Tatequieto al FMI y sus muchachos

 Volvía el Fondo Monetario Internacional (FMI) al ajuste draconiano de tres décadas atrás en América Latina; pero no calculó en su rudeza –tampoco los amigos del patio trasero en su indignidad– que se estrellarían contra una sublevación popular. Estalló en Ecuador, estalló en Chile y reverbera en Argentina. Y si, como es de esperar, el lánguido mentís de Duque a sus reformas laboral y pensional es sólo ardid de elecciones, será Colombia la cuarta ficha del dominó en caer. El FMI condicionó crédito al Ecuador a una drástica reducción del gasto público cuya medida última fue duplicar el precio de la gasolina. Gota que rebozó la copa de austeridad forzosa que se traduce en “flexibilización” laboral, aumento de impuestos al común, reducción de los mismos a los ricos, privatización de salud y pensiones, eliminación de subsidios; todo, dentro del modelo de mercado que pesa como un piano sobre los hombros de las mayorías hambreadas que esta vez gritaron: ¡estamos hartos y no tenemos miedo!

Once días duró la protesta que debutó con los indígenas y se volvió avalancha acrecida con trabajadores, estudiantes, campesinos y transportadores, cuya disciplina y organización no le restaron la vehemencia necesaria para triunfar: el Gobierno retiró la medida. La brutalidad de la fuerza pública había cobrado 10 muertos y 1.340 heridos. Notas inéditas en marchas callejeras: cientos de médicos, estudiantes de medicina y socorristas voluntarios forman cordón humanitario de protección a heridos. Algún soldado llora su arrepentimiento entre abrazos de la gente. Los manifestantes retienen a 40 policías para neutralizarlos; les dan alimento y trato digno.

Una descomunal jornada de protesta tuvo lugar el viernes en Santiago de Chile, por aumento en el pasaje del metro. 41 estaciones resultaron destruidas y dos edificios, símbolos del poder, incendiados. Tras 29 años, reapareció el ejército en las calles. Presencia ominosa que había rubricado la ferocidad de la dictadura y que hoy volvía a las andadas: se vio el video de un soldado que dispara su fusil a quemarropa a la cabeza de un ciudadano. También en Chile se apelmaza una historia de alzas en salud y servicios públicos, privatización de pensiones, impuestos a los pobres, salarios en caída y una desigualdad social intolerable. También en Chile debió el presidente derogar el decreto de marras.

En Colombia, el partido de Gobierno ha depurado dos proyectos largamente acariciados y son de la entraña del FMI: golpear los salarios, y apuntar a la eventual liquidación de Colpensiones en favor de los fondos privados. Para ello, según informe detallado de Portafolio, suprimirá el subsidio a las pensiones y elevará el aporte del aspirante a pensión. El viejo modelo de Pinochet, que el uribismo querría emular. Sabedor del daño que la noticia podría ocasionarle este domingo en las urnas, se apresuró el presidente a declarar que no, que de ninguna manera, que cómo se les ocurre. Lo mismo proclama por doquier su apoyo a la paz mientras la acosa. El hecho es que la daga contra salarios y pensiones lleva años tras la capa del mentor y no será su discípulo quien los redima. ¿Osarán el lance, en esta Colombia sofocada bajo el mismo modelo que provocó las revueltas de Chile y Ecuador?

Coda. Bogotá merece su mejor alcaldesa posible: Claudia López. Merece su mejor concejala posible: Clara López. Y Medellín merece concejalas entre mujeres extraordinarias agrupadas en el movimiento Estamos Listas para gobernar. Es iniciativa femenina que propende, no obstante, a la igualdad para hombres y mujeres. Lo que está en juego, dicen, es transformar esta ciudad inequitativa y violenta en urbe democrática, justa y plural. ¡Bienvenidas!

 

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El destape de Duque

Después de tanto vaivén, de tanta calculada ambigüedad, se despoja el Presidente de la piel de oveja para desnudar su más puro pedigrí reaccionario: el proyecto de reforma tributaria. Asalto a la mesa de los pobres y a la flaca bolsa de la clase media, llenará con ello el hueco de nuevas exenciones a los multimillonarios. Como si les faltaran. Otros $12 billones cercenados sin anestesia a las rentas del trabajo, en favor de las rentas del capital. Si apuntara al 1% de las familias que acaparan el 21,6% del ingreso nacional y pagan impuestos irrisorios, o ninguno; si fuera esta reforma progresiva –como en cualquier democracia– recaudaría en el acto decenas de billones y más aún en el mediano plazo. Cifras que Álvaro Uribe tapa mientras dice oponerse al Iva del pupilo, como abrebocas de campaña electoral. Fue el propio expresidente el primero en intentar la introducción del Iva en 2003; y en 2006 concedió gabelas de escándalo a grandes firmas nacionales y extranjeras. A zonas francas y mediante contratos de estabilidad fiscal, que Duque retoma.

