Las Farc van por reforma agraria. Santos va, en dinámica de TLC, por la agroindustria de exportación. Pero también por restituir tierras y  relanzar la agricultura campesina con todos los apoyos del Estado. Estos últimos frentes, en los que el Gobierno trabajaba ya por iniciativa propia, resultarán cruciales en Oslo y La Habana. Paso intrépido, cargado de significado dio esta semana al intervenir dos haciendas, santuario del paramilitarismo, arrebatadas por los Castaño a campesinos de Córdoba y Cesar. Por su parte, el proyecto de Desarrollo Rural replantea las Zonas de Reserva Campesina, no ya en los extramuros de la patria, sino dentro de la frontera agrícola. Concebidas para estabilizar y fortalecer la agricultura campesina, fuente de la seguridad alimentaria, estas áreas podrían alojar también a las tropas desmovilizadas de las Farc: campesinos a quienes la ciudad nada ofrece, pues industrialización no hay; ésta se estrellaría contra el TLC.

 La incursión del Gobierno en las haciendas Santa Paula y Las Pavas, íconos de la expropiación violenta, simboliza el reto de la restitución: revertir la contrarreforma agraria de los bandidos. Que  no actuaron solos. En Urabá, verbigracia, el Fondo Ganadero de Córdoba les compró parte de las tierras robadas; negoció Sor Teresa Gómez, cuñada de los Castaño sindicada de asesinato. También se benefició el paramilitar Benito Osorio, antes presidente de ese fondo ganadero.  Ahora José Félix Lafaurie, vocero del gremio, previene contra “una reforma agraria expropiatoria”. Aceptará  la recuperación de tierras malhabidas, dice,  pero advierte que en aras del desarrollo rural no avalará detrimento de la legítima propiedad agraria.

 Las reservas buscan estabilizar los asentamientos campesinos con producción modernizada, y protegerlos de la agresiva expansión del latifundio ganadero. La Ley de Desarrollo Rural las fortalece porque dota a sus dueños de crédito, asistencia técnica, mecanismos de comercialización; y mejora su vida con vivienda, salud y educación. Pero, sobre todo, porque ahora tendrán lugar en cualquier parte de la geografía nacional, no sólo en zonas de colonización. Así lo sugiere el Artículo 293 del proyecto de marras. En tónica de ordenamiento del territorio, la reserva campesina se establece allí donde el suelo y el entorno ofrecen la misma vocación económica y, las gentes que lo habitan, homogeneidad cultural y social. Forzoso será planificar el desarrollo y el uso de la tierra, ya en agricultura, en bosques, en ganadería o en conservación  de cuencas hidrográficas. O proyectarse al turismo, a artesanías, a servicios ambientales. Y sus propietarios podrán asociarse en proyectos colectivos. La delimitación de las zonas podrá afectar latifundios improductivos cuyos dueños tendrán que vender al Estado, a los precios declarados, o someterse a extinción de dominio. De adjudicárseles reservas a las farc, éstas tendrían que cortar en el acto con la producción de coca. Y también devolver las tierras y ganados arrebatados a sus dueños, pues la ley obliga a todos.

  Santos restituye tierras, pero el TLC nos devuelve a la colonial división internacional del trabajo: unos países producen carros; otros,  florecitas y carbón. Hay que renegociar el tratado o, al menos, crear mecanismos de compensación que ofrezcan opciones ciertas de supervivencia. Como consolidar y proteger las reservas campesinas. Y lanzar  la locomotora de la industrialización. Ampliada la democracia, habrá refriega abierta entre ideas de desarrollo. Pero, desactivado el conflicto armado, restitución y reservas serán un buen comienzo en la desactivación del conflicto social: dar tierra siembra paz.

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