OPEP y el continente Americano, y portavoz contra el imperio. Entre tanto, para no sucumbir en un combate frontal con Estados Unidos e Israel, Irán se propone como contrapartida militar una “guerra asimétrica” que ahora busca amigos también en América Latina. En 2006, el presidente del parlamento iraní anunció en Caracas que su país podría ayudar a Venezuela a desarrollar tecnología nuclear. Las guerritas de baja intensidad parecen, pues, cosa del pasado. Esta semana, Israel acusó a Venezuela de convertirse en plataforma militar de Irán. Dani Ayalón, vocero de ese país, declaró que “el alcance del régimen iraní no termina en Oriente Medio. Es global y llega también a Äfrica y América Latina”.
Algo sugiere, pues, que una conflagración con Venezuela podría desbordar el jueguito narcisista de dos presidentes maravillados en la contemplación de su propio ombligo. Sería enfrentamiento de grandes en patio ajeno, con connotaciones de guerra santa. Venezolanos y colombianos, claro, pondríamos los muertos, mientras otros se disputan desde este triste trópico recursos energéticos, materias primas y mercados. ¿Por qué no reclamar el derecho a no jugar de idiotas útiles, y ahorrarnos la carnicería?