Para Salomón Kalmanovitz, si a la élite empresarial se le aplicara el 37% de impuesto a la renta que regiría para salarios de la clase media, se obtendrían $52 billones ya. Además, por arriendo de propiedad rural de lujo y por la propiedad del suelo rural se acopiaría cifra parecida. Si se suprimieran todas las exenciones a zonas francas, a hoteles y (ahora) a la dichosa economía naranja, se recaudaría otro tanto. Las exenciones de renta representaron $59,3 billones en 2007.

¿Por qué no paga tal impuesto el sector financiero, cuyas utilidades fueron el año pasado $17 billones? ¿Por qué no se cobran los $18 billones con cargo a capitales ocultos en Panamá? ¿Y los $50 billones que la corrupción le roba al Estado cada año, cuyo control legal deja hundir en el Congreso este Gobierno, mientras le entrega a la clase parlamentaria la quinta parte del presupuesto en calidad de mermelada? Reconociendo que proteger el erario no es logro alcanzable a la vuelta de la esquina; y que un pago justo de predial dependerá del catastro –saboteado por el latifundismo desde hace 90 años– una suma de niño diría: a la mano, por impuestos sobre rentas de la elite, sus exenciones suprimidas y tributos sobre depósitos en paraísos fiscales, bien podría el monto superar los $70 billones. A mediano plazo, el control de la corrupción más impuestos sobre la tierra, reportarían unos $100 billones. Populismo, se dirá, siguiendo la moda. No. El recaudo tributario en Chile representa el 5% del PIB; en los países de la Ocde, el 8%; en Suecia y Finlandia, hasta el 12%. En Colombia representa mísero 1,5%.

A la clase media se la tienen montada. Quieren ahora acorralarla con Iva, más impuesto de renta, ampliación de la base gravable y gravamen a las pensiones. Retener impuesto a las pensiones, después de que su titular cotizó y tributó durante décadas, configura doble tributación; y violenta derechos adquiridos que la Constitución protege. Ya a los pensionados se les descuenta el 35% de su mesada, 12% en salud y descuento por solidaridad. En suma, reciben 55% menos de lo debido. Sin contar el 13% perdido en los últimos años por reajuste según el Índice de Precios al Consumidor y no por referencia al salario mínimo.

A la voz de reforma tributaria, Fernando Londoño propone más bien acopiar recursos cerrando “ese engendro de la Corte Constitucional”, prohibiendo “cabildos abiertos y cerrados”, dejando de gastar plata “en el embeleco del posconflicto (en vez de aumentar magistrados en la Jep, quitarle 28, pues) da lo mismo suprimirlos que mantenerlos”. Nada raro. También el Gobierno anuncia, si su reforma se hunde, recortes en inversión social y en el posconflicto. Queda, pues, todo el cobre a la vista.

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Izquierda, derecha y centro

Como si el uribismo no representara la fuerza más caracterizadamente reaccionaria del país, Iván Duque se siente “in” negando la existencia de la dupla izquierda-derecha.  Argucia pueril ésta de negar la cuna, savia y razón de ser del Centro Democrático: su contraparte, la izquierda armada que las Farc encarnaron en su hora. Enemigo providencial, ellas le permitieron librar una guerra menos contra el comunismo que contra el campesinado, para repotenciar la ya injuriosa concentración de la tierra. Y para instaurar un régimen de fuerza. Huyéndole por cálculo electoral a la propia sombra de su partido –forjado en un historial de corrupción, ilegalidad y violencia– intenta Duque su presentación en sociedad. Consiste en impostar candor juvenil cuando calla sobre restitución de tierras o actualización del catastro; cuando propone bajar más impuestos a los ricos, resucitar las mortíferas Convivir y negarles a la Farc el derecho ganado de hacer política, por ver si esta vuelve a la guerra. En otra orilla, Gustavo Petro personifica la alternativa más vigorosa de izquierda legal. Mas, pese a su carisma, parece condenado por contrapropaganda de la derecha a correr en solitario por la Presidencia.

Con moderados que recelan de las extremas, Humberto de la Calle y Sergio Fajardo, la trilogía derecha-izquierda-centro (presupuesto de la democracia) se depura por fin en Colombia, tras la resaca del Frente Nacional. Y son las ideas de igualdad, libertad y paz las que trazan fronteras en el abanico de la política. Si a la ultraderecha la desigualdad se le antoja fatalidad inmóvil, la izquierda busca eliminarla o atemperarla. Se afirma ella en los valores de la democracia: equidad, pluralismo, Estado laico y Gobierno de leyes, no de caudillos autoinvestidos de tales.

Ni la izquierda ni la derecha ni el centro se presentan como opciones puras, homogéneas. En este último rivalizan por ahora progresistas en alianza con partidos contestatarios, para dibujar propuestas de centro-izquierda. Pero también Fajardo niega la disyuntiva entre izquierda y derecha. Parece interpretar que centro es neutralidad, ambigüedad, vacilación, mutismo ante problemas que demandan acometida precisa. Como la de renegociar el TLC, que el Polo, su aliado, ventilaba. Prestada de su otra aliada, Claudia López, concentra energías en la consigna anticorrupción, acaso desdibujada ya por el manoseo de todos, uribismo comprendido, ¡válgame, Dios!

