AGRO: EL ZURRIAGO IMPLACABLE

En política agraria, descuella Uribe como discípulo aventajado de la escuela que en 1990 adoptó César Gaviria y cuyo último vástago es AIS. El artífice de Carimagua aprendió la lección y superó al maestro. A instancias de la apertura económica y dizque para fomentar cultivos de exportación como la palma africana, el abismo entre grandes propietarios y la miseria rural ha alcanzado proporciones que casi ningún país registra. Y tal inequidad apareja una violencia que hasta Stiglitz considera irreductible si no se crea empleo y se elimina el sistema de monopolios que avasalla al campo.

El escándalo de AIS, tapa de la olla podrida en la que derivó este gobierno, no va solo. El Incentivo Sanitario para Flores y Forrajes viste la misma prenda: mientras el pequeño floricultor recibe menos de 15 mil pesos, multimillonarios y particulares acaparan la tajada mayor. Por ejemplo, The Elit Flower recibe 974 millones y dos señoras (reinas de belleza?) se quedan con 1.620 millones.

Darío Fajardo, respetado estudioso de la materia, sostiene que AIS es apenas producto de un modelo que se afirmó en los 90 y hoy representa el núcleo del proyecto económico de Uribe: es una estrategia de enriquecimiento para grandes propietarios, no un modelo de desarrollo agrario de beneficio común. Con la apertura económica, Colombia perdió en aquella década 700 mil hectáreas de cultivos y 300 mil empleos en el campo, con efectos desastrosos sobre la seguridad alimentaria del país, que hoy importa la mitad de su comida, a precios astronómicos. Baja de aranceles significó invasión de productos extranjeros; repatriación masiva de dólares del narcotráfico significó revaluación del peso. Juntos, estos dos factores redundaron en el desplome de la producción nacional.

Más acusada cada día, aquella estrategia es el corazón del plan de desarrollo que Uribe proyecta a 2019. Conforme cae la producción de alimentos crecen los cultivos de tardío rendimiento. Se cree que la única manera de integrarse al mercado internacional es beneficiando a los sectores “competitivos”, aunque generen poco empleo o ninguno, y arrasen con la agricultura campesina. Resultado, una mar de indigentes aterrorizados que, cuando no huyen a mendigar en las ciudades, se alquilan como soldados de cualquier ejército ilegal.

Para asegurar la rentabilidad de los cultivos de exportación, el gobierno propicia la concentración de la propiedad, abruma de gabelas a los ricos del campo y acolita el pago de salarios de miseria a los miserables del sector, 34% de la población campesina. Todo, so capa de proteger al agro de un hipotético TLC y compensar sus elevados costos de producción. Como si éstos no resultaran, precisamente, del monopolio sobre la tierra, sobre el crédito y el capital, sobre la industria de agroquímicos. Imposible reducir costos sin desmontar esa estructura de monopolios, con estrategias de fondo como la reforma agraria, señala Fajardo. Aquí, los recursos destinados dizque a reducir costos de producción terminaron por enriquecer más a los ricos y pagar favores políticos al gobierno.

A 50 años de la muerte de López Pumarejo, a 70 de su propuesta de reforma agraria, ha crecido la desigualdad en el campo. Hambre, desarraigo y violencia cobran sus víctimas entre los más débiles. La misma oligarquía atrabiliaria que respondió con la Violencia a la Revolución en Marcha, frustró por segunda vez en Chicoral la reforma agraria que los Lleras intentaron en los 60. Voraz, insaciable, ahora coligada con los nuevos potentados que medran a sangre y fuego, aquella oligarquía de perrero se ha hecho con el poder todo, y en él quiere quedarse. No otra cosa augura la reelección.

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LOS ANCIANOS, DESECHABLES

“Queremos internar a un viejo; ¿qué se necesita para que lo reciban?”, transcribe El Tiempo. Desde cualquier teléfono, de oro o de baquelita, a razón de diez llamadas diarias, la pregunta se volvió estribillo en los albergues públicos de Bogotá. “No podemos tener más al viejo en la casa, porque no aporta nada, ya no produce y no sabemos qué hacer con él”. Marginados de la prosperidad, o de la simple supervivencia, nuestros ancianos son la hez en esta Colombia de pasión y corazoncitos. Tras el rosado almíbar de la publicidad y los falsos devotos se oculta una sociedad sin hígados que se abre camino a codazo limpio y venga sus sinsabores en los seres más indefensos: los ancianos. Los primeros victimarios, sus propios hijos. La crueldad se viste de humillación y abandono para coronarse, a veces, en abuso sexual y asesinato.

