Sorpresa. Cuando la mesa de La Habana se aboca, sigilosa, a discutir la inmersión de las Farc en el narcotráfico, provoca Obama un timonazo en política antidrogas capaz de definir la suerte de la paz en Colombia. Pero si también nuestro país lo da. Ni legalización súbita ni represión a ultranza, aquel mandatario inaugura un estadio de transición: cuanto se vaya mordiendo al presupuesto militar contra las drogas se traslada a educación, prevención y tratamiento de adictos. Que no es idea en el aire sino política en ejecución lo prueba un primer incremento de 16% en presupuesto para la nueva opción. Es paso inicial en el desmonte paulatino del fracasado prohibicionismo, la mira puesta en la despenalización regulada del consumo. Salud pública y seguridad ciudadana que “todos los países deben considerar” es la divisa. Si el mundo la acoge y reconoce su buen éxito allí donde ya la aplican, será la agonía del negocio.

 Colombia vería derribarse su más formidable barrera contra la paz, pues se secaría el surtidor de la gasolina que mueve el motor de la guerra. Surtidor que Uribe no cerró en Ralito cuando (¿ingenuo?) confió la refundación de la patria a mafiosos que pasaban por autodefensas. La “nueva” patria fue apenas  refrendación ampliada del narcotráfico y su inclemencia sangrienta. Lección robusta para el gobierno que hoy negocia la paz con las Farc, y que Fernando Londoño rescata, aunque impúdicamente salpicada de flores al asesino Carlos Castaño. Pero de La Habana se esperaría, con mucho, un compromiso taxativo de las Farc para abandonar el narcotráfico. Y del Estado, para pedir cuentas también a los otros beneficiarios del engendro: a los banqueros y empresarios que se lucran del lavado de activos; a los usurpadores de lo ajeno en el campo, políticos comprendidos, redoblando la ofensiva en restitución de tierras; a tantas manzanas de uniforme.

 Mas el verdadero apretón vendría de cooptar al punto la estrategia de quitarle el oxígeno al narcotráfico: reemplazar paso a paso la prohibición –que es lo que valoriza el negocio- con prevención. Ya Bernardo García proponía en su libro Colombia Insólita radicalizar la lucha contra las drogas, pero no por la vía de la represión, sino mediante prevención, educación y cura sanitaria. Transfiriendo partidas crecientes del presupuesto de un rubro a otro durante varios años. “Se cambiaría de sitio y de oficio un montón de plata y a un montón de gente”, dice. Pacto de paz habrá, probablemente. Mas si no se le suma el marchitamiento de la prohibición, las Farc derivarán en Farcrim. Y la violencia seguirá, movida por el incentivo multimillonario de la droga.

 En este negocio global, una golondrina no hace verano. Desde luego. Pero Estados Unidos no es cualquier golondrina. Potencia promotora de la nefasta interdicción, hoy encabeza no obstante el viraje que América Latina reclamaba a gritos desde los despojos de sus cientos de miles de muertos. Volvió a oírse el coro de mandatarios de Centroamérica y el Caribe la semana pasada, con ocasión de la visita de Obama. Se había adelantado él a replantear la interdicción, sin lo cual fracasaría su propuesta de integración comercial con los 12 países del litoral Pacífico.

 Mucho significa el respaldo de ese gobierno y de 62 de sus congresistas a nuestro proceso de paz; y el anuncio de que reorientará su ayuda hacia inversiones de paz y no ya de guerra. Póngale Obama acelerador a la nueva estrategia antidrogas. Y súmese Santos, cuanto antes, al marchitamiento de la prohibición. Perspectiva crucial del post conflicto, cuya puerta ha abierto inesperadamente Obama.

 Coda. ¿Ya sabe la Justicia quién atentó contra Ricardo Calderón, y por orden de quién?

Comparte esta información:
Share
Share