U.S.A: del miedo, a la ira en las calles

En la mayor movilización callejera que Estados Unidos recuerde, millones de personas lideradas por mujeres se declararon “más fuertes que el miedo”, listas a “devolver el golpe” contra el maestro de la estafa y dictador en ciernes que asumía como presidente en ese país. Epítome de la fuerza bruta que es sello del fascismo, este mandatario encarna el odio a las mujeres, a negros, inmigrantes, musulmanes, homosexuales, a las prensa libre y el medio ambiente. Odios que se creyeron enterrados con el ocaso del macartismo, hoy renacen azuzados por el propio núcleo de poder que empobreció a los trabajadores cuyos votos, ay, le dieron la primera magistratura. Pero se despabila, a su turno, el expediente primigenio de la democracia moderna: el pronunciamiento de la ciudadanía en las calles. Para protestar, para controlar el poder instituido, para reivindicar libertades y derechos. Para ejercer oposición política.

Tres factores sugieren que tal resistencia no caerá en el vacío. Primero, una tradición de participación y organización de la sociedad desde el poder local, ADN de la democracia en ese país que maravillara a Tocqueville. Segundo, la existencia del Partido Demócrata, que podrá obrar como receptáculo del cambio, si consigue reinventarse llamando a cuentas a su dirigencia neoliberal y en torno al programa socialdemocrático de Bernie Sanders. Tercero, el legado de los años 60 y 70, con sus luchas entreveradas de negros, mujeres y rebeldes contra la guerra de Vietnam. Movimientos distintos pero con causa común, que las oleadas contra el nuevo régimen de fuerza evocan.

Deliró en Washington la multitud con la energía de una Ángela Davis que, a sus 70, daba nuevo hálito a batallas ya libradas desde el feminismo, el poder negro y la revolución del pacifismo. Millones de mujeres, hombres, trans presentes en esta marcha –dijo– representamos las poderosas fuerzas del cambio, decididas a evitar que las culturas moribundas del racismo y el heteropatriarcado se levanten de nuevo: somos agentes colectivos de la historia. Ni la xenofobia, ni los muros podrán borrar la historia. Invitó a luchar sin desmayo contra los especuladores financieros, contra los corsarios de la salud, contra los cazadores de musulmanes e inmigrantes.

Davis es remembranza del movimiento negro en los 60, la no violencia en labios de Luther King. Había asociado el antirracismo y pacifismo en un mismo haz: “Hablo –exclamó– para los pobres de este país que pagan el doble precio de los sueños rotos en su patria, de muerte y corrupción en Vietnam”. Medio siglo después, la Policía sigue asesinando negros en las calles. Acaso otras 1.412 manifestaciones como las que protagonizaron en 1963 logre maniatarla. Entre 1964 y 1972, la primera potencia del mundo dirigió todo su poderío militar contra nacionalistas de un paisito campesino. Y perdió. La oposición nacional a aquel horror decidió esa derrota. Por su parte, marcharon las mujeres en primera línea de la acción colectiva que resultó de aquella heterogeneidad, bajo una bandera común: la de los derechos civiles. Y daba el feminismo sus primeras puntadas, cuando una de sus líderes escribió: “Recuerda la dignidad de tu condición de mujer. No pidas, no ruegues, no te humilles. Empodérate.”

Ha nacido en Estados Unidos una nueva oposición, evocación de la más formidable concentración de movimientos de cambio, que acaeciera en los 60. Ahora adaptada a la aparición de un prehistórico rugiente batiendo mazo en la Casa Blanca; rodeado de codiciosos de Wall Street, nostálgicos del Ku Klux Klan y guerreros con ganas de conflagración mundial. Pero medio país advirtió ya: somos más fuertes que el miedo; ¡no nos detendremos!

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No combatir la corrupción. ¡Destruirla!

Ya no cabe duda: en Colombia, el sistema político es la corrupción. Vale decir, la estructura del poder, de Bogotá a Montería o a Yalí, se cimenta y apuntala en larga cadena de transacciones entre la clase política y delincuentes de toda laya para robarle hasta $50 billones al erario cada año. Diga usted seis veces lo esperado por reforma tributaria. Narcotraficantes, Gatas, contratistas de cuello blanco y de otros no menos turbios, contrabandistas, timadores y aprendices del oficio que pasan por jóvenes emprendedores financian a los políticos que, llegados al poder, retribuyen con contratos a sus beneficiarios. Y todo queda en familia. Botones de muestra recientes: Reficar, el mayor desfalco en la historia de Colombia, arroja a la fecha $12 billones en sobrecostos y $8,5 billones en pérdidas; uña de Saludcoop por $4,5 billones, sin que el ministro de la cartera mueva un dedo para apretar al responsable; coimas de Odebrecht por $US 11 millones repartidos entre un senador y encumbrados funcionarios de los dos últimos Gobiernos.

Explicaciones le debe al país el expresidente Uribe por la adjudicación de la Ruta del Sol a esa firma, mediante soborno de $US 6,5 millones a su viceministro de Transporte. Y explicaciones debe el Presidente Santos sobre adición a ese contrato por la ANI, suscrito sin licitación pública y gracias a soborno de $US 4,6 millones  al senador Otto Bula. Inverosímil declararse aquí traicionado por el viceministro y “con dolor de patria”, como lo hizo el senador Uribe, hombre de astucia sin par. Y pueril la solución de suprimir casa por cárcel para los corruptos, que el Presidente Santos avanzó.