El drama se multiplica conforme aumenta el envejecimiento de la población. Según Medicina Legal, la violencia intrafamiliar contra ellos creció 21% en el último año. Cuántos de los cien mil que en la capital no pueden caminar, o son ciegos o sordos o mudos o baldados de brazos y manos resultan de ese trato, no se sabe. Se sabe, sí, que sólo en Bogotá casi 50 mil arañan la indigencia. El Ministerio de Protección Social y Bienestar Familiar no alcanzan a ayudar sino a la quinta parte de los abuelos que en el país padecen hambre o desplazamiento. De los 4.5 millones de viejos, sólo un millón desfruta de pensión. El resto depende de su trabajo o vive de caridad. Cuando tienen seguro de salud, una minoría, se les atiende tarde y a medias.

Vulnerable al extremo, humillado en su propia indefensión, la violencia generalizada contra el anciano contempla expulsión, desamparo, aislamiento, agresión sicológica, atropello físico y económico. El maltrato sicológico es a menudo antesala de la violencia física. Sea por desatención o abandono emocional, sea como trato vil sistemático, éste hiere su dignidad y puede desembocar en suicidio. Campea la idea de que lo viejo es inútil, una carga, un estorbo, anverso repulsivo de lo bello, lo joven, lo productivo. Chivo expiatorio de un destino ingrato, sobre el anciano se descarga al parecer el peso de una autoridad deformada que el agresor padeció de niño, y que éste ejerce ahora como afirmación de poder.

Si mayas y nipones respetan a los ancianos por su sabiduría, si los veneran los antiguos, las sociedades industriales los invisibilizan, los discriminan, los desechan, por no ser ya productivos. En Occidente, la modernidad sembró en la mayoría de cristianos una moral del rentismo que avasalló al Evangelio. Rentismo que entre nosotros, país del sálvese quien pueda, obra tantas veces como hermano natural de la violencia.

El representante Simón Gaviria ha presentado proyecto de ley que eleva las penas contra el agresor del anciano. Así como se castiga al padre que abandona y maltrata a sus hijos, habrá de penalizarse al hijo que de esta manera procede con su padre. Enhorabuena. Inspire al joven parlamentario doña Bertina Hernández que, a sus 90 años, despliega la alegría de vivir que a otros viejos se les hurta. Líder aguerrida de Malambo, Bertina es hoy celebridad de la radio en Barranquilla. Desde sus micrófonos fustiga a funcionarios venales por “embusteros y sinvergüenzas”, narra anécdotas y cuenta chistes verdes. Excepción que confirma la regla, no se conforma ella con ser otra víctima silente entre sus congéneres. Aguda de figura y de palabra, casi se oye en la fotografía de esta abuela la carcajada que escapa del hueco de su boca. ¿Habrá quién ose deshacerse de ella porque su ingenio no produzca dinero?

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GUERRA EN PATIO AJENO

Tal vez no sea una fantasía descabellada. Datos hay para sospechar que la guerra que Uribe y Chávez promueven con su patriotismo de campanario para hacerse reelegir termine inscrita en una geopolítica mayor. A la usanza de la guerra fría –o de la caliente-, Colombia y Venezuela terminarían prestando su territorio para una disputa encubierta entre Irán y sus aliados contra Estados Unidos. Chávez, como aliado de Irán desde 2000, cuando relanzó la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) y encontró en la revolución islámica el mismo sabor fundamentalista de su cursi socialismo. Uribe, obsecuente prosélito de Bush desde 2002, cuando el fanático petrolero invadió Iraq con venias de nuestro Presidente que así se apartaba del resto de Suramérica. Los opíparos acuerdos económicos de Chávez con los Ayatolas, la compra masiva de armas de última generación a Rusia, no son sino el desenlace de alianzas cada vez más robustas. Por su parte, el tratado  de Uribe que les entrega a uniformados gringos siete bases militares con carta blanca para espiar a los vecinos, resulta también de un proceso de años, madurado al calor de un corazón generoso que cede soberanía al poderoso y se granjea la antipatía del subcontinente.

Como en toda guerra moderna, el control del petróleo vuelve y juega. Se sabe que la médula de la hegemonía norteamericana durante la Guerra Fría fue el dominio sobre ese recurso energético. Pero ahora la OPEP, liderada por Irán y Venezuela, controla el 78% de las reservas mundiales de crudo, y Estados Unidos, escaso 2.5%, mientras consume la cuarta parte del producido mundial. No es éste el único poder de Irán. Ese país ha ingresado al club nuclear,  pinta como potencia hegemónica en Asia Central e incursiona en América Latina. A poco, podrá equiparar su potencial militar con el de Estados Unidos.

