Aunque la reelección de Obama no diera al traste con el modelo neoliberal que Reagan introdujo hace 30 años en ese país, ya su primer mandato y la reciente campaña electoral marcan un hito en la historia: desnudan, blanco sobre negro, los antagonismos que enfrentan al capitalismo social y su abanico de derechos para todos, con el capitalismo salvaje y su despótico elenco de anacronismos y privilegios para los elegidos de Dios y del dinero. Abrir la puja de ideas tras la dictadura del pensamiento único que fue rey del “fin de las ideologías” es paso de gigante hacia el restablecimiento del Estado social. Y de la pluralidad, negada a rugidos por una caverna teocrática que es la pata moral y política del modelo de mercado. Sin hoja de parra se baten ahora dos concepciones de Estado que han sido fogueadas en medidas de gobierno como la universalización del servicio de salud o como oposición de los republicanos a gravar con impuestos a los ricos. O funge el Estado como protagonista del bienestar general, o bien, como simple garante de la libertad económica que termina por favorecer apenas al uno por ciento de la población. O interviene para controlar los excesos de quienes propiciaron la segunda gran recesión en un siglo, o bien, se lo acorrala para dejarles a éstos uña libre, en la creencia interesada de que la mano invisible del mercado equilibra la economía. La misma mano que todo lo desequilibró y provocó la crisis. Prueba inicial en esta confrontación de modelos será el “abismo fiscal” que se avecina, si no se deroga la ley que recortará el gasto público y ahogará en impuestos a la clase media. Sería vía expedita hacia la recesión y el desempleo en masa.
Pero el paradigma neoliberal no es sólo la glorificación del mercado. Es también involución a los valores e instituciones más conservadores: a la exaltación del comunitarismo localista que achata todo espíritu de universalidad; a la preeminencia de la religión sobre la ley y el Estado laico; a la persecución del “otro” por ser de distinta raza o condición, o porque no piensa como todos o por su “rara” inclinación sexual; a la inviolabilidad del matrimonio; a la familia patriarcal, que se afirma sobre el autoritarismo, la degradación de la mujer como propiedad privada de su marido y la tiranía contra los niños, con desprecio de las múltiples formas de familia y de pareja que imperan hoy.
Economía, moral y sociedad, todo ello torna a siglos idos y resucita en el veintiuno en el Tea Party –evocación del Ku Kux Klan- y su teoría de que tras cada violador de mujeres obra la mano de Dios. O reencarna en cruzados como Bush y Álvaro Uribe, adalides de la guerra santa, curas en el gobierno vestidos de civil, insuperables en el arte de agrandar el ojo de la aguja para que todos los ricos accedan por ese orificio al Paraíso. Sobrecogidos de espanto deben de andar republicanos y banqueros y godos de todos los pelambres con pronunciamientos del pueblo estadounidense en favor del aborto, del matrimonio gay, de la legalización de la marihuana y contra la pena de muerte. Sobrecogido de espanto nuestro concejal del PIN Marco Fidel Ramírez, predicador cristiano cazador de homosexuales.
Signo inequívoco de democracia en Estados Unidos: se derrumbó la ficción de que allá “todos son demócratas”. No todos lo son. Pero, al calor de la crisis, todos despiertan a una confrontación de ideas que venía represada. La controversia ideológica se materializa en políticas, polariza y depura los modelos: democracia económica o capitalismo primitivo; derechos iguales en la diversidad o reino de la plutocracia. Bienvenido el destape de las ideologías. Y que Obama gobierne ahora sin miedo.