Tal vez no sea una fantasía descabellada. Datos hay para sospechar que la guerra que Uribe y Chávez promueven con su patriotismo de campanario para hacerse reelegir termine inscrita en una geopolítica mayor. A la usanza de la guerra fría –o de la caliente-, Colombia y Venezuela terminarían prestando su territorio para una disputa encubierta entre Irán y sus aliados contra Estados Unidos. Chávez, como aliado de Irán desde 2000, cuando relanzó la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) y encontró en la revolución islámica el mismo sabor fundamentalista de su cursi socialismo. Uribe, obsecuente prosélito de Bush desde 2002, cuando el fanático petrolero invadió Iraq con venias de nuestro Presidente que así se apartaba del resto de Suramérica. Los opíparos acuerdos económicos de Chávez con los Ayatolas, la compra masiva de armas de última generación a Rusia, no son sino el desenlace de alianzas cada vez más robustas. Por su parte, el tratado de Uribe que les entrega a uniformados gringos siete bases militares con carta blanca para espiar a los vecinos, resulta también de un proceso de años, madurado al calor de un corazón generoso que cede soberanía al poderoso y se granjea la antipatía del subcontinente.
Como en toda guerra moderna, el control del petróleo vuelve y juega. Se sabe que la médula de la hegemonía norteamericana durante la Guerra Fría fue el dominio sobre ese recurso energético. Pero ahora la OPEP, liderada por Irán y Venezuela, controla el 78% de las reservas mundiales de crudo, y Estados Unidos, escaso 2.5%, mientras consume la cuarta parte del producido mundial. No es éste el único poder de Irán. Ese país ha ingresado al club nuclear, pinta como potencia hegemónica en Asia Central e incursiona en América Latina. A poco, podrá equiparar su potencial militar con el de Estados Unidos.
En el intento de implantar un nuevo orden global presidido unilateralmente por Estados Unidos, Bush respondía al viejo orden de la Guerra Fría. Pero a aquél se le contrapuso la alternativa de un orden multipolar, cuyo promotor fue Chávez. El coronel se volvió enlace entre la OPEP y el continente Americano, y portavoz contra el imperio. Entre tanto, para no sucumbir en un combate frontal con Estados Unidos e Israel, Irán se propone como contrapartida militar una “guerra asimétrica” que ahora busca amigos también en América Latina. En 2006, el presidente del parlamento iraní anunció en Caracas que su país podría ayudar a Venezuela a desarrollar tecnología nuclear. Las guerritas de baja intensidad parecen, pues, cosa del pasado. Esta semana, Israel acusó a Venezuela de convertirse en plataforma militar de Irán. Dani Ayalón, vocero de ese país, declaró que “el alcance del régimen iraní no termina en Oriente Medio. Es global y llega también a Äfrica y América Latina”.
Algo sugiere, pues, que una conflagración con Venezuela podría desbordar el jueguito narcisista de dos presidentes maravillados en la contemplación de su propio ombligo. Sería enfrentamiento de grandes en patio ajeno, con connotaciones de guerra santa. Venezolanos y colombianos, claro, pondríamos los muertos, mientras otros se disputan desde este triste trópico recursos energéticos, materias primas y mercados. ¿Por qué no reclamar el derecho a no jugar de idiotas útiles, y ahorrarnos la carnicería?