Boric, la destorcida socialdemócrata

Mientras en Colombia la apretada rosca de los elegidos celebra 30 años del libre mercado que rebosó sus arcas, Boric reinicia en la región el reencuentro con la socialdemocracia en su modo latinoamericano de promotora del desarrollo. Se despliega aquí el ceremonial del neoliberalismo, religión laica cuyos ritos y pontífices no consiguen barnizar sus estropicios: el desmonte de la economía propia y el hambre impuesta a medio país. Y patalea la derecha: advierte el columnista Andrés Espinoza que con Boric se lanza Chile al abismo comunista. Pero el presidente elegido por aplastante mayoría encarna una nueva izquierda. A expresa distancia del dogma leninista; de los regímenes que en Venezuela, Cuba y Nicaragua prolongan la saga centenaria de tiranías, promete, faltaría más, enterrar el modelo Friedman-Pinochet y resignificar la democracia. E incorpora la defensa del feminismo, del ambiente, de las minorías, del matrimonio igualitario, del aborto.

Boric fraterniza con la socialdemocracia que en Europa redistribuye el bienestar y en nuestros países lima desigualdades, conjura la miseria, extiende los derechos y libertades de la democracia liberal. Como ya lo hicieran Lula en Brasil y Mujica en Uruguay: revitalizando el Estado. Con respeto a la propiedad, a la iniciativa privada, al mercado competitivo. En lugar de nacionalizaciones, regulación de la economía y amplia política social, con responsabilidad fiscal. Como en cualquier democracia que se respete, promete Boric subir impuestos a quienes más tienen, crear un fondo universal de salud, intervenir los fondos privados de pensiones que ganan cifras absurdas pagando a sus afiliados menos de un tercio de sus aportes a pensión. Crear, en su lugar, un sistema público de pensiones autónomo, sin fines de lucro y sin AFP. Boric cierra el ciclo histórico de un modelo de crecimiento disparado para los más ricos, que no de desarrollo económico y social.

El modelo de marras glorificó el mercado, encogió el Estado y el gasto público, concedió todas las prerrogativas al gran capital. Resultado, el enriquecimiento de una minoría hasta la obscenidad y mayor empobrecimiento de las mayorías. Cristalizó todo ello en la mercantilización de la salud, la educación y las pensiones, que Boric se propone revertir, disponiendo el capitalismo en función de la igualdad. La alternativa agrega a las libertades y derechos de la democracia liberal un horizonte de igualdad social y económica dibujado desde el Estado, y nuevas formas de ciudadanía. La alternativa es la reforma, no la revolución. Y vuelve por los fueros de la planeación estratégica.

A la planificación del desarrollo concertado sobre el eje de la industrialización tornó Lula para arrancar de la pobreza a 35 millones de personas, promover a 38 millones a la clase media y crear 20 millones de empleos formales. Hoy pinta Lula para repetir. Si vuelvo a la presidencia, ha dicho, no será para hacer menos de lo que hice: el mejor momento de inclusión social, educación, empleo y salarios. Si regreso, será para que el pueblo vuelva a comer tres veces al día, para que pueda trabajar e ir a la universidad. Quince años gobernó la izquierda moderada en Uruguay en cuatro frentes: desarrollo económico, igualdad social, derechos humanos y modernización política. Su mentor, Mujica, devino en referente político para la izquierda democrática del mundo.

Si en Colombia el estallido social endureció aún más a la derecha, en Chile se saltó de las barricadas a las urnas y de éstas al poder. Al poder que ejecutará el cambio paso a paso. Entré en la política, dijo Boric, con las manos limpias, con el corazón caliente, pero con la cabeza fría. En todo caso su bandera flamea en Chile y coquetea a todo el vecindario: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”.

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