COLOMBIA EDUCADA: ¿UNA ILUSIÓN?

Es primera vez en nuestra historia reciente que un presidente anuncia presupuesto de Educación mayor que el de guerra. Además, en divisa transformadora, le señala a la nación metas de largo aliento: paz sólo habrá con equidad, mas sin educación será imposible la equidad; luego, educar se impone. Enhorabuena. Pero el ajuste financiero resulta irrisorio para las necesidades del sector. Y viene absurdamente precedido del triunfal “hemos cumplido” de su ministra Campo, cuando Colombia ocupó la cola del mundo en pruebas Pisa durante los años de su gestión; bajó, aún más, el hábito de lectura del país, el Gobierno debió engavetar una reforma de ventajas a la universidad privada, e intentó reducir a la mitad el ya paupérrimo presupuesto de Ciencia y Tecnología -0.2 del PIB, mientras Brasil le destina el 1.6-. Mejoró, sí, la cobertura, pero pésima calidad e inequidad siguieron dominando el panorama de nuestra educación. Casi nada hizo este Gobierno por corregir el apartheid de educación buena para ricos y mala para pobres, que estanca a la mayoría en carencias insuperables y rodea de privilegios a los que ya lo tienen todo. Si al proceso de paz le consagra el Presidente una voluntad irreductible, en educación cabe el beneficio de la duda.

      En Colombia, los mayores de 25 años de estrato uno acumulan en promedio 5.2 años de escolaridad; los de estrato 6, 12.7 años. Con vocación de república bananera, ostenta el mayor gasto militar en América Latina y no consigue asimilar el legado de la Revolución Francesa, que se empotró en el derecho de todos a una educación para la vida y la creación, patrimonio de toda democracia que se respete. Para Julián de Zubiría, nuestra educación, lejos de promover movilidad social ascendente, reafirma las jerarquías de clase. En las pruebas Pisa de 2012, el estudiante de colegio público obtuvo 50 puntos menos que el alumno de escuela privada. Si no hizo prekinder, saca 25 puntos menos. Y, si es mujer, reduce en matemáticas 25 puntos adicionales. De donde, una joven de procedencia popular alcanza en noveno 109 puntos menos que un muchacho de clase alta, el equivalente a tres años menos de educación. La distancia aumenta con los grados, de modo que las diferencias de calidad en la educación amplían las desigualdades sociales. E inmovilizan a los más en la desesperanza, a aquellos que ingresan a la educación pública básica.

El billón y medio adicional para Educación en el 2015 apenas desborda su crecimiento vegetativo. No resuelve la emergencia financiera de la universidad pública, que supera los 12 billones. Tampoco la partida de 28.4 billones se compadece con los requerimientos del sector, que José Manuel Restrepo, director del Cesa, estima en 40 billones. Menos aún se ve cómo cubrir con tan menguadas asignaciones el ambicioso programa del presidente Santos: cobertura universal en primera infancia, formación sólida de maestros, jornada completa en todos los colegios, 400 mil becas a estudiantes pobres. Los estudiantes piden salvar la universidad pública cubriendo el déficit que la sume en la indigencia. Y proponen gratuidad en la misma, en proceso progresivo de 10 o 15 años, con un costo de 850 mil millones, que equivalen al 3% del presupuesto anual del Ministerio.

Si de equidad se trata, prestar oídos al clamor de la sociedad por una educación pública de calidad como derecho irrenunciable de todos será  honrar la palabra empeñada  el pasado 7 de agosto. Y atender en el acto la emergencia financiera de la universidad pública para salvarla de muerte por inanición, será señal inequívoca de que Colombia Educada pasa de ilusión a realidad. Anticipación estelar de los cambios que la construcción de la paz demanda.

Comparte esta información:
Share

“LA GABA”, ANÓNIMA

No goza la mujer en la vida de García Márquez del protagonismo que el escritor les concede a sus Úrsulas y Pilarterneras en Cien Años de Soledad. Bastión de potencia moral en Macondo, aquí desciende ella a partícula invisibilizada, silenciada, anónima del género que desfallece bajo el poder del varón. O naufraga -¿será el caso?- bajo el torbellino de la gloria ajena, en la pasiva complacencia del amante y, acaso, en la de su compañera también. Uno y otra parecen allanarse a los designios de “la naturaleza” que a él lo exalta y a ella la desdibuja casi hasta desaparecer. Señora “doña Gaba” o “La Gabita”/ ¿quién eres tú?/ –indaga la socióloga Nora Segura- ¿tienes acaso un nombre?/ no adivino cómo puedo llamarte/ sin la sombra/ del árbol que te oculta/… sombra muda de aquel hombre… Artistas y legos a una, así responde  nuestro país al dictado de una cultura entroncada en la Biblia que maldijo a la mujer –perdición de la humanidad- y la redujo a adminículo de Adán. Bajo esa égida subordina la sociedad a todas las Evas que sucedieron a la pecadora del Edén, convierte en inferioridad su diferencia biológica, y las violenta.

Dijo Natalia Sánchez, sicóloga de la Casa de la Mujer, que Colombia odia a sus mujeres: ha construido un símbolo de fémina que no se pertenece a sí misma sino a otro. A algún agresor que cree remediar sus inseguridades íntimas, también insufladas por el medio, ejerciendo como propietario de la vida física, sexual y afectiva de la mujer. En Colombia se asesina a cuatro de ellas cada día y cada media hora se agrede a una sexualmente.

Mas esta violencia no es sólo física. Lo es también moral y sicológica. Ya aludíamos en este espacio a la violencia moral y simbólica, sutil, difusa, antesala de la agresión física, que se ejerce minuto a minuto y destruye la estima de su víctima. Porque se construye sobre la ficción del “sexo débil” y sobre su recíproca, que cifra la virilidad en la disposición del varón a oprimir, humillar, golpear. Pero también a ocultar sus emociones, dizque por ser ellas cosa de mujeres. Violencia rudimentaria de una cultura edificada en la tiranía de un sexo sobre el otro y en la atrofia de la afectividad masculina. Violencia moral que se expresa a veces en menosprecio intelectual de la mujer, en silencio impuesto. Y entonces no se le oye a ella, no se le ve. Simplemente desaparece. O ésta coopta, por miedo, la mirada del agresor, y termina por aceptarse como estereotipo sexual o criada de su compañero. O como acompañante en la trastienda de una celebridad. ¿De un premio Nobel?

Pero otras salvan el abismo y descuellan en territorios que les fueron vedados. Y no por imitación del hombre, sino por despliegue natural –ese sí- de inteligencia, carácter y genio creador, atributos que florecen lo mismo en hombres y mujeres. Aunque muchos porfían en consagrar jerarquías de género y ocultan con celo todo mérito de la mujer. El columnista Ricardo Bada alude a lista de los diez genios de la humanidad en los últimos cinco siglos que una profesora de Stanford elaboró. Ni una mujer. Ana Cristina Restrepo protesta y evoca los nombres de Hipatia, Virginia Wolf, Hanna Arendt, Marie Curie.  Y advierte: “sigan los hombres creyendo que el mundo gira en torno a ese eje imaginario que tienen entre las piernas”.

Falta, a gritos, una revolución cultural, educativa capaz de acoplarse al cambio social, que lanzó en masa a las mujeres hacia oficinas, fábricas, universidades; y las entronizó, par y pasu con los hombres, en letras de molde, laboratorios de ciencia y salas de arte. Falta, a gritos, mente abierta a la posibilidad de llamar a Mercedes Barcha “la Gabita”, y a Gabriel García Márquez, “el Mercedito”.

Comparte esta información:
Share
Share