Ha invadido la carroña todos los intersticios del sistema. El país se exaspera. Y la senadora Claudia López se lanza en pos de una coalición ciudadana contra la corrupción, capaz de suplantar a la clase política y su Congreso, foco de pestilencia irrespirable. Apunta ella al 80% de los colombianos que no militan en partidos tradicionales, con una divisa revolucionaria: vamos por la Presidencia sin comprar votos, y a gobernar sin comprar congresistas; vamos a cambiar la lógica de que una minoría decente denuncia y un establecimiento corrupto gobierna.

Se dirá que el cambio debería principiar por los partidos. Improbable. Estos derivaron hace rato en cascarones sin ideas y sin honor. Desechos del Frente Nacional que castró su imaginación política, muchos de sus círculos fraternizan hoy con el narcotráfico. Mercado negro que se montó sobre las estructuras ocultas de comercialización del contrabando y la exportación ilegal de esmeraldas. Y terminó por medrar en los partidos tradicionales, reeducados en la regla turbayista de reducir la corrupción a sus justas proporciones. Tal vez por eso a Cambio Radical le resulte natural brincarse su responsabilidad por dar aval político a un Kiko Gómez, sentenciado a 55 años de prisión por cohonestar tres asesinatos. Como elegante le parecerá a Juan Lozano sumarse ahora a la “rebelión ciudadana contra funcionarios y políticos corruptos”; tras 15 años de apasionado silencio sobre los parapolíticos que acompañaron el Gobierno de la Seguridad Democrática y que Claudia López había denunciado.

Entre medidas urgentes por tomar, insta el Contralor a centralizar el control fiscal en una única Contraloría, a restablecer el control previo en la contratación pública que la Carta del 91 suprimió, y a crear un sistema único de selección de contratistas. A aplicar penas efectivas contra los corruptos, sanción social comprendida. Pero clama, sobre todo, por cambiar toda la estructura del poder político afirmado en la contraprestación de leyes por contratos. Y sentencia: a la corrupción no hay que combatirla sino destruirla.

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Las sobrevivientes de Orión

En la mar de civiles violentados por la Operación Orión de 2002 contra la Comuna 13 de Medellín, cuatro liderezas de la comunidad sobrevivieron para contarlo. No así Ana Teresa Yarce, que murió acribillada por un sicario en el comedor de su casa mientras apuraba un cigarrillo. 14 años después, testifican ellas al amparo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que, en fallo sin precedentes, condena al Estado colombiano por el asesinato de Yarce y por vulnerar derechos de las otras dirigentes. Socorro Mosquera y Mery Naranjo, entre ellas, restauran el cuadro de infierno desatado aquel día de octubre por fuerzas combinadas de Ejército, Policía y paramilitares. Confabulación que avergüenza. La incursión con tanques y bombas y fusiles cobró centenares de encarcelados sin motivo; hubo torturados, desaparecidos enterrados a hurtadillas en La Escombrera –mayor fosa común del mundo– y 4.196 desplazados. Se hablaba de 300 sepultados en aquel camposanto;  casi todos, civiles inermes. Uno más entre los 200 cementerios clandestinos que albergan, según autoridades, unos 105.000 NN. Así debutaba el Gobierno de la Seguridad Democrática, Álvaro Uribe en la Presidencia, Luis Pérez en la Alcaldía de Medellín.

Propósito publicitario de la operación, limpiar la zona de milicianos. Propósito enmascarado, recuperar ese territorio en disputa entre Farc-ELN y paramilitares, de inmenso valor estratégico, pues la Comuna es puerta de entrada a la cadena de montañas que abre corredor al tráfico de armas y de drogas hacia Urabá. Al frente de la operación, sobre las famélicas calles de la localidad, se vieron hombres del Bloque Cacique Nutibara (comandado por Don Berna) ataviados de camuflado, pasamontañas y botas pantaneras. Jesús Abad inmortalizó en celuloide la escena. Hombro a hombro con 1.500 uniformados de la Fuerza Pública, desplegaron 800 paramilitares toda su fuerza hasta cantar victoria. Y fue Don Berna quien tomó posesión del  territorio recuperado, sin que autoridad alguna dijera esta boca es mía. Antes bien, extendió aquel su poder a Medellín entera, donde instauró su “donbernabilidad”. Declaró el general Gallego, entonces comandante de Policía de la ciudad, que la Operación Orión fue legítima: se desarrolló “por disposición del Gobierno Nacional, con apoyo de la Alcaldía de Medellín y de la Gobernación de Antioquia”.

Apresadas ese día Mosquera y Naranjo por miembros de la Cuarta Brigada, les oyeron a éstos pedir que avisaran “a los primos” que ya llevaban su presa. ¿Quiénes son los primos?, preguntó Mosquera a su compañera. “Son los paramilitares”, repuso la otra. “Querían desaparecernos”, le dijeron a la periodista Diana Durán (El Espectador, enero 14). Pero nos salvó que los familiares siguieron a la patrulla y ésta terminó por entregarnos a la Sijín. Naranjo afirmó que vio morir a su amiga Yarce de 4 tiros que le disparó un sicario el 6 de octubre de 2006. Cuando quiso dispararme a mí –dijo– “me escondí detrás de un árbol y él salió corriendo […] Hacia la una de la tarde me llamaron a decirme que en la terminal de San Javier estaban celebrando el asesinato de Teresa […] Ahí funciona (un) grupo de paramilitares”.

María Victoria Fallon, directora del Grupo Interdisciplinario de Derechos Humanos que representó a las víctimas ante la Corte Interamericana, afirmó: “A pesar de que Diego Fernando Murillo alias Don Berna declaró que el Ejército y la Policía actuaron con ellos (en la Operación Orión), las investigaciones no avanzan. (Pero) queremos una investigación integral para llegar a la verdad”. Que se establezca –agregó– la responsabilidad, no sólo de quienes ejecutaron la Operación, sino de quienes la ordenaron desde la cumbre.

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