En el intento de implantar un nuevo orden global presidido unilateralmente por Estados Unidos, Bush respondía al viejo orden de la Guerra Fría. Pero a aquél se le contrapuso la alternativa de un orden multipolar, cuyo  promotor fue Chávez. El coronel se volvió enlace entre la OPEP y el continente Americano, y portavoz contra el imperio. Entre tanto, para no sucumbir en un combate frontal con Estados Unidos e Israel, Irán se propone como contrapartida militar una “guerra asimétrica” que ahora busca amigos también en América Latina. En 2006, el presidente del parlamento iraní anunció en Caracas que su país podría ayudar a Venezuela a desarrollar tecnología nuclear. Las guerritas de baja intensidad parecen, pues, cosa del pasado. Esta semana, Israel acusó a Venezuela de convertirse en plataforma militar de Irán. Dani Ayalón, vocero de ese país, declaró que “el alcance del régimen iraní no termina en Oriente Medio. Es global y llega también a Äfrica y América Latina”.

Algo sugiere, pues, que una conflagración con Venezuela podría desbordar el jueguito narcisista de dos presidentes maravillados en la contemplación de su propio ombligo. Sería enfrentamiento de grandes en patio ajeno, con connotaciones de guerra santa. Venezolanos y colombianos, claro, pondríamos los muertos, mientras otros se disputan desde este triste trópico recursos energéticos, materias primas y mercados. ¿Por qué no reclamar el derecho a no jugar de idiotas útiles, y ahorrarnos la carnicería?

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ALMA DE COLONIZADOS

Con sigilo, taimadamente, a espaldas del Congreso y de la Corte Constitucional, ha suscrito el Gobierno un tratado que podría convertir el territorio de Colombia en puntal de dominio estratégico de EE UU sobre el continente. Semana revela documento del Departamento de Estado que considera a la base de Palanquero lugar ideal para realizar operaciones de amplio espectro en una región “crítica”, sobre todo, por albergar “gobiernos anti-Estados Unidos”. Léase Venezuela, aliado de Irán, el archienemigo atómico de EE UU. Uribe le asegura a la potencia del Norte una trastienda desde donde pueda librar su guerra contra Alá, si ella estalla.

En medio siglo de acuerdos militares, es la primera vez que el país se ve obligado a permitir el ingreso de aviones de guerra y el uso sin límites pre-establecidos de instalaciones y de la infraestructura de comunicaciones por tropas extranjeras. A título de lucha antidrogas, política que el propio Presidente Obama se apresta a revisar, el tratado le permite a EE UU introducir aquí “observadores aéreos de terceros países”. No andaban descaminados los presidentes de Suramérica cuando en Bariloche pusieron el dedo sobre esta llaga.

 Leonino, el tratado concede todas las prerrogativas a la contraparte y a Colombia le reserva la humillante condición de cooperante. Para uniformados y  contratistas, será ese gobierno el que determine sus funciones en suelo colombiano. Vienen, pues, fuerzas armadas de camuflado y de civil. Estos contratistas son miembros de compañías militares privadas que en más de un país operan como ejércitos de mercenarios e incurren a veces en asesinato, en tráfico de drogas y de armas. En 2001, la prensa denunció casos de hombres de la Dyncorp, contratada por el Departamento de Estado para operaciones de fumigación en nuestro país, que resultaron involucrados en tráfico de heroína y comercialización de anfetaminas. Hace dos años el sargento Cohen y el contratista Ruiz violaron a una menor en Tolemaida, y nada les pasó. Todos ellos gozan de libertad y buena salud. A todos los cobija inmunidad diplomática. Y todos, parentela comprendida, podrán ingresar a Colombia sin pasaporte y sin visa.

Amplio y ambiguo es el espectro de servicios que estas compañías militares privadas ofrecen en desarrollo del Plan Colombia: ya asesoran a nuestra fuerza pública, ya le brindan seguridad y entrenamiento, ya desempeñan labores de inteligencia para reunir información de interés público que el Estado renuncia a controlar. Colombia destina jugosas partidas para pagar esos servicios. Así cede el monopolio de la fuerza que las democracias entregan al Estado. Lo privatiza. Lo feria entre particulares que incursionan en actividades de  responsabilidad militar, para agrietar la línea de mando entre la fuerza pública colombiana y el personal de esas empresas. Según datos del Departamento de Estado que publica la revista Zero del Externado, la Dyncorp realiza operaciones militares y participa en combate. Brindan apoyo militar la Northtrop Grumman Information Technology Internacional, Olgoonik y Chenega Federal System. De asesoría y entrenamiento militar se encargan Lockheed-Martin, Arinc Inc, Mantech, Tate Incorporated y Caci Inc.

Gracias al nuevo tratado y a los contratistas, veremos amplificarse el espíritu militarista y la intervención de un ejército extranjero en nuestra guerra. Entre tanto, el Presidente Uribe perseverará en reverencias y larguezas apenas comparables a las del mandatario que le regaló a Venezuela el petróleo de Los Monjes. O a las de aquel otro que, por darle gusto al imperio, permitió la secesión de Panamá. Tienen ellos alma de colonizados.

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