Bien definida, en cambio, la alianza de Humberto de la Calle con Clara López acopla reformismo liberal e izquierda moderada. Fórmula fogueada en viejas lides, no esconde sus propósitos: defender la paz de los embates de la Mano Negra y de quienes prometen “perfeccionarla” destruyendo los acuerdos que pusieron fin a la guerra. Construir un país que rompa la inequidad con un modelo social y económico cimentado en la igualdad de oportunidades; en la industrialización que apunta al desarrollo con pleno empleo; en la solidificación del Estado laico y su preservación contra toda tentación autoritaria.

Mientras vuelve De la Calle al reformismo liberal que no pudo ser, nada en el discurso de Clara evoca la revolución proletaria ni el imperialismo yanqui ni la lucha de clases. Nada en ella evoca a la izquierda tradicional, confiscatoria. Pero sí permite esta convergencia soñar con el modelo socialdemócrata en su versión cepalina, latinoamericana, de Estado industrializante, promotor del desarrollo. ¿Serán posturas tan sensatas las que frenan la indispensable alianza entre coaliciones de centro-izquierda? ¿Será la corrosiva vanidad, indiferente a la catástrofe que un Gobierno de derechas traería? En democracias pluralistas, por imperfectas que ellas sean, el porvenir no es de los extremistas de izquierda o de derecha; es de los moderados.

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Bancamía: una flor en el desierto

Ave rara entre tanto cuervo, gallinazo y buitre que aletea en nuestro universo financiero, Bancamía rompe todos los moldes del sistema. No presta dinero al que ya lo tiene sino al marginado que lo necesita dramáticamente para catapultar una micro iniciativa productiva capaz de arrancarlo de la pobreza; y del usurero que al final del día le cobra el doble de lo prestado. Procede aprisa Bancamía y sin exigir garantía distinta de la cédula. Su lema: confianza en el que nada tiene, salvo dignidad, inteligencia y valor. La mujer pobre, mayoría entre sus usuarios, ha resultado ser mejor paga que el hombre rico. Y mejor batalladora contra la adversidad dondequiera se emprende la tarea de reconstruir  comunidad tras la guerra, entre otros recursos con el motor de arranque de Bancamía. Innovadora  como banco social de desarrollo y líder de microfinanzas en Colombia, en vez de reventar con sus utilidades el bolsillo de los socios, esta entidad las reinvierte, todas, en nuevos préstamos para más clientes de estratos uno y dos. Lejos está de atesorarlas y sin pagar impuestos sobre dividendos. Como es práctica del gremio de marras, reacio a reinvertirlas en nichos de mercado menos apetecibles, lucro que en 2016 alcanzó los $10 billones. Así hace patria la banca privada.

Patria hace también el sector público, cuando los ministros Iragorri y Cárdenas autorizan un préstamo irregular de $ 120.000 millones del Banco Agrario a Navelena-Odebrecht, parte del cual termina en las arcas de Sarmiento Angulo. Fondos de un banco pensado para  campesinos que desfallecen de necesidad hasta cuando Dios agache el dedo sobre la formalización de la propiedad agraria. Nada nuevo. Por tradición, el banco de los desheredados seguirá auxiliando a los más ricos y siendo caja menor de políticos y mafiosos. Patria, el ministro Gaviria, que permitió prestarle a la impresentable Cafesalud, entidad quebrada, $200.000 millones del fondo público de salud, Fosyga.

Sin pretender llenar el vacío de la banca de fomento en mala hora desmontada por los feligreses del mercado; en un país desindustrializado, con informalidad laboral del 60% y donde 90% de las empresas son microempresas, Bancamía responde a los apremios más imperiosos de los acorralados por la pobreza y la desigualdad. Margarita Correa, su directora, revela que 97% de sus clientes han salido airosos en su proyecto. Que, en dos años de servicio financiero, 53% de ellos sale de la pobreza; y en cinco años lo logra el 75%. En 9 años de ejercicio, este banco acumula 1.300.000 clientes y son sus funcionarios quienes van en pos de ellos, desde oficinas abiertas en 951 municipios de Colombia.

Cuando en 1984 se topó esta antropóloga con un enjambre de mujeres y niños que en basureros del barrio Moravia de Medellín se disputaban con  gallinazos y perros desperdicios de comida maloliente, montó la cooperativa Coofema con 300 mujeres. “Ellas dignificaron su trabajo, garantizaron un sustento permanente, ganaron confianza, autoridad” y dieron la largada a una verdadera revolución pacífica. Desde entonces, casos semejantes se multiplican. Como el de la madre tres veces desplazada y a quien la guerra le desapareció dos hijos, abre tienda en Arauca y empieza de nuevo. En Chinchiná cuatro hermanas van sumando máquinas de coser y empleadas en un taller que produce cien mil bluyines bajo un modelo de cooperativa inspirado en la divisa poderosa de que “la unión hace la fuerza”. No dan abasto. Ni da abasto Miguel, reciclador de huesos de animal, hoy microempresario que ve transformarlos en botones y juegos de dominó.

¿No abre este esfuerzo de Bancamía otra puerta a la nueva Colombia que el posconflicto traerá? ¿Por qué sabotear la paz?